sábado, marzo 01, 2025

La arquitectura como poesía y ciencia II/VI

POR MARIO ROSALDO



Aunque en nuestra exposición, por razones de método, que explicaremos un poco más adelante, vamos a diferenciar entre los arquitectos que han participado directamente en el presumible cuestionamiento empírico y lógico con el que se ha intentado minimizar la importancia de las aportaciones de la arquitectura nueva o moderna centroeuropea, a partir de la segunda mitad del siglo pasado, los arquitectos que lo han retomado durante estos primeros veinte años del nuevo siglo y los arquitectos que —entonces y ahora— se han mantenido relativamente al margen de esta polémica, en esta parte inicial hablaremos especialmente de los últimos, porque, a pesar de que parecen representar a la mayoría, en la realidad resulta muy difícil separarlos de los otros. Se ignora hasta el momento cuál ha sido la verdadera influencia de esta mayoría aparentemente reacia al debate, a la teoría o a la crítica; si ha influido directamente o no en nuestra percepción del hecho arquitectónico de las distintas épocas y del presente; porque, si bien adoptó alguna vez la tipología moderna (organicista, integralista, cubista, futurista, constructivista, funcionalista, formalista, brutalista, internacionalista, regionalista, neobrutalista) o posmoderna, deconstructivista y pluralista, sólo como moda pasajera, esto es, sólo superficial y hasta arbitrariamente, ello no significa necesariamente que su efímera o apresurada participación a la larga no haya tenido ningún peso, ninguna consecuencia; pues ese negarse a comprometerse con movimiento arquitectónico alguno, ha terminado por consolidar esa práctica refractaria a todo lo que se asocie con la ciencia, con la filosofía o con el arte, para colocar en su lugar las ideas propias, los puntos de vista personales. Y este reforzamiento o esta consolidación es asimismo una toma de posición en el debate actual de la arquitectura, no obstante que esta mayoría prefiera creer lo contrario, que es una autoexclusión: nadie está al margen del sistema económico y político dominante por más que se quiera hacer abstracción continua de él y tampoco se está fuera por completo de las ideas dominantes o tendientes a dominar. Y menos si como representante de esta mayoría recibe cargos académicos, en la administración pública o en la iniciativa privada. Esta situación es exactamente igual cuando, también por método, queremos separar a los arquitectos que han ejercido la crítica de arquitectura en general y la crítica dirigida específicamente contra al movimiento moderno, para abogar por la vuelta al supuesto cauce original de la profesión o para defender la no menos supuesta novedad de las obras no sujetas a vetustos marcos conceptuales, de los arquitectos que no lo han hecho en ninguno de los dos sentidos mencionados, por no tener claro si la crítica de arquitectura es también un aspecto del trabajo profesional o, contrariamente, por estar convencidos de que el campo de la arquitectura se reduce al proyecto y la construcción. Para estos, la crítica en general es tarea de filósofos o de historiadores, pero no de arquitectos.

En la práctica, los arquitectos que asumen la crítica de la arquitectura no dedican todo su tiempo a leer, a escribir artículos o libros, si no que, o solamente lo hacen por un cierto tiempo, o también combinan sus actividades proyectivas y constructivas con las de la escritura y la edición. Además, no es inusual que alguien de la mayoría, que no se considera crítica de arquitectura, ni en lo general, ni en lo específico, esté al tanto de algunas discusiones en los campos de la historia, del arte, de la filosofía, o de la crítica; por lo que, al ser invitado de repente a escribir para una revista o un periódico, se anime a redondear algunas de las ideas que tales discusiones ya le habrían suscitado en el pasado reciente. Por si esto fuera poco, téngase en cuenta que esos arquitectos, que buscan librarse de las teorías para refugiarse en una práctica constructiva puramente empirista, pasan por alto que vivimos en un sociedad fundada sobre las teorías del Estado moderno, del Estado de Derecho. Y que en la base de los reglamentos constructivos, o de los manuales de construcción, se encuentran los estándares, las especificaciones y los alcances, que se han establecido mediante la experiencia profesional y mediante los experimentos llevados a cabo en condiciones de laboratorio, en los que se aplican criterios y procedimientos científicos sobre la certificación de los instrumentos, los materiales y los equipos de trabajo, o sobre la cualificación de los técnicos y los obreros, que no caen del cielo, sino que provienen del campo teórico de las ciencias naturales. En lo concerniente a la seguridad en el trabajo en la construcción, también subyace a la teoría del trabajo y el derecho al mismo y las condiciones humanas de su realización, la teoría del hombre, la teoría de sus derechos y de sus garantías individuales. Por eso, se demanda una justa remuneración, una jornada de trabajo de 48 horas, asistencia médica adecuada y oportuna, etc., etc. Por otro lado, los arquitectos de esta mayoría, que llegan a expresar su inconformidad profesional por la vía del argumento creyendo que su intervención puede ponerle punto final al interminable y enfadoso debate teórico-arquitectónico en curso, no escriben dos o tres tomos acerca de la arquitectura para formular «su» teoría, que para ellos es académica y por lo tanto correcta, les basta con un solo enunciado o una sola definición general como la de que «la arquitectura es belleza», «la arquitectura es emoción» o «la arquitectura es un todo», porque suponen que una declaración simple y tajante de la tesis sustentada es mejor que mil palabras. Lo que hacen en realidad es tomar partido por el bando del debate con el que más concuerdan. Asimismo, cuando los arquitectos más reacios a las discusiones teóricas, históricas o críticas —porque las consideran más propias de las ciencias sociales y de la filosofía que de la arquitectura— comentan los artículos, los ensayos o los libros dedicados a la crítica, a la teoría o a la historia de la arquitectura, que leen ocasionalmente, diciendo: «pero, eso es pura teoría, ¿no?», en vez de cerrarles las puertas a tales discusiones, las dejan entrar porque sin saberlo —o sin recordarlo— nos remiten a otro de los grupos en pugna, al que pertenecen en lo esencial. Así, pues, la realidad de las actividades de los arquitectos que a veces laboran como críticos de arquitectura y los que muy rara vez podrían publicar sus inquietudes teóricas, los aproxima más que alejarlos; es decir, en el fondo estas actividades no son muy distintas, o lo son sólo circunstancialmente. Por lo demás, para nosotros no hay duda de que el propósito de los arquitectos que rechazan los parámetros modernos o funcionalistas, o que se involucran en la crítica de arquitectura en general, no es apartarse de la práctica constructiva, sino, por lo contrario, entregarse a ella libres de prejuicios teorizantes y libres de las mediaciones que consideran realmente extrañas a la arquitectura; para conseguirlo, están dispuestos incluso a hacer presuntas concesiones a la filosofía, a la historia o a la política; pero, a decir verdad no llegan a leer las obras completas de los autores en boga, ni les interesa conocer su pensamiento a fondo, se contentan simplemente con asimilar una o dos de las ideas más comentadas de éstos. Confían en que su intuición o el presentimiento les ayudará a entender lo esencial de esa o cualquier otra especulación teórica, o que, en caso contrario, serán capaces de poder complementar los vacíos con inferencias basadas tan sólo en lo que creen ver, saber y entender.

Uno podría pensar que los arquitectos más o menos coinciden en el tema relacionado con su libertad y su creatividad. Si embargo, tampoco es así. No todos los arquitectos que estamos aludiendo persiguen estos fines de la misma manera, ni con la misma intensidad, porque, justo como ocurre en cualquier otra profesión, no todos se dedican a actividades relacionadas directamente con su formación universitaria, en este caso: como calculistas, analistas de precios, constructores, o administradores y supervisores de obra, y proyectistas o diseñadores en un despacho de arquitectos. Algunos prefieren, buscan y obtienen empleos como administrativos o como auxiliares en empresas públicas o privadas, en áreas de competencia profesional que no son propiamente las suyas. Pero, incluso entre los que se ganan la vida proyectando y construyendo, no todos siguen los métodos ortodoxos o tradicionales, en los que se espera que un solo arquitecto genere el proyecto, que sus asistentes den forma gráfica y tridimensional a sus ideas, que él mismo lo construya, o que colabore con un grupo de arquitectos o ingenieros para que, junto con ellos, resuelva las partes estrictamente técnicas del proyecto y lleve a cabo su realización material, hay también quienes toman atajos para ahorrarse tiempo, dinero y esfuerzo. Entre estos, tenemos por ejemplo a los arquitectos que —por voluntad propia o por instigación de su cliente— se limitan a copiar detalles y hasta el aspecto general de obras construidas de arquitectos reconocidos o que simplemente les llaman la atención; a las que, a lo sumo, les hacen pequeñas modificaciones, para no ser tan evidentes. Y a los arquitectos que sólo ofrecen al cliente un «catálogo» mínimo de dos o tres opciones habitacionales, que cumplen con los requisitos, en área y costos, para la obtención de un crédito bancario. Aunque no se ganan la vida como proyectistas, ni como constructores, por lo menos no durante el tiempo que ocupan un cargo público, o privado, también hay arquitectos que se valen discreta o abiertamente de otros colegas quienes, por aparente o real apremio económico, son capaces de ceder al arquitecto contratante la total o parcial autoría de sus proyectos urbano-arquitectónicos. El argumento del funcionario es que carece de tiempo para sentarse a diseñar a gusto, es decir, con plena libertad y creatividad. Y el de los contratados es que el problema resulta muy fácil de resolver, lo que significa que renuncian a muy poco y ganan a cambio una buena retribución, incluso si no se trata de una fuerte suma de dinero, pues igualmente cuenta para ellos el poder mantener relaciones de negocios con frecuentes o potenciales clientes. Para los arquitectos que se desempeñan raras veces como proyectistas y constructores la libertad y la creatividad tienen un sentido más teórico o cultural que práctico, porque no tienen que enfrentarse constantemente a las limitaciones que les impone el medio social, la situación económica, su experiencia profesional, etc., etc. Y para los que aspiran a la inmediata solución de sus apremios económicos, ven en la libertad sólo la oportunidad perfecta para lograrlo. Por lo tanto, la mayor o menor coincidencia entre todos los arquitectos va a depender del modo como trabajen y de las metas que persigan. Los conceptos de libertad y creatividad varían ciertamente en unos y otros arquitectos, pero una mayoría de ellos parece tener claro que expresan una realidad, una forma de vivir, de hacer y pensar, que no son ni palabras vacías, ni meros ideales heredados de un pasado remoto y ajeno. Fuera de esta muestra de arquitectos, existen probablemente muchos otros de cuyas actividades y metas no tenemos ni la menor idea, mucho menos de sus conceptos y de sus teorías acerca del arte, la ciencia o la filosofía, porque nunca sabremos nada acerca de sus edificaciones —en las cuales se supone se materializan por lo menos sus principales intenciones—, ni de sus teorías arquitectónicas, porque ellos jamás las exteriorizarán ni oralmente, ni por escrito, o solamente porque pertenecen a nuevas generaciones que todavía no se han dado a conocer.

Es por esta razón que en nuestro estudio vemos las generalizaciones («la arquitectura es más que arte», «los arquitectos son pragmáticos», «el diseño es conceptual», etc., etc.) como el punto de partida, no como el de llegada, pues nos interesa averiguar si corresponden o no con la realidad; estos es, nos interesa trabajar con los aspectos más concretos que los conceptos y las teorías implican. Es en la filosofía donde las generalizaciones suelen entenderse como el punto de llegada, pues frecuentemente ahí se sostiene que el todo explica la parte. En la teoría científica también se utilizan las generalizaciones, pero se las ve más como objetos de prueba que como pruebas ellas mismas, es decir, todavía se tiene que demostrar su validez confrontándolas con la realidad. En la ciencia se va de lo general, abstracto o meramente intuitivo, a lo cada vez más concreto, más exacto. Se busca en efecto que una teoría o un concepto pueda ser corroborado con la observación directa —usualmente con el auxilio de la tecnología— del objeto a determinar, no confrontándola con otra teoría, ni con otro concepto, aunque éste y aquélla hayan sido previamente validados por el método experimental. No son pues las palabras definidas por un diccionario, o reunidas en un tratado, las que prueban tal validez, sino el proceder metódico y científico, objetivo. En la práctica, el científico parte del objeto real que se propone estudiar, no del discurso que pueda suscitar esta existencia objetiva. Nuestro estudio parte de una hipótesis o idea general de lo que los arquitectos hacen como profesionales, pero no se queda ahí, va en busca de los representantes más concretos que podemos hallar en una muestra delimitada por la bibliografía, la publicación de conferencias, entrevistas, intercambios de ideas en los foros universitarios o en los foros de organizaciones independientes, pero también en las redes sociales y portales de Internet, donde se puede tener a acceso a un sinnúmero de archivos multimedia digitales, a artículos y hasta ensayos completos en diferentes formatos de texto, o a simples comentarios más o menos improvisados respecto a los temas discutidos por especialistas, o sobre la simpatía o la antipatía que se siente por algunos arquitectos de moda, pero que revelan mucho del pensar de los estudiantes y arquitectos participantes. No olvidemos los comentarios muy fundamentados que profesionales de grado o posgrado dejan en revistas digitales de diseño, en las páginas personales o bitácoras de arquitectos independientes, o en los sitios web de talleres universitarios de arquitectura, que a veces giran en torno de libros, métodos de enseñanza o de la situación actual de la crítica en la arquitectura. A diferencia del engañoso empirismo de los levantamientos físicos y las encuestas de campo realizados por un equipo de estudiantes o de mano de obra contratada ex profeso, porque —en apariencia— se prescinde de toda teoría interpretativa al analizar los datos reunidos y porque —igualmente en apariencia— los involucrados tienen un contacto directo con la realidad, la utilización de los medios electrónicos y de todos estos recursos digitales, que hemos mencionado, facilita la comunicación más completa y más clara de los puntos de vista y de los argumentos esgrimidos en los debates, no sólo porque de entrada los estudiantes y los arquitectos se muestran en ellos más abiertos al público, más dispuestos a defender sus opiniones, sino también porque en conjunto el problema central se plantea ahí con sus aspectos tanto teóricos como prácticos. No todo se reduce a interpretar el significado de lo que se dice, ni a mostrar gráficas y estadísticas como si éstas se explicaran solas, hay también la posibilidad de confrontar lo dicho y presentado con la realidad que se soslaya o se mantiene como referencia. Como todo estudio de la realidad, el nuestro es necesariamente un proceso de aproximación, de concreción, eso significa para nosotros que este esfuerzo tiene que ser retomado una y otra vez, tanto por nosotros mismos como por otros investigadores de las actuales o de las futuras generaciones, que pudieran interesarse en el asunto. Es decir, en ningún momento damos por sentado que nuestra exposición es ya una conclusión completa o definitiva.




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