sábado, noviembre 24, 2018

Nuestro decimotercer aniversario

POR MARIO ROSALDO




Durante el ciclo que se cierra hoy 24 de noviembre, pudimos adelantar nuestros estudios críticos sobre los ensayos que Georg Lukács y Günter Weimer dedican, respectivamente, al origen del «irracionalismo» en la filosofía europea y a la influencia «ocasional» de la «superestructura» sobre la «infraestructura» en la «realidad» que, se dice, describe y explica el modelo marxista. Ambos temas son de interés para la crítica arquitectónica en la medida que los exponentes de este campo de investigación —arquitectos, historiadores, estetas y activistas— se ven empujados a abrazar, o bien la causa de la ciencia, o bien la de la filosofía (entendida o no como estética), e incluso a intentar una mezcla de la una y la otra, a la hora de investigar los hechos que marcan y definen la arquitectura ya como una tradición imprescindible, que se nutre de la cultura grecorromana, ya como un movimiento renovador que ubica sus centros dentro y fuera de Europa, y que, por lo menos desde la primera mitad del siglo XX, irrumpe en la historia para señalar nuevos rumbos a una práctica profesional que no se conforma con una adaptación resignada al mundo, sino que aspira a transformarlo espiritual y materialmente. Y las abrazan de principio a fin con todas las consecuencias que trae consigo su decisión. Hay excepciones, desde luego: aquellos que cambian de parecer a medio camino, que se desdicen o descalifican las primeras etapas publicadas de su trabajo.

jueves, noviembre 01, 2018

Arquitectura, cultura y lucha de clases en Brasil (Décima parte)

POR MARIO ROSALDO



1

LA ARQUITECTURA RURAL DE LA INMIGRACIÓN ALEMANA

(continuación)

En el siguiente párrafo del apartado tres, La organización social de una trocha [picada] teuto-gaucha, Weimer —ubicado todavía en la generalidad— asegura que toda «empresa constructiva siguió siendo obra de una colectividad. Dependiendo de la obra, ella podía involucrar a uno o más vecindarios»[1]. Por si se dudara de esta afirmación, Weimer puntualiza un poco: «En último caso, se hacían acuerdos entre las comunidades interesadas a través de sus liderazgos y la división de las tareas se establecían por consenso»[2]. Es decir, si había oposición a participar en una determinada obra, por las razones que fueran, esta se neutralizaba al final mediante el consenso. Hemos de entender, en consecuencia, que la mayoría prefería ayudar a los otros vecindarios en lugar de oponerse al trabajo comunitario o colectivo. Tal vez el consenso también fuera necesario no tanto para oponerse a esa participación, como para elegir las áreas en las que se quería y se sabía trabajar. Incluso podría pensarse que algunos vecindarios buscaban la competencia directa con sus rivales tradicionales o más cercanos: «La construcción de un puente podía dividirse entre dos vecindarios o la construcción de una iglesia, entre varios. En estos casos surgía un espíritu competitivo donde cada parte procuraba ser más eficiente y alcanzar un desempeño semejante al de la otra»[3]. Pero todo esto está dicho de forma abstracta. No es una generalización que corresponda estrictamente a la información levantada en campo. En teoría, se procede de este modo cuando los diferentes casos particulares coinciden en los elementos básicos de su descripción, o cuando forman tipos que se destacan con toda evidencia del conjunto. Por lo demás, si Weimer puede justificar la abstracción de los tipos o modelos con las coincidencias físicas detectadas en los vestigios o en las descripciones de los documentos, en cambio no puede hacerlo con una apreciación puramente subjetiva en la que, retórica y poéticamente, parecen coincidir en forma de paradoja lo espiritual y lo material: el «espíritu competitivo». En otras palabras, si no lo leyeron en alguna parte, alguien tuvo que decirle a Weimer y a sus asistentes que ese «espíritu competitivo» surgía de repente, porque en los vestigios de las viviendas y de las aldeas nada «espiritual» es visible directamente, sin intermediaciones simbólicas. Y al ser una leyenda, una simple representación simbólica o un mero dicho, tal apreciación queda sujeta a la confianza moral e intelectual depositada en quienes lo hayan expresado y en quien la difunda. Es válido, por supuesto, reproducir la apreciación subjetiva que los propios campesinos germanos, o sus descendientes teuto-brasileños, tenían de sus actividades colectivas, pero, en vez de escamotear su carácter parcial, subjetivo o no-científico, hay que resaltarlo con la mayor claridad. Voluntaria o involuntariamente, la narración de Weimer hace suponer al lector que todo sucedió objetivamente, justo tal y como él nos lo presenta. Podemos especular sobre el proceder de Weimer a este respecto, alegar por ejemplo que, estando consciente de la subjetividad de la apreciación, decide incluirla en el relato por el simple hecho de haber sido una idea aportada por los campesinos o por sus descendientes entrevistados o tan sólo porque la considera una frase hecha que pertenece a la bibliografía consultada (como pudo suceder cuando incluyó la expresión «espíritu místico» en el segundo apartado, El partido general), no una teoría científico-social que habría que discutir por su probable efecto sobre la investigación base. El problema es que, si este proceder fuera cierto, Weimer estaría confiando, no sólo en la obviedad de su criterio, que pareciera diferenciar exposición de investigación, sino también en un lector que no tendría todos los elementos de juicio al alcance de su mano, ni siquiera si se viera obligado a consultar la versión publicada de la disertación original, pues ahí tampoco aparecen las explicaciones pertinentes sobre el uso de esta y otras expresiones. Encima, aunque «espíritu competitivo» pueda usarse en un solo sentido, esto no significa que no haya de por medio un partido político, intelectual o moral, brasileño o extranjero, que valide o invalide la conexión entre un sentido tradicional y un determinado objeto. En verdad nos cuesta trabajo creer que un hombre práctico como Weimer pudiera inclinarse por el uso de paradojas retórico-poéticas en su presentación preferentemente empirista, por eso queremos suponer que alude al espíritu con el único fin de rescatar aspectos culturales que se pierden de vista en estudios puramente estadísticos. Comoquiera que sea, no dejaremos de averiguar aquí y en la Undécima parte de nuestro ensayo, si el uso de la idea de «espíritu» se relaciona directamente con la tesis weimeriana de la «resistencia cultural» o no; aunque también, claro está, con la «libertad» con la que sintetizó su estudio.