ACTUALIZACIÓN: 14 DE AGOSTO DE 2017
2. LA DESTRUCCIÓN DE LA RAZÓN
(Continuación)
Lukács no sólo cree haber puesto ante nuestros ojos los «problemas filosóficos tan decisivos» en los que «rompe Schelling con el período de su juventud», no sólo cree haber evidenciado «cuán enérgicamente lo que al principio sólo era, en cierto modo, el irracionalismo puramente metodológico de la intuición intelectual va convirtiéndose en la concepción intrínseca del universo de la mística irracionalista»[1], ni sólo suma a tales presunciones, la acotación de que «este cambio de rumbo se manifiesta también»[2] como un rompimiento con el evolucionismo que desplaza la filosofía de la naturaleza de un lugar central en su pensamiento, en el cual, asegura Lukács, «todos los demás campos de la filosofía, con excepción de la estética, se trataban —por así decirlo— como complementos sistemáticos»[3], sino que encima está convencido de que respalda plenamente su argumentación con hechos históricos y, por consiguiente, con verdades más que evidentes. Respecto a los primeros tres puntos, recordemos lo ya dicho del pensamiento juvenil de Schelling: la exploración del mundo de lo sentidos, del mundo de la ciencia empírica, era para él en realidad sólo el comienzo del estudio de cómo lo infinito se había opuesto lo finito. La intuición intelectual tenía la tarea de elevar el pensamiento de lo racional a lo trascendental, de lo sensible a lo no sensible, de lo finito a lo infinito, de lo determinado a lo indeterminado, de lo perecedero a lo eterno; en suma, de lo aparencial a lo verdaderamente real, a lo absolutamente fundamental. Al desconocer el plan de trabajo de Schelling, al igual que quienes le precedieron en esta apresurada y confusa determinación del inexistente objetivismo, bajo la forma de un idealismo objetivo, esto es, bajo la forma de una identidad absoluta del sujeto y el objeto a través de un proceso dialéctico, según había interpretado y explicado erróneamente Hegel[4], y según se aceptaba en general desde esa fecha sin oponer sólidos argumentos ni a Hegel ni al idealismo conciliador de la objetividad y la subjetividad[5], Lukács deduce equivocadamente que este interés del joven Schelling por la filosofía de la naturaleza se antepone a cualquier otro, cuando por lo contrario el mayor interés del joven y el viejo Schelling es siempre resolver el problema planteado, desde un principio, elevándose de la multiplicidad y la contradicción a la unidad originaria o, lo que es igual, retornando por medio de la intuición más pura al único y auténtico centro real, lo eterno e infinito. En cuanto al último punto que hemos destacado, lo discutible por cierto no es que Lukács intente apoyar su estructura argumental en objetos reales, en hechos históricos, o en verdades evidentes, sino que encuentre suficiente la interpretación partidista que hace de ellos y que el mero convencimiento personal de que en efecto son reales, históricos o evidentes le predisponga en contra de un estudio directo de las ideas de Schelling para limitarse, en cambio, a repetir el esquema que —entonces y todavía ahora— divide la obra filosófica de Schelling en presuntos períodos, épocas o etapas, sin haberla realmente comprendido[6], tan sólo superponiendo al mismo lo que a su juicio sería una acertada explicación nacida del materialismo filosófico. Lukács pierde en consecuencia la oportunidad de corregir a críticos y seguidores, entre los cuales destaca Hegel, quienes se equivocan en lo esencial al intentar entender y resumir el pensamiento schellingiano. Obsesionado verdaderamente con la idea de que el idealismo objetivo es una especie de antecámara de la filosofía materialista, Lukács considera que Hegel —por lo menos el Hegel de la Fenomenología— cumple con el trámite, mientras que el «tornasoleado» Schelling no. Concede que el «joven» Schelling se aproxima ambiguamente al idealismo objetivo, no así el «viejo»; éste se aleja y «cae» por completo en el irracionalismo, prueba de ello sería su promoción a filósofo oficial de la Prusia restauracionista. Lukács cree ser testigo privilegiado de un inconfundible movimiento del intelecto germano determinado con toda evidencia por la circunstancia y el acontecimiento, no cree que sólo se trate de un esquema categorial que él mismo ha construido para unir en una secuencia, tenida por lógica, un efecto conocido con una causa probable.