lunes, mayo 01, 2023

Arquitectura, cultura y lucha de clases en Brasil (Vigésima Parte)

POR MARIO ROSALDO




2

ESTRUCTURAS SOCIALES GAUCHAS Y ARQUITECTURA

(Continuación)

El primer apartado se llama El inicio de la administración autónoma. Weimer arranca aquí con un esquema que subraya la diferencia entre el tiempo que los portugueses controlan el este, el centro y el norte del país, y el que les toma ocupar el territorio sur en disputa con España. Con esto Weimer señala tres puntos sobre los cuales desarrollará algunas ideas. El primero es que, con el fin de la guerra de independencia y con el establecimiento autónomo-administrativo de la provincia de San Pedro, se cierra un ciclo de suma inestabilidad en el extremo más meridional de Brasil, durante el cual se forma «un estamento militar dominante». El segundo, que cuando se consuma la independencia, el territorio tenía ya suficiente tiempo en las manos de los portugueses que no podría ponerse en duda el carácter legal de su incorporación al Estado lusitano-brasileño. Y el tercero, que este ciclo de gran inestabilidad repercute también y por bastante tiempo en la vida independiente del territorio. Del «estamento militar» nos dice que, si bien su primera misión fue conquistar u ocupar el «territorio para la corona portuguesa», a fin de legitimar la posesión individual de la tierra, con el paso del tiempo estos militares se convirtieron ellos mismos en terratenientes, pues eso aseguraba su influencia sobre la administración de la provincia. De suerte que, a juicio de Weimer, esta presencia y esta conversión de una clase a otra «garantizaba y ratificaba toda la violencia practicada por la posesión de la tierra»[1]. Intentando precisar su narración histórica y, al parecer, también como una muestra del rigor con el que estudia las fuentes bibliográficas, Weimer rechaza que «la concesión de sesmarias»[2] se haya basado «en las virtudes guerreras y la capacidad de trabajo de los coroneles». Para Weimer, esta aseveración «no tiene fundamento histórico», esto es, no tiene un respaldo documental del cual pueda deducirse un argumento universalmente válido o de aceptación unánime. Asume que lo más lógico es lo siguiente: «En la medida que se organizaba una vida económica estable, basada en la cría de ganado, la legitimidad de las tierras dependía más de la astucia que de la valentía, más de la relación familiar y de favores que del desempeño militar, más de la “protección” de los generales que de la camaradería de barraca»[3]. De modo que, si se admite lo anterior, se puede aceptar igualmente que, para el estamento militar, volverse un «terrateniente significaba tener influencia en la administración provincial». Weimer nos hace en seguida una descripción esquemática de lo que en su opinión originaba la situación inestable de San Pedro: «Como el aparato administrativo era débil, el cuadro de la organización social tenía un aspecto celular»[4]. Pero —puntualiza Weimer— los latifundios eran independientes gracias a la existencia de «una rígida estructura militar» encabezada por «el coronel», a quienes apoyaban «peones, indios y esclavos». Entre las células o los latifundios, deduce Weimer, «se daba el espacio suficiente para la vida de los gauchos». Según Weimer, los gauchos de esa época eran «personas errantes, que vivían del contrabando, del robo y del asalto». Es decir, estos gauchos, a los que Weimer —siguiendo a sus fuentes documentales— califica también de «marginales» y «malhechores», eran la causa de la inseguridad que se experimentaba en todas partes, tanto en el campo como en los «conglomerados urbanos». ¿Insinúa Weimer que los gauchos habían medrado a causa de la precariedad social, del aislamiento casi feudal en el que se vivía, a pesar del carácter originalmente militar de la clase dominante? Esperemos poder responder esto más adelante.

Las pruebas empíricas que Weimer aporta para sostener lo que acaba de presentarnos son por lo pronto dos relatorios presidenciales. Uno de 1832: «“Las calles de la Ciudad (Porto Alegre) estaban solitarias, los ladrones invadieron todas las casas y tras repetidos intentos para robar los depósitos públicos, lograron sacar de la aduana una abultada suma... No fue sólo en la capital donde se manifestó este espíritu de rapiña: las villas de San José del Norte, San Antonio de la Patrulla y Río Grande fueron víctimas de los malhechores... ” (relatorio del presidente Antonio Galvão)»[5]. Y otro de 1830: «“Las autoridades son burladas y sin respeto, sus mandatos son despreciados hasta por los hombres criminales que continuamente van armados por las villas y poblaciones de su término atacando a los moradores” (relatorio del presidente Caetano M. Lopes Gama)»[6]. No es de admirar, anota Weimer, que en el tema de las obras públicas «las reivindicaciones de los presidentes dirigidas al Consejo Provincial» insistieran en una «estructuración del aparato represivo con prioridad en la construcción de prisiones». Y agrega: «El relatorio de 1830 hace el siguiente comentario al respecto: “El estado de las cárceles y de las prisiones militares no puede ser más deplorable: la descripción... de las que existen en esta ciudad es aplicable a todas las otras de la provincia”»[7]. La impunidad, destaca Weimer, era favorecida por la falta de un juicio a los criminales, eso explicaría el por qué culpados e inculpados debían permanecer hacinados en esos edificios inseguros e insuficientes. Vemos entonces que Weimer intenta describir la difícil situación que experimentaba la provincia de San Pedro valiéndose principalmente de los documentos de la época, empleando incluso algunos de los viejos términos. «La segunda reivindicación, complementaria de la primera, —continúa Weimer— era la construcción de cuarteles, sector en el que el panorama no era más halagador»[8]. De acuerdo al relatorio citado aquí por Weimer, no sólo había necesidad de cuarteles adecuados para los soldados de dos cuerpos de artillería, sino que además estaban alojados en lugares con funciones específicas distintas como el hospital militar de Porto Alegre, al no poder hallar casas particulares donde acomodarlos. Otros cuerpos, comenta el relatorio, están acomodados en «pequeños e insalubres edificios», que «son cavernas antes que habitaciones propias para los defensores del Estado»[9]. Sin explicarnos si los relatorios presidenciales dedican líneas a los debates políticos entre los liberales que demandaban autonomía para las provincias y los liberales que defendían la constitución y la sujeción de los gobiernos provinciales al poder central, o si es él quien hace la simple alusión, Weimer nos dice que: «En abril de 1835, cuando ya era evidente que el conflicto armado estaba a punto de eclosionar, el presidente Fernandes Braga se refirió a dos programas arquitectónicos más, merecedores de apoyo financiero del Estado: hospitales e iglesias»[10]. Será más adelante cuando Weimer nos hable expresamente de la revolución que lleva a Brasil del imperio a la república. Por el momento, seguimos en el período independiente. Pensamos que Weimer sólo se anticipa aquí para darle cierta coherencia a la exposición en general. «Hospitales, sólo tenían dos en toda la provincia», comenta Weimer: «el de Porto Alegre, en funcionamiento desde 1826 “sin tener otros rendimientos más que el de las limosnas y el beneficio de 10 pequeñas loterías” y el segundo estaba en Rio Grande, instalado en una casa y comprado con suscripciones populares»[11].

Se puede pensar que para Weimer la evidencia y la inminencia del «conflicto armado» tenía mucho que ver con la falta de obras públicas, con la prioridad que se daba a las cárceles, prisiones y cuarteles, dejando en segundo lugar los hospitales y las iglesias. Sin embargo, Weimer no se pronuncia al respecto. Se ve limitado por los documentos históricos a simplemente aludir o a dejar que el lector saque sus propias conclusiones. Así, nos pone ante datos que podrían por lo menos en parte explicar algunas de las causas de la futura revolución: «Su situación era tan precaria que, sin una ayuda de 500 mil reales, habría de cerrar en breve»[12]. La autonomía administrativa que Weimer menciona al comienzo es la explicación de lo siguiente: «Pelotas había constituido, en 1830, una caja de caridad cuyos recursos habían permitido la adquisición de un terreno para la construcción de un tercer hospital»[13]. La falta de autonomía política, por otro lado, explicaría el relativo abandono en que se encontraba la provincia de San Pedro de Rio Grande del Sur. Weimer lo dice con estas palabras: «Ante la precariedad del poder, una de las formas a través de las cuales se conseguía dar alguna consistencia a la sociedad era la iglesia, indisolublemente ligada al Estado, cuyas funciones trascendían en mucho el simple mantenimiento de la vida religiosa». Mantener la existencia de la iglesia era obligatorio para mantener el «orden estatal» en tanto «instrumento de coerción ideológica, que acumulaba buena parte del poder judicial»[14]. Sabemos por el propio Weimer que la clase dominante era la clase terrateniente derivada del «estamento militar». Entendemos que eso quiere decir que nunca hubo elementos representativos de la aristocracia lusitana entre esos militares al servicio de la corona portuguesa, o que al menos ya no había entre los posteriores latifundistas de San Pedro de la época independiente. Entendemos también que si hubo en Europa una alianza de la corona portuguesa con la aristocracia del clero, esa no se repitió por completo en América, donde predicaban predominantemente las órdenes mendicantes. Junto con la expulsión de los jesuitas, este predominio habría favorecido la incorporación de las órdenes al Estado durante la etapa del imperio independiente. De modo que cuando Weimer habla de la iglesia como «un departamento de la máquina administrativa del Estado»[15] no tiene en mente al alto clero, sino al clero pobre incorporado por la vía de la Constitución de 1824 al Estado. Cuando Weimer declara que competía al Estado «la construcción y el mantenimiento de los templos»[16], no hace otra cosa que caracterizarlo en términos constitucionales. Es tomando en cuenta este papel constitucional del Estado en sociedad con el clero que Weimer sugiere que la autonomía administrativa de San Pedro se complementaba en forma equilibrada con la autonomía de la provincia eclesiástica. San Pedro estaba obligado por ley a construir los medios que podían posibilitar la presencia y el fortalecimiento de la iglesia, pero desde luego calculando influir a través de ella: «y no fue por otra razón que a la víspera del conflicto armado se apeló a la liberación de recursos para tres iglesias: la de Rio Grande por solo poder abrigar a 1/20 de la población, la matriz de S. Antonio de la Patrulla por estar “sobremanera damnificada y arruinada” y la matriz de Pelotas, por no estar concluida»[17]. Weimer enfatiza el papel de «instrumento de coerción ideológica» del clero sin olvidar la estrecha relación con el poder judicial, pero no nos recuerda que el gobierno y el clero provinciales, por ser una sola autonomía administrativa, se regían constitucionalmente por la alianza entre Imperio e iglesia. No creemos que Weimer pierda de vista esto al encontrar interesante que, casi en medio del próximo estallido revolucionario, resultara necesario recuperar los edificios religiosos: «Otros templos no beneficiados o están incompletos o necesitan, por eso, de ser acabados, o están damnificados de modo que necesitan de grandes reparaciones e intervenciones (relatorio del presidente Antonio Rodrigues Fernandes Braga)»[18].

Hasta aquí hemos tratado de poner en claro la interpretación que hace Weimer de los documentos que presenta en calidad de objetos empíricos. Toca el turno ahora a las observaciones o críticas que podemos hacerle a su trabajo. Lo primero que nos llama la atención es que se afilia a los autores brasileños de los años 1940-1960 quienes en general hacen hincapié en el carácter violento de su independencia nacional. Para ellos no fue un simple reconocimiento jurídico-administrativo hecho por la Corte portuguesa, sino una auténtica conquista política obtenida por el levantamiento armado del pueblo y el derramamiento de sangre patriótica. Y esto porque, para autores brasileños como Sérgio Buarque de Holanda[19] o Gilberto Freyre[20], la estructura social impuesta por la corona portuguesa en Brasil, que presuntamente era de tipo patriarcal o casi familiar, hizo posible que no se dieran los marcados contrastes sociales, que en cambio surgieron en otras latitudes. Se entiende que, en especial para Holanda, tal ausencia de contradicciones sociales fue lo que impidió que hubiera una enconada lucha de clases durante el proceso de independencia nacional; es decir, impidió que éste fuera tan violento y sangriento como en el resto de América Latina. El antecedente de Holanda y Freyre fueron desde luego los historiadores brasileños del siglo XIX, para quienes no sólo se trató de una guerra de independencia, sino también de una inteligente diplomacia, no sólo para conseguir el reconocimiento del propio Portugal, sino también y sobre todo de las naciones más civilizadas de Occidente[21]. Así, pues, se puede decir que, de un modo u otro, los mismos brasileños han contribuido a propalar la idea de que una noche se acostaron siendo una colonia portuguesa y que al día siguiente se despertaron convertidos en un país independiente, sin disparar un solo tiro, como ironizaba Leopoldo Zea en un artículo: «Un buen día, el pueblo que se había dormido siendo parte de una Colonia, se despierta formando parte de un Imperio independiente. Así el Brasil inicia la misma marcha tomada por los países hispanoamericanos pero sin su violencia. La revolución es aquí sustituida por algo equivalente a la evolución. El Brasil, en forma natural, se transformará de acuerdo con sus necesidades, adaptando las formas políticas más de acuerdo con su desarrollo; casi sin tiranteces, como la fruta que una vez que adquiere madurez se desprende del árbol de que se alimentara y formara»[22]. Lo segundo que llama nuestra atención es la corrección que lleva a cabo Weimer de la historia brasileña. No sólo tiene en cuenta la interpretación que hace de Lukács, sino también a quienes han omitido el estudio minucioso de las fuentes documentales existentes. Es evidente que Weimer mantiene la exposición dentro de límites que respeta, no sólo por cuestión de espacio, sino también por método. Intenta controlar el famoso potro de la especulación ciñéndose a los datos fidedignos que los documentos históricos aportan. En este sentido, Weimer procede en forma contraria a como lo ha hecho en A arquitetura rural da imigração alemã, el primer ensayo que hemos estudiado. Si allá Weimer se vale primero de los vestigios existentes y luego de la documentación, acá procede al revés, comienza con los relatorios presidenciales y después sobrevuela los tipos de arquitectura que construía el Estado. Se puede decir, pues, que deja a un lado la obra arquitectónica en sí, para optar por los pensamientos de los protagonistas y testigos de los acontecimientos históricos. Es verdad que tanto las cárceles y los cuarteles como los relatorios presidenciales pueden darnos bastante información acerca de los fines que perseguían los arquitectos a cargo y la arquitectura que impulsaban. Sin embargo, las ideas deducidas directamente de la obra pública del Estado no son tan exactas como las que se ofrecen por escrito. Si incluso conociendo de primera mano el pensamiento del arquitecto que ha diseñado y construido una obra se puede especular lo que sea sobre ella, ¿qué se puede esperar cuando el presunto crítico se sostiene únicamente en su propio gusto, en sus muy personales ideas estéticas? Por eso, en vez de especular en el vacío, o sobre una supuesta estética objetiva, Weimer intenta deducir sus ideas sólo de los relatorios presidenciales. Para poder hacerlo, el método empírico le obliga a dejar de lado cualquier juicio que afecte o predisponga tanto la lectura de los documentos históricos como las deducciones obtenidas de ellos. ¿Consigue Weimer deshacerse de todos sus prejuicios, por lo menos de la mayoría de sus prevenciones? Estimamos que no, porque en su interpretación histórico-cultural soslaya varios aspectos, cuya ausencia formal no evita que sean la explicación más plausible, las determinantes más claras, de la situación que Weimer busca representar de manera congruente, como mínimo en sus rasgos más definitorios, basándose únicamente en la somera descripción que dan los relatorios. Por eso generaliza en su desacuerdo con otros historiadores en el asunto de las sesmarias o cuando habla del Estado y su relación con la iglesia. No puede quedarse tan sólo con lo que hay en los relatorios. Esperamos que más a delante podamos ver este punto a detalle.




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NOTAS:

[1] Weimer, Günter; Estructuras sociales gauchas y arquitectura; en A arquitetura no Rio Grande do Sul; Mercado Aberto, Série Documenta 15; Porto Alegre – RS, 1983; p. 156. Todas las citas de este ensayo son traducción nuestra.

[2] Ibíd. Sesmaria era la parcela que el monarca otorgaba a algunos de sus súbditos; por lo general se trataba de tierras sin cultivar. A partir de la independencia lusitano-brasileña en 1822, se exige una nueva legislación para las sesmarias, y comienza a haber cambios, pero no desaparecieron inmediatamente como forma de posesión de las tierras; sesmeiro era el poseedor de una parcela o de varias de ellas: la compra-venta de las sesmarias, o su adquisición por otros medios, originó los latifundios de los que habla Weimer.

[3] Ibíd.

[4] Ibíd.

[5] Ibíd.; p. 157.

[6] Ibíd.

[7] Ibíd.

[8] Ibíd.

[9] Ibíd.; pp. 157-158.

[10] Ibíd.; p. 158.

[11] Ibíd.

[12] Ibíd.

[13] Ibíd.

[14] Ibíd.

[15] Ibíd.

[16] Ibíd.

[17] Ibíd.

[18] Ibíd.

[19] De Holanda, véanse en especial: Raízes do Brasil e História Geral da Civilização Brasileira (dirigida por Holanda).

[20] De Freyre, véase sobre todo: Casa grande e senzala: Formação da familia brasileira sob o regime da economia patriarcal.

[21] En 1830, el número 16 del periódico O Brasileiro imparcial, decía: «Brasil ganó y conquistó su independencia, adquirió una Constitución Liberal, hace seis años; un monarca superior a las luces de su siglo, activo y emprendedor, dirige los destinos de nuestro Imperio: la Independencia está sólidamente hecha por el reconocimiento de todas las Potencias, y garantizada por un tratado especial con Inglaterra y Portugal: la Constitución (legítima incluso según los principios de la política europea, pues emana de la fuente de la legitimidad siendo ofrecida por el Monarca, y aceptada por los Pueblos) está asentada sobre cimientos inquebrantables, por las luces y el carácter asaz pronunciado de S.M.I., y por el espíritu de los pueblos de Brasil». Rio de Janeiro, p. 61. Traducción nuestra. Subrayado original.

Este mismo periódico consideraba que, a diferencia de Portugal, donde había una aristocracia de nacimiento y un alto clero, en Brasil había «aristocracia de capacidad» y un clero «poco numeroso y pobre», que recibía «subvención del gobierno como los empleados civiles»; la primera estaría formada por profesionales liberales y el segundo por religiosos interesados «en la ilustración y la prosperidad de los pueblos para que le paguen mejor al pie del Altar»; pp. 62-63. Traducción nuestra.

[22] Zea, Leopoldo; Romanticismo y positivismo en Brasil; en Diánoia, vol. 10, no. 10, Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM; México, 1964; p. 95.


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