miércoles, marzo 01, 2023

Arquitectura, cultura y lucha de clases en Brasil (Decimonovena Parte)

POR MARIO ROSALDO




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ESTRUCTURAS SOCIALES GAUCHAS Y ARQUITECTURA



Comencemos el estudio crítico del segundo ensayo de Weimer[1], primero, resumiendo lo que declara en el apartado inicial, que es el de los objetivos, y, luego, haciendo nuestras observaciones a su proceder metódico y expositivo en tal declaración. A manera de preámbulo, Weimer nos remite a los 4 volúmenes de la Estética I de Georg Lukács donde éste —asegura Weimer— desarrolla «la tesis de que la arquitectura expresa, antes que otra cosa, la lucha de una sociedad concreta para someter la naturaleza a sus necesidades»[2]. Sin darnos ni la cita exacta, ni el contexto al que pertenece, Weimer comenta simplemente que con esta tesis «el primado de la lucha de clases dentro de una organización social tiende a un plano secundario»[3]. Y le parece que no puede ser de otra manera porque el mismo Weimer nos aclara que la lucha por el dominio de la naturaleza es una empresa que involucra a «la sociedad, como un todo»[4], teniéndose que hacer a un lado, o incluso poniendo esa lucha común por encima de «los intereses conflictivos dentro de los diversos estratos que la componen»[5]. Weimer encuentra la tesis «un tanto extraña» pues no se explica el por qué «un autor reconocidamente marxista» abraza la lucha por el dominio del medio físico y no la lucha por el predominio de una o varias clases sociales[6]. El extrañamiento, sin embargo, no le impide rescatar lo que sería el lado valioso del razonamiento lukacsiano. De modo que, en su opinión, la tesis «no deja de ser estimulante para una reflexión sobre el fenómeno arquitectónico ya que le atribuye características especiales y peculiares que la diferenciaría de las demás formas de expresión»[7]. Aunque uno se interrogaría por los aspectos sobreentendidos de este juicio lapidario, Weimer no nos da mayores datos de lo que piensa al respecto. Antes bien, toma esta opinión como una sólida base para plantear la pregunta, que intentará responder a lo largo del ensayo consultando la abundante documentación histórica disponible: «¿Será que la lucha de clases es irrelevante en la materialización de la obra arquitectónica?»[8] En seguida, Weimer nos explica que esta documentación, «referida a las realizaciones en el sector de obras públicas en Rio Grande do Sul», está «prácticamente inexplorada», y que al abarcar desde el período imperial hasta la Segunda Guerra Mundial, incluyendo las dos etapas del período republicano (la República Vieja y la República Nueva), le permiten suponer que ya tendrían aislados «los intereses de la o de las clases dominantes en este Estado» y, además, que podrían «examinar —a la luz de los datos empíricos— las transformaciones estructurales de una sociedad concreta y las eventuales relaciones que se procesaran en la evolución arquitectónica»[9]. Weimer cierra este apartado inicial con una larga advertencia y su correspondiente justificación: «Para efectos de este ensayo no avanzaremos más allá de la Segunda Guerra Mundial puesto que la arquitectura que se implantó desde entonces —la llamada arquitectura moderna— trajo consigo un corpus teórico bastante revolucionario. Temíamos que la profunda transformación sufrida por la arquitectura nos acarreara problemas que, a falta de una perspectiva histórica más alejada, podrían complicar la sencillez de la cuestión que queríamos examinar. Por esto, dejamos este tema para un estudio posterior»[10]. Pasemos ahora a nuestras observaciones o críticas. Aunque a Weimer le parece incongruente que un marxista, es decir, un defensor de la vía revolucionaria encabezada por el proletariado, ponga en segundo lugar la estrategia de lucha práctica que precisamente habría de llevarle al poder, no hace absolutamente nada para demostrarnos que efectivamente este es el punto de vista de Lukács y no la muy simplificada interpretación del propio Weimer. Este desinterés por cotejar lo que él entiende con lo que de hecho dice Lukács, le hace suponer también que Lukács concibe el arte y la arquitectura como «formas de expresión», cuando en realidad Lukács se refiere a dos aspectos diferentes que sin embargo forman una unidad dialéctica: «las tendencias artísticas descritas y las estructuras de obra artística correspondientes no nace una de otra, sino que son reflejos estéticos y formas de expresión de una complicada evolución histórica»[11]. Donde Lukács une, Weimer separa, reduce el arte y la arquitectura, con la simple idea de «formas de expresión», a sus aspectos meramente materiales o infraestructurales. Por otro lado, nos queda claro que Weimer no reclama a Lukács este aparente abandono de la teoría de la lucha de clases, porque no busca devolverla a lo que sería su sitio central, sino resaltar la participación de la arquitectura en la construcción de la realidad social brasileña. Ya veremos como lleva a cabo esta tarea propuesta y si tenemos razón en nuestra primera impresión.

Lukács nos remite a esta misma visión dialéctica, cuando nos dice que, «aun reconociendo el primado de la necesidad social, no debe subestimarse el papel educador del arte»[12] en el desarrollo de los reflejos intermedios o la intuición artística. Otro ejemplo de su visión dialéctica nos lo da cuando admite por un lado que ciertas obras de arte «cumplen en la sociedad determinadas funciones sociales, religiosas, políticas, etc., y pueden convertirse así en objetos de la lucha social, de la lucha de clases», valiendo esto lo mismo para la arquitectura que para «las demás artes», pero señala por el otro que hay una «diferencia» entre aquélla y éstas, que «surge más bien dentro de la esfera estética». La explicación de Lukács es la siguiente: «en las demás artes, una realidad adecuada al hombre cobra forma por el hecho de que un específico medio homogéneo realiza su refiguración adecuada en la obra de arte. En la arquitectura se realiza en cambio una transformación correspondiente de una formación que sigue subsistiendo como realidad». Esto tiene como consecuencia, en la estética, «algunas modificaciones importantes en la estructura categorial de la obra de arte»[13]. En otras palabras, el realismo que puede proporcionarnos la abstracción o la evocación de la vida y la naturaleza en una obra de arte es relativo, depende de la época y del observador. En la arquitectura, por otro lado, la «forma de expresión» aparece como realidad, como vida o historia, en cualquier época y a cualquier espectador pudiendo suscitar de nuevo el correspondiente «reflejo estético». La visión dialéctica lukacsiana también es evidente cuando anota estas ideas que son la referencia o cita que Weimer simplifica exageradamente: «todo resultado tendría que resultar abstracto, sin mundo, si no fuera visible en él rastro alguno de su génesis. Pero eso no elimina —ni debilita siquiera— la contraposición cualitativa con las demás artes. Pues la arquitectura no expresa, como ellas, la lucha por el dominio humano de la naturaleza, el proceso de metabolismo entre la sociedad y la naturaleza, sino, ante todo, el sometimiento de la naturaleza a las necesidades de una concreta comunidad humana, y tanto el nivel alcanzado en ese terreno en cada caso cuanto las finalidades humanas efectivamente realizadas en el proceso»[14]. Esto es, la arquitectura responde, no sólo al placer que pueda provocar la refiguración y el reflejo estético de la realidad, sino también y sobre todo a la necesidad que la comunidad humana tiene de guarecerse, protegerse, desarrollar su vida, producir y reproducirse en un lugar concreto y seguro. Lukács especifica que no se refiere a la síntesis de lo social y lo natural, lo que equivale a decir que no piensa en el proceso histórico de la formación de los sentidos y las capacidades del hombre, de lo subjetivo y de lo objetivo trasladado al arte, sino en la conformación de un lugar dónde la comunidad humana ha de asentarse y prosperar produciendo sus medios de subsistencia. La aldea, la vivienda y la habitación surgen de esta apropiación humana de los ríos, de los campos, de los bosques, de los mares, pero sobre todo de los materiales naturales con los que el hombre forja utensilios y armas, y trabaja delimitando áreas de actividades y zonas seguras de existencia. Esa es, pues, la diferencia que Lukács ve entre las artes y la arquitectura. No dice en ninguna parte que la teoría de la lucha de clases o la explicación materialista de la historia tengan que pasar a segundo plano o dejarse de lado. Lo que sucede es que, en su manera de entender las cosas, Lukács considera legítimo explorar y rescatar los temas, que pasan por ser propios del idealismo burgués, para sumarlos a la causa del proletariado. Los conflictos que tiene en distintas décadas del siglo XX con el partido comunista y el marxismo-leninismo en general se dan porque sus obras son o parecen ser más idealistas que materialistas, cuando no más revisionistas que objetivas. En el Asalto a la razón, en Prolegómenos para una estética marxista y en Estética I, Lukács discute una amplia bibliografía idealista aduciendo que el materialismo histórico y la filosofía dialéctica son partes constituyentes de un todo; esto es, que el filósofo marxista no prescinde del mundo material cuando se zambulle en la esfera de la filosofía o de la estética más idealista porque con su crítica inmanente nunca deja de tomar partido por la clase revolucionaria, porque nunca tiende a desdibujarse en ella la estrategia de la lucha de clases. No es lo mismo demostrar puntualmente la presunta tendencia a relegar la lucha que sólo imaginarla o apenas insinuarla como hace Weimer. Sabemos que Weimer tenía como referencia el Manifiesto Comunista cuando escribe esto del «primado», porque, en la disertación de maestría que mencionamos en el estudio del primer ensayo, nos da la cita aquella de que «La historia de todas las sociedades precedentes es la historia de luchas de clases»[15] Incluso plantea: «Si toda la historia es una historia de lucha de clases, como afirma Marx, debe ser objeto de nuestro análisis interpretar la arquitectura a la luz de la lucha de clases dentro de la sociedad teuto-gaucha»[16] pero desecha este análisis porque en lo que él llama la sociedad teuto-gaucha no hay prácticamente más que una sola clase, la de los campesinos.

Como ya dijimos en nuestras pasadas conclusiones, el error de Weimer es suponer que las comunidades inmigrantes ya nada tienen que ver con la sociedad centroeuropea que abandonaron, y que están en Rio Grande do Sul en una especie de limbo. En otras palabras, en ese primer ensayo, Weimer concibe una historia que no va más allá de la inmigración y la colonia. Acá en cambio, en el segundo ensayo, apuesta por una historia que va desde la época colonial-imperial lusitana hasta la consolidación de la república. En esta sociedad lusitano-brasileña hay todo tipo de clases sociales, de modo que la lucha de clases como objeto de análisis parece más que justificada. Sin embargo, lo discutible es esa idea weimeriana de que Marx ponía la lucha de clases por encima de cualquier otra cosa, en este caso por encima de la apropiación de la naturaleza. Es innegable que el Marx de los 1840 y 1850 nos advierte de que no hay nada que hagamos que no esté determinado por la lucha de clases, por los intereses de las clases dominantes, por la manipulación y el control del poder material, por la superestructura que emana de la base económica capitalista, pero no es para afirmar que estamos condenados a someternos a ella, a simplemente reproducir o continuar ad æternum el círculo vicioso [cercle vicieux] de la lucha de todos contra todos. Lo que propone es romper con ese fatalismo acudiendo no a las frases retóricas, no a las batallas filosóficas, sino a las acciones reales, prácticas, en especial a aquellas que buscan soluciones de raíz, no meramente superficiales, no puramente aparenciales, simbólicas o demagógicas. Es pues en este sentido que la práctica revolucionaria de la que habla el Manifiesto tiene sentido. La lucha de clases importa porque existe, porque no depende de que estemos o no conscientes de ella, sino del hecho de que es uno de los principales factores que determinan nuestras actuales condiciones de vida. La propuesta de Marx es tomar control de esta lucha para invertir sus efectos, para convertirla de un medio de explotación en otro de liberación, precisamente para romper el círculo vicioso y deshacernos de su influencia de una vez por todas. Es por esto quizá que la frase «el primado de la lucha de clases», que utiliza Weimer, no se encuentra en ninguno de los documentos escritos de puño y letra por Marx y Engels (las MEW); tampoco en la Estética I de Lukács, salvo expresiones como «el primado de la unidad y la totalidad», «el primado de la contemplación» o «el primado de lo cósico sobre lo personal». En cambio, hallamos la frase en distintos documentos alemanes de los años sesenta y setenta, época en que Weimer pasó un tiempo en Ulm y, posteriormente, regresó a Alemania a reunir material para su investigación en curso. Acaso el primer germano que utiliza la frase «el primado de la lucha de clases» es Gustav Mayer, en el primer tomo de su biografía dedicada a Engels, publicado en 1920[17]. Mayer da a entender con esta frase que, gracias a la publicación del Manifiesto Comunista, la lucha de clases entre burgueses y proletarios no sólo se hizo consciente, sino que, además, se volvió el medio práctico y fundamental para transformar las condiciones de vida, tanto de la clase trabajadora como de todas las clases de la sociedad capitalista. Esa misma frase, pero con otros usos, aparece en Brasil desde fines de los años sesenta, en discusiones sobre filosofía marxista. En los años 1998 y 2003[18], Weimer recurre a frases o expresiones parecidas: el «primado de la forma», el «primado de la técnica y el funcionalismo» y el «primado de las operaciones mentales», dando a entender con ellas que se privilegia o se pone el acento en cada uno de los opuestos correspondientes al contenido, a los sentimientos y a las habilidades físicas. Marx no propone ir de un extremo al otro, sino superar la contradicción social, aniquilarla. No se trata para él de que el proletariado tome el poder en detrimento de la burguesía y de sus clases aliadas, tan sólo para continuar la explotación de los seres humanos, sino de contar con una clase revolucionaria capaz de emancipar a todas las clases sociales. Marx lo dice muy claro en Las luchas de clase en Francia, desde 1848 hasta 1850: «Este socialismo es la explicación permanente de la revolución, [es] la dictadura del proletariado, como necesario punto de tránsito hacia la derogación de las desigualdades de clase en general, hacia la derogación de todas las relaciones de producción, de las que ellas dependen, hacia la derogación de todas las relaciones sociales, que corresponden a estas relaciones de producción, hacia el trastrocamiento de todas las ideas, que nacen de estas relaciones sociales»[19]. Por último, comentemos la advertencia de Weimer. No sólo no se afilia a quienes hablan de una arquitectura moderna, sino que además dice muy vagamente que ella se implantó desde entonces, pensando acaso en la República Nueva. ¿La implantó por decreto el gobierno dictatorial de Getúlio Vargas? ¿Toma distancia Weimer del movimiento moderno sólo para ser más objetivo? ¿Se opone en el fondo a este movimiento? Esperamos disipar esta y otras dudas a través del estudio atento de los apartados que componen este su segundo ensayo.




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NOTAS:

[1] Weimer, Günter; Estruturas Sociais Gaúchas e Arquitetura; en A Arquitetura no Rio Grande do Sul; Editora Mercado Aberto; Porto Alegre, 1983; pp. 155-189. Las traducciones de todas las citas son nuestras.

[2] Ibíd.: p. 155.

[3] Ibíd.

[4] Ibíd.

[5] Ibíd.

[6] Ibíd.

[7] Ibíd.

[8] Ibíd.

[9] Ibíd.; pp. 155-156.

[10] Ibíd.; p. 156.

[11] Lukács, Georg; Estética I, la peculiaridad de lo estético. 2 Problemas de la mímesis; Ediciones Grijalbo; Barcelona - México, 1967; p. 166. Traducción de Manuel Sacristán.

[12] Ibíd.; 3 Categorías psicológicas y filosóficas básicas de lo estético; p. 121. Traducción de Manuel Sacristán.

[13] Ibíd.; 4 Cuestiones liminares de la Estética; p. 114. Traducción de Manuel Sacristán.

[14] Ibíd.; p. 122. Traducción de Manuel Sacristán.

[15] Weimer, Günter; Arquitetura Popular da Imigração Alemã; Segunda Edição Revista e Ampliada; UFRGS Editora; Porto Alegre, 2005; p. 400. Traducción nuestra.

[16] Ibíd.; p. 402. Traducción nuestra.

[17] Mayer, Gustav; Friedrich Engels, eine Biographie; Erster Band: Friedrich Engels in seiner Frühzeit 1820 bis 1851; Verlag von Julius Springer; Berlin, 1920; p. 309.

[18] Weimer, Günter; Arquitetura modernista em Porto Alegre: entre 1930 e 1945; Unidade Editorial; Porto Alegre, 1998; p. 39. Weimer, Günter; A vida cultural e a arquitetura na República Velha rio-grandense 1889-1945; EDIPUCRS, 2003; p. 23 y p. 89.

[19] Marx, Karl; Die Klassenkämpfe in Frankreich 1848 bis 1850; en Karl Marx - Friedrich Engels Werke; Band 7; Dietz Verlag; Berlin, 1960; pp. 89-90. Traducción nuestra.

1 comentario:

  1. Arq. Mario Rosaldo, simplemente quedo muy interesado en continuar leyendo tus siguientes análisis, par poder comprender como es que a mediados del siglo XIX se discutía o se proponían estos comentarios acerca de la de las prioridades, de la forma, de la esteticidad, de las necesidades propias de cada ser humano, pero como plantearlo desde una diferenciación de clases, esperemos los siguientes análisis, muchas gracias por mantenerme interesado

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