miércoles, junio 07, 2023

Nuestra crítica al libro de Paolo Portoghesi en PDF

POR MARIO ROSALDO




Advertencia al lector


Cuando el acercamiento a los libros de crítica arquitectónica se hace por obligación escolar o curricular, no como consecuencia del desarrollo físico y espiritual del estudiante de licenciatura o del aspirante a un posgrado, las prisas y los atajos conducen a resultados paupérrimos, a lo más, a simples simulaciones de investigación. El dilema en la educación profesional ha sido hasta el día de hoy si los estudiantes deben expresar solos sus emociones e intereses o si por lo contrario deben ser guiados preceptivamente, esto es: dentro de límites protocolarios y académicos muy estrechos; lo que en realidad significa alejarlos de tales emociones e intereses personales con el argumento de que la escuela ofrece, o bien una opción más organizada y sistemática, o bien una respuesta mucho más científica, que las experiencias meramente individuales o subjetivas.

El profesor que deja solos a sus estudiantes ve un panorama desalentador. Puestos en libertad para expresarse, éstos no tienen nada que decir o solamente repiten viejos clichés. Se suele perder de vista que todo el proceso formativo anterior al profesional ha sido preceptivo, al punto de que el estudiante que llega a la universidad trae consigo el hábito de contenerse, de no dejar libre su propia manera de ser y pensar; de primero halagar a sus profesores para recibir a cambio la recompensa de la simpatía y la aprobación adulta y social, antes que defender sus puntos de vista acerca de cualquier tema o problema que se le plantee. El reto natural de la evolución, que es transformación al mismo tiempo que adaptación, se ha reducido en él, a través de la educación, a través del presunto refinamiento civilizador, a la sola posibilidad de incorporarse a lo existente y dominante, esto es, a la inserción laboral en la producción capitalista, en la sociedad burguesa, en el mundo actual. Aunque alguno que otro estudiante ve en la etapa profesional el momento para dejar atrás ese lastre reduccionista, el resto prefiere irse por lo trillado y seguro, no quiere arriesgar ese futuro que ha imaginado y que —calcula— se consigue en buena medida con los éxitos profesionales y con la aceptación de lo dado, lo común y corriente, lo adocenado.

En los últimos meses, estudiantes de arquitectura latinoamericanos y europeos han estado leyendo algunas de las cuatro partes que hemos publicado de nuestra crítica al primer capítulo del libro Después de la arquitectura del arquitecto italiano Paolo Portoghesi, rara vez todas ellas. Cumplen sin duda con una tarea encomendada sin que les interese verdaderamente ni el libro, ni nuestra participación. De todas formas queremos ayudarlos a salvar el escollo de la investigación impuesta, reuniendo los fragmentos en un formato más cómodo de leer y conservar. Recomendamos por supuesto que se confronte nuestro estudio con el libro de Portoghesi en tanto fuente original, y con cualquier otro libro al que se haga referencia allá y acá. Nuestra crítica es una aproximación que siempre podrá mejorarse o corregirse. Decimos esto porque la tendencia general lo mismo en los lectores que los autores y críticos es ver en la investigación y en sus conclusiones publicadas una verdad última y eterna. Pocos son los que prudentemente las miran como pasos provisorios de un incesante trabajo colectivo. No sólo el joven se deslumbra con la terminología, en especial si parece retar lo establecido, sino también el más experimentado. Evidentemente, eso va en contra de la vieja demanda a la acción inmediata, pero se lo justifica con la idea de que el cambio comienza con un nuevo discurso, es decir, con una nueva manera de pensar, concebir y enunciar las cosas. Así, jóvenes y viejos terminamos atrapados otra vez en la inacción o en las acciones puramente simbólicas; en el mundo de las apariencias, de la ambigüedad, de la confusión.

El libro de Portoghesi lo compramos por ahí de 1981, cuando apareció en castellano, siendo ya egresados de la facultad de arquitectura. Es difícil decir si entonces tuvo o no un gran impacto sobre las nuevas generaciones de arquitectos que lo leyeron, porque a diferencia de ahora no había forma de medirlo públicamente. Era casi imposible saber qué pensaba un profesor, un estudiante o un arquitecto diseñador y constructor, incluso preguntándoles directamente. Pocos años después llegamos a ver el volumen en el librero de algún joven arquitecto, pero nada garantizaba que hubiese sido leído y mucho menos que el propietario estuviese dispuesto a debatir las ideas portoghesianas. Ante todo era un símbolo de la época, que se adquiría para mostrar a todos que se estaba actualizado, que se era posmoderno, o por lo menos que se leía. Y es que en efecto los estudiantes en general tenían la impresión, causada por sus amigos o conocidos, de que los arquitectos no leían ni un solo libro. Se sorprendían por lo tanto de que algunos de ellos escribieran libros de crítica arquitectónica o de historia y teoría de la arquitectura. Aunque se alegue lo contrario, defendiendo la opción integralista, hay que reconocer que, en los setenta, la formación del arquitecto era predominantemente técnica, lo que tenía mucho que ver con este desinterés por un debate crítico-teórico que, encima de todo, parecía lejano en el tiempo y en el espacio. A eso hay que sumarle la poca difusión que tenían los libros por el costo y por la dificultad temática y terminológica con que los revestían.

En los ochenta, hubo una relativa mejoría en la difusión. En las librerías había crítica arquitectónica italiana, inglesa, francesa o estadounidense, pero incluso la mexicana y la latinoamericana resultaban ajenas a nuestra realidad porque profesionalmente nos habíamos formado con un pie en las enseñanzas de la arquitectura integral, cuya versión internacional era el objeto de la crítica posmoderna, y el otro en nuestra en esos días todavía muy limitada experiencia personal y social. Leer esa crítica daba la sensación de remar a contracorriente, lo que ciertamente le daba un atractivo, pero al mismo tiempo la encerraba en una esfera de acción demasiado abstracta, demasiado idealizada. Llevó años salir de ese primer laberinto, pero ciertamente comenzamos con estudios reales, comprometidos, no con simulaciones, no con sofisticados juegos de palabras.


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