lunes, febrero 04, 2008

Para romper la inercia y renovar la actitud crítica en la arquitectura

POR MARIO ROSALDO



Si nos ponemos a estudiar en serio las teorías y las críticas de la arquitectura de los años recientes, digamos de 1980 a la fecha, veremos que la sofisticación que han sufrido en sus métodos, temas y terminologías, con respecto a sus pares de los años sesenta y setenta, puede atribuirse en buena parte al interés de establecerse como paradigmas científicos o multidisciplinarios; o, por el contrario, sencillamente como teorías o críticas fundadas en las formas del llamado irracionalismo o antirracionalismo. Entre todos estos extremos, por lo general, hallamos las actitudes conciliadoras: las soluciones que evitando tomar partido por los radicales o los reaccionarios, prefieren la suavidad del punto medio, o hasta del eclecticismo. Podemos convenir en que moralmente una crítica conciliadora es benéfica y deseable, o que resulta muy afortunada la idea de una crítica pluralista, una crítica que se abra al diálogo sin asumir posturas extremas y absolutas. Pero en los hechos el llamado pluralismo no siempre incluye a todos los críticos, tiende a dejar fuera a los monistas y a todos los que no aceptan el modelo de la democracia liberal. Y cuando dice respetar a los racionalistas o a los idealistas, según sea el caso, por lo común los considera equivocados. La inclusión pluralista se vuelve una aduana por donde pasan preferentemente los simpatizantes del liberalismo económico. Una conciliación que se funda en la supuesta igualdad e inclusión de todas las opiniones, es la imposición mal disimulada del viejo relativismo cultural de la academia antropológica.