sábado, septiembre 01, 2018

Arquitectura, cultura y lucha de clases en Brasil (Novena parte)

POR MARIO ROSALDO




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LA ARQUITECTURA RURAL DE LA INMIGRACIÓN ALEMANA

(continuación)

El trasfondo de este tercer apartado, por lo tanto, es el esquema teórico de que la «resistencia» latente de la inmigración germana se ve favorecida por su alejamiento de los centros de control, por la relativa desconexión económica y política que había entre las regiones costeras brasileñas, donde se asentaban las principales ciudades como Rio de Janeiro o Porto Alegre, y sus tierras interiores: «Fue en el hinterland que su resistencia fue más efectiva»[1]. La simpleza de esta aseveración se sostiene sobre el supuesto significado universal del concepto de hinterland, la verdad histórica sin embargo es que dicho concepto se funda en una doctrina geopolítica alemana, que evoluciona con las adaptaciones británicas, francesas y de diversas otras nacionalidades, desde el siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX, para convertirse en un término presuntamente científico en diversas disciplinas como sociología, economía, geografía, política e historia. Es decir, hay que aceptar esta evolución y su sentido multidisciplinario actual para poder ver la misma imagen que Weimer tiene en mente, de otro modo la simpleza de la aseveración desaparece, se pierde. Esto nos muestra en efecto que no estamos ante un puro empirismo como nos quiere hacer creer el arquitecto gaucho en este «resumen libre» de su disertación de maestría. Acaso previendo esa pérdida, Weimer describe un poco lo que serían propiamente los hechos corroborables: «Allí consiguió romper la rigidez del trazado de las calles desviándolas hacia el lugar de más fácil acceso al riachuelo, hacia lo más cerca de la venta o rodeando los accesos más empinados. Fue en el entroncamiento de las trochas [picadas] que intentó reconstruir un remedo de aldea construyendo la venta, las oficinas artesanales, el salón de baile, la escuela y la iglesia». Pero Weimer no demuestra, ni con hechos ni con argumentos, que el trazado estatal de los caminos rectos, al prescindir de todo accidente natural, tuviera por objetivo desalentar las adaptaciones a la topografía que los campesinos inmigrados debieron hacer según se necesitaba. De tal suerte que, esa presunta oposición de la inmigración germana a la línea recta, sugerida por Weimer, no puede entenderse sin más como una «resistencia cultural» contra el poder estatal brasileño, un poder ciertamente político y cultural. En vez de esto, es preciso observar que, por un lado, es Weimer quien imagina el trazado rectilíneo u ortogonal como un esquema estatal (político-cultural) intencionadamente dominante, o hasta agresivo, dirigido contra las costumbres atávicas de los inmigrantes; y que, por el otro, como toda gente práctica, los campesinos debieron proceder ante el terreno reconociendo los recursos que ofrecía éste y la experiencia que poseían ellos mismos para aprovecharlos al máximo. Nos parece más congruente pensar que tal ruptura del trazado de las calles debió obedecer primero a la necesidad y, luego, con el tiempo, a la colisión entre una cultura centralizante y otra no-centralizante (como sostiene en esencia Weimer), y eso último —hay que subrayar— condicionado por los claros o vagos recuerdos que los campesinos germanos conservaban de la cultura ancestral en la memoria colectiva. El mismo Weimer nos hace saber que, aunque se tuviera memoria perfecta de las organizaciones aldeanas centroeuropeas, y de las construcciones de sus principales edificios, la inmigración germana no podía o no intentaba siquiera reproducirlas fielmente en el sur del Brasil. El «remedo», sin embargo, a juicio de Weimer —se entiende—, probaría con su solo registro en la historia y en los hechos de la colonización germana de Rio Grande do Sul, que la «resistencia cultural» germana existió desde ese primer momento fundacional. Como acabamos de expresar, en realidad esto es difícil de demostrar, no sólo porque el Estado brasileño no se opuso nunca a la colonización por parte de los inmigrantes alemanes, ni sólo porque durante la apropiación de la naturaleza sulriograndense el campesino recién llegado se valió tanto de sus intuiciones y sentidos como de los conocimientos objetivos que había elaborado a través de ellos a lo largo de los años, sino también porque el precedente en Europa Central no fue nunca una «resistencia cultural» a abandonar sus aldeas y comarcas, sino la búsqueda vital de refugio en un lugar donde las condiciones fuesen menos violentas para los campesinos. Eso, claro, si entendemos por «resistencia cultural» la lucha no-armada entre un poder dominante y un grupo disidente, que defiende y difunde clandestinamente sus ideas revolucionarias o democráticas[2], no la inserción voluntaria de una cultura en otra, que la recibe y que, necesariamente, tenderá a absorberla como mínimo en lo económico y en lo político.