sábado, noviembre 24, 2018

Nuestro decimotercer aniversario

POR MARIO ROSALDO




Durante el ciclo que se cierra hoy 24 de noviembre, pudimos adelantar nuestros estudios críticos sobre los ensayos que Georg Lukács y Günter Weimer dedican, respectivamente, al origen del «irracionalismo» en la filosofía europea y a la influencia «ocasional» de la «superestructura» sobre la «infraestructura» en la «realidad» que, se dice, describe y explica el modelo marxista. Ambos temas son de interés para la crítica arquitectónica en la medida que los exponentes de este campo de investigación —arquitectos, historiadores, estetas y activistas— se ven empujados a abrazar, o bien la causa de la ciencia, o bien la de la filosofía (entendida o no como estética), e incluso a intentar una mezcla de la una y la otra, a la hora de investigar los hechos que marcan y definen la arquitectura ya como una tradición imprescindible, que se nutre de la cultura grecorromana, ya como un movimiento renovador que ubica sus centros dentro y fuera de Europa, y que, por lo menos desde la primera mitad del siglo XX, irrumpe en la historia para señalar nuevos rumbos a una práctica profesional que no se conforma con una adaptación resignada al mundo, sino que aspira a transformarlo espiritual y materialmente. Y las abrazan de principio a fin con todas las consecuencias que trae consigo su decisión. Hay excepciones, desde luego: aquellos que cambian de parecer a medio camino, que se desdicen o descalifican las primeras etapas publicadas de su trabajo.

Sucede que, por nuestra formación empírico-racionalista y nuestras creencias religiosas, unas veces tendemos a favorecer los puntos de vista más radicales y, otras, los más conservadores. Normalmente, pues, nos vemos ante una disyuntiva que no sabemos sortear ni conciliar sin experimentar ciertas crisis existenciales. Predominan dos formas de resolver la cuestión. Quien cree que un crítico hecho y derecho no puede darse el lujo de titubear entre la filosofía y la ciencia, generalmente aprovecha el impulso de las corrientes en boga, así se ahorra el problema de decidir cuál de los bandos tiene razón; prefiere que terceros decidan por él. Pero quien quiere tomar en serio y para sí esa responsabilidad, comienza poniendo a prueba la veracidad de quienes participan en los debates en torno de la relevancia actual de la ciencia y de la filosofía. Nosotros hemos elegido la segunda forma. ¿No es incongruente que quien se considere crítico se deje llevar por la moda filosófico-científica, por el pensamiento dominante y doctrinario de derecha, de izquierda o de centro; por las generalizaciones y las consignas, que miden a todos sus opositores con el simple rasero de los prejuicios? Tenemos la impresión de que esta es la tendencia central en la crítica en general —y en la crítica de arquitectura en particular— de las últimas décadas. Por cierto, la tarea de la crítica también consiste en averiguar si las impresiones propias o ajenas tienen fundamentos reales o carecen de ellos; esto es, consiste en corroborar si en efecto siempre existen las llamadas honrosas excepciones.

De modo que, para el próximo ciclo, continuaremos con estos dos estudios críticos sobre Lukács y Weimer. Intentaremos terminar por lo menos uno de ellos. Asimismo, queremos volver pronto al estudio del ensayo de Simón Marchán Fiz, pues nos interesa concluirlo a fin de iniciar la discusión sobre los ensayos de Javier Rubio y Eduardo Subirats, que le acompañan en el libro El descrédito de las vanguardias artísticas. Al tiempo, tiempo. Nos resta agradecer a los lectores de Ideas Arquitecturadas por el interés esporádico o frecuente que tengan para con nuestro trabajo. Tratamos temas de difícil asimilación tanto para autores como para lectores. No esperamos, en consecuencia, la inmediata comprensión de nuestra exposición. Esta apenas se va perfilando con la publicación gradual de los fragmentos de nuestros ensayos críticos.

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