viernes, marzo 01, 2019

Arquitectura, cultura y lucha de clases en Brasil (Duodécima parte)

POR MARIO ROSALDO




1

LA ARQUITECTURA RURAL DE LA INMIGRACIÓN ALEMANA

(continuación)

Weimer continua dibujando su esquema, pero siempre yendo de lo general-concreto a lo general-abstracto, nunca de lo particular a lo general. Ahora describe, no los lotes de todas las colonias teuto-brasileñas que ha levantado o que ha estudiado en los documentos de sus fuentes de consulta, sino el tipo que en su opinión los representa a todos, que los sintetiza en sus elementos constantes, más interesado en la composición formal o «plástica» de los lotes, que en las tareas reales desarrolladas en ellos. Su descripción, entonces, se basa en un modelo imaginario, presuntamente realista. Weimer lo describe así: «uno de los lotes presenta un núcleo» en el que se ubican las factorías de bienes de consumo y la habitación. «Todas estas construcciones están libremente ordenadas en torno de un patio en el que la habitación ocupa la posición más destacada»[1]. En efecto, frente a nosotros tenemos únicamente la descripción del modelo teórico weimeriano, la presunta abstracción exacta del conjunto, no estamos ante las descripciones empíricas de los lotes coloniales, reales o documentados, y sus variaciones. Esto, ciertamente, no es en sí un problema, lo es en cambio la presunción implícita de Weimer de que lo teórico y lo empírico son aquí exactamente lo mismo. Téngase en cuenta que, si por un lado en la ciencia es aceptable la descripción de un modelo teórico como reproducción hipotética de una etapa real de la historia, por el otro su verosimilitud no prueba nada si no hay modo de corroborarlo en cada uno de sus aspectos constitutivos; si no se puede corroborar en lo fundamental, la teoría se acepta sólo como probabilidad. Weimer no procede con la precaución del científico. Da por sentado que todo sucede tal y como él lo esboza: «Este espacio es, por así decir, el tejido conjuntivo de la composición arquitectónica y en el se ejecutan las más diferentes tareas relacionadas con la vida productiva»[2]. Atención, en estas líneas del párrafo se rompen las restricciones físicas e históricas reales de las colonias y sus lotes, porque en ellas Weimer describe libremente el modelo de todos los lotes como quien los observa justo en el instante en que se realizan las tareas, como si lo narrado fuera completamente real. Esto es, para enfatizar la realidad de la descripción, Weimer se vale del tiempo presente. El arquitecto gaucho quiere hacernos olvidar que más bien se refiere a los  vestigios que él y sus asistentes han fotografiado y medido o a la información que han obtenido en libros de autores como Schmier, a quien cita o parafrasea brevemente: «En el se lava y seca la ropa, se trillan los cereales, se sacrifican y descuartizan los puercos, se prepara el melado (Schmier)»[3]. Animado por la poderosa descripción del modelo en tiempo presente, Weimer añade un detalle más. Alrededor de este núcleo se hallan «construcciones aisladas», por ejemplo: «el establo, el gallinero, el chiquero, el pañol, la molienda de caña» y «la letrina». La habitación está ubicada estratégicamente, dice, de modo que desde ella se tiene una «visión de conjunto»[4]. Weimer no da a entender que la habitación siempre esté ubicada en el centro de las «construcciones aisladas», sino que, habiendo variaciones en su ubicación, ésta ha sido elegida siempre estratégicamente respecto al resto de las construcciones. ¿De dónde, entonces, deducen Weimer y su equipo que tal ubicación es estratégica? ¿De los levantamientos y entrevistas que realizaron? ¿De los documentos que consultaron? ¿De la descripción misma del modelo? ¿De la simple aseveración hecha por ellos mismos de que la habitación tiene «una “visión de conjunto”»? En las entrevistas, ya se les demostraba a Weimer y a su gente que los campesinos inmigrados no procedían conforme a ideas fijas o preconcebidas, sino por tanteo, por ensayo y error, o por la necesidad más inmediata. Efectivamente, aunque la tendencia a repetir la herencia ancestral viene desde el comienzo, a nuestro juicio, por la decisión de salvar por la vía práctica al menos parte de su mundo feudal, que estaba siendo arrasado por la expansión capitalista, más que por querer resistirse simbólicamente a este creciente poder económico, los propios «descubrimientos» de Weimer nos prueban que no les guiaba un modelo fijo, sin modificaciones ni adaptaciones a las condiciones naturales del sur de Brasil. Prueban que tampoco les guiaban en abstracto las leyes económicas capitalistas, ni planes complicados de mediano y largo plazo. Contaban más bien con su fuerza material y espiritual por medio de la cual sacaban el mayor provecho posible de la naturaleza sulriograndense. ¿Para qué les habría hecho falta una estrategia que, hipotéticamente, consiste en poseer una «visión de conjunto»? ¿Eran acaso asediados por los bandoleros que en las primeras épocas poblaban la región? ¿Preveían quizás el robo incluso de sus propios vecinos teuto-brasileños? ¿Aumentaba tal vez la eficiencia en el cumplimiento de las diversas tareas? Weimer no aclara el punto. Más adelante dirá únicamente que fue una especie de malentendido, ajeno a su investigación. De ahí que nos quedamos con la idea de que él y su equipo de investigación más bien piensan en esquemas funcionalistas preconcebidos.

Continuando con la descripción «realista» del modelo, Weimer nos recuerda que el «núcleo no está suelto en el paisaje. Lo complementa una masa verde que forma la huerta y el pomar». e inmediatamente nos entrega una descripción sencilla de la una y del otro. ¿La razón? Quiere que veamos y retengamos en nuestra mente el objeto para compararlo más tarde con el modelo de la aldea originaria. Nos dice que la huerta «tiene un área perfectamente delimitada por una cerca que la preserva de la invasión de los animales domésticos». Y que el pomar no es tan definido como la huerta encontrándose «en él arboles frutales de las más variadas especies y un cultivo de uvas»[5]. En este punto, Weimer vuelve a reproducir un momento del «descubrimiento» para probar que ni entonces ni ahora procedía con esquemas preconcebidos, sino de manera empírica, confrontando las dudas que surgían en él y su gente con los datos obtenidos en los levantamientos y en las consultas a la bibliografía sobre el tema. Sin embargo, admite de entrada que él y sus asistentes tenían en mente una idea fija o preconcebida a la hora de elaborar y llevar a cabo las entrevistas a los descendientes de los colonos teuto-brasileños: «La cuestión central de nuestras entrevistas fue investigar si esta conformación plástica tenía alguna relación con las casas de Alemania»[6]. Es interesante que Weimer hable aquí, y dos veces más líneas abajo, de «conformación plástica», pues nos demuestra que piensa en «gustos», «elaboraciones artesanales» y «arquitectura» [Baukunst], entendida como trabajo realizado, como objeto cultural, según ya vimos previamente[7]. Sus palabras son una remisión a la esfera de la subjetividad, de las ideas puras, de las creencias atávicas, etc. No es extraño, pues, que Weimer también hable de un desconcierto en él y su equipo de investigadores suscitado por los «contrastes» compositivos entre el objeto colonial y el modelo originario. La exposición de Weimer deja en claro que ni él ni su gente veían ni apreciaban el esfuerzo creador de los campesinos inmigrados, sino solamente un «espacio cubierto» en el modelo y un «espacio abierto» en el objeto. Sólo veían «composición» y «arquitectura»[8]. Es decir, Weimer y compañía sólo veían esquemas fijos o preconcebidos inspirados en el funcionalismo más técnico. En Weimer, el énfasis puesto en este «descubrimiento» tiene por objetivo probar que el arquitecto y sus asistentes proceden empíricamente, que su desconcierto surge precisamente por no adelantarse a los hechos. Al final, Weimer va a «descubrir» que la repetición del modelo ancestral no se da en la composición de los lotes, sino en la de la aldea. Esto es, después de todo —a juicio de Weimer y sus asistentes, por supuesto—, los campesinos, hombres prácticos, no habían respetado las condiciones reales que les imponían el suelo y el clima del monte [mato], sino que se habían rendido al modelo originario o ancestral centroeuropeo, a sus costumbres atávicas.

Veamos como expone Weimer su «descubrimiento»: «Si allá era el fuego y la exploración, aquí se veía como un peligro. La razón constantemente alegada para separar la casa de la cocina era el peligro de incendio»[9]. Para Weimer los «contrastes» son meramente «plásticos», no halla diferencias reales entre la habitación colonial y la originaria. No percibe que estas diferencias responden al clima, a las necesidades vitales y de producción, no a un esquema compositivo superpuesto. Por eso él tenía la impresión de que «Aparentemente, nada combinaba. La arquitectura teuto-gaucha no parecía tener raíces genéticas»[10]. Esta presunta falta de «raíces», anuncia ya la idea de superposición que Weimer «descubrirá» de lo originario sobre lo colonial. Es decir, por encima de los hechos que él mismo corrobora, Weimer pasará de una presunción explicativa a otra para dejar en claro que no había una independencia cultural entre lo colonial y lo originario, que los «contrastes» compositivos tenían otro origen. En un renglón aparte, para sonar contundente, Weimer agrega: «Fue un puro engaño interpretativo». Y para que no quede duda alguna del sentido en el que entiende el adjetivo, apunta en el párrafo siguiente: «En realidad, el inmigrante no intentó reinterpretar su casa en su lote, sino la conformación de su aldea de origen»[11]. Eso equivale a decir que él y su equipo de investigadores procedieron de buena fe, sin ideas preconcebidas, que si se equivocaron en la interpretación de los primeros datos no fue por un error suyo, sino por un proceder campesino inesperadamente engañoso. Sin embargo, en los siguientes renglones del párrafo se trasluce con bastante evidencia que había en Weimer y compañía por lo menos una idea fija o preconcebida: «La manera de zonificar las funciones de su lote correspondía plenamente a la organización de la vida rural en Alemania. La conservación del monte [mato] en la propiedad cumplía la función atávica del bosque en Europa». Weimer nos habla aquí de estrategia o de planificación funcionalista, sin molestarse en demostrar su existencia categorial en la mente de los colonos. Incluso aceptando que los campesinos de origen germano se guiaron, con toda intención y desde el inicio, por sus recuerdos de las aldeas alemanas, esto no niega el hecho —reconocido, muy a su pesar, por el propio Weimer— de que, desde el mismo desmonte de la trocha [picada], los campesinos inmigrados se sometieron a la realidad, a las condiciones físicas de la región, al suelo y al clima sulriograndenses; en los hechos, se tuvieron que valer de su propia fuerza de trabajo, no de ideas puras y antediluvianas. Defendiendo su tesis, conforme a la cual predomina la influencia cultural centroeuropea sobre el trabajo físico e intelectual de los colonos en el sur de Brasil, Weimer continúa perfilando las congruencias o coincidencias compositivas entre el lote colonial y la aldea originaria: «La división porcentual de la tierra cultivada en agricultura y campo mantenía una relación numérica casi perfecta. El núcleo del lote tenía la conformación plástica de la aldea propiamente dicha, donde no se prescindía de la huerta ni del pomar»[12]. Invariablemente, Weimer encuentra en cada aspecto del lote colonial la misma superposición, el mismo presunto interés «cultural» por lo «plástico» del colono típico: «En la disociación de las factorías de bienes procuró rehacer la conformación plástica de las aldeas ancestrales, donde el marco central de la torre de la iglesia se sustituyó con la masa constructiva de la casa»[13]. Weimer insiste, desde luego, en no ver los esfuerzos reales de los campesinos de carne y hueso para sacar el mejor provecho de las tierras a cultivar, sino sólo las ideas con las que, en una cierta etapa de su organización colonial, dieron una solución «plástica» a esas tierras: lotes, habitaciones, construcciones, calles y aldeas. Y cuando ve y reconoce esos esfuerzos es sólo para asumir que trabajaban la tierra inevitablemente determinados por las viejas ideas de sus ancestros.



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NOTAS:

[1] Weimer, Günter; «A Arquitetura Rural da Imigração Alemã»; en A Arquitetura no Rio Grande do Sul; Editora Mercado Aberto; Porto Alegre, 1983; p. 107. Las traducciones de todas las citas son nuestras.

[2] Ibíd.

[3] Ibíd.

[4] Ibíd.

[5] Ibíd.; p. 108.

[6] Ibíd.; subrayado nuestro.

[7] Sólo hay que anotar que entre Architektur y Baukunst, Weimer prefiere la segunda, por su relación con el trabajo, la construcción. Véase: Weimer, Günter; Arquitetura Popular da Imigração Alemã; UFRGS Editora (Editora da Universidade, Universidade Federal do Rio Grande do Sul), Segunda Edição Revista e Ampliada; Porto Alegre, 2005.

[8] Weimer, Günter; «A Arquitetura Rural da Imigração Alemã»; Op. Cit.; Editora Mercado Aberto; Porto Alegre, 1983; p. 108.

[9] Ibíd.

[10] Ibíd.

[11] Ibíd.

[12] Ibíd.

[13] Ibíd.

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