miércoles, noviembre 01, 2017

Tradición y modernidad en Juchitán. Primera de dos partes

POR MARIO ROSALDO




Si creyésemos que la arquitectura, en cuanto arte, es expresión material del espíritu de los pueblos, de sus anhelos y sus creencias más profundas, o que toda construcción física —artística o no— es el producto evidente del trabajo de una comunidad entera, seguramente tendríamos la impresión de que la arquitectura tradicional de todo el Istmo oaxaqueño y, en específico, de Juchitán, existente y predominante todavía en los años cincuenta, sesenta o incluso setenta, se adecua mejor que la moderna al clima regional y a la manera natural de ser, pensar y sentir de sus pobladores en cuanto culturas autóctonas o pueblos originarios, razón por la cual el paisaje urbano en cada ciudad de esta región era bastante uniforme; esto es, no supondríamos que ha sido consecuencia de las condiciones económicas o sociales que se vivían en los años de su edificación; o, lo que es igual, no insinuaríamos siquiera que fue propiciada por una voluntad y unos intereses ajenos a los pueblos originarios. Asimismo, si partiésemos de esta asociación abstracta de ideas y experiencias podríamos argumentar que esa relativa uniformidad se alteró, sobre todo en los ochenta y noventa, con la irrupción de la modernidad promovida por los cambios políticos a nivel municipal y la realización de obras de infraestructura, uno de cuyos propósitos era remontar el rezago crónico en servicios públicos; es decir, no veríamos cómo fue el proceso histórico de incorporación de esta arquitectura tradicional a la vida del juchiteco, proceso en el que éste no tenía el control ni del mercado de los materiales de construcción, ni de los conocimientos técnicos del ramo. Por otro lado, si invirtiésemos la perspectiva descrita tomando por referencia, no los conceptos aislados de arquitectura, arte, tradición ni modernidad, sino este proceso en el que se configura el objeto arquitectónico en cuestión, y esas condiciones económicas del porfirismo que determinan las decisiones de individuo y colectividad, tampoco podríamos explicar cómo y por qué se da en Juchitán —y ciertamente en cualquier otro pueblo o nación— la apropiación de las casas, las calles y los monumentos, de la ciudad entera, a pesar de que no se tenía en esos días, como no se tiene ahora ni aquí ni allá, un absoluto control económico y político sobre ellos. El siguiente bosquejo intenta mostrar en su simplicidad que los juchitecos eligieron los tipos y partidos sencillos de sus viviendas, y de sus edificios en general, así como los materiales de construcción tradicionales, alentados más por las soluciones prácticas, heredadas de generación en generación, que por una necesidad espiritual de expresar su libre albedrío en cuanto pueblo predominantemente indígena; empujados más por la prosperidad de la sociedad porfirista que por ideales de emancipación.

El progreso económico que comienza a experimentarse a partir de los años 1880 y 1890 es el factor decisivo que permite a los juchitecos edificar muchas de las casas familiares que se conservaron hasta la segunda mitad del siglo XX, otras de estas casas se construyeron, por supuesto, en los 1920 y los 1930. Sin duda, la prosperidad de algunas familias dedicadas a la agricultura, a la ganadería o al comercio y el recuerdo de los incendios pasados, cuando las casas eran de carrizo, barro, palma y piso de tierra, aumentó el número de las casas de «material», como se decía entonces, hechas de muros de ladrillo de barro cocido asentado con mezcla o mortero de cal, arena fina y agua, jaharrados con la misma mezcla y enlucidos con cal; casas de una o más piezas con pisos de ladrillo de barro cocido o todavía de barro natural, y baño o retrete independiente, incluyendo a veces zaguanes o pórticos y columnas, patio al frente o interior, y, con frecuencia, un pozo de ladrillo cuya roldana pendía de una viga de madera; con cubiertas a un agua o dos, de vigas y entablado de madera con tejas estribadas a la teja vana, esto es, asentando las canales sin rellenar el hueco intermedio con cascote o barro, y tomando la cobija (la teja con la cara hueca hacia abajo) dos canales inmediatas (Bails, 1802). La técnica se usaba desde la época de la Colonia, y aunque la expresión «a la teja vana» alude a todo edificio, cuarto o pieza que no tiene más cubierta que el tejado, el sustantivo «tejavana» o «tejabana» en esas fechas se aplicaba también a una simple techumbre, por lo común sin muros, según consta en los edictos de los viejos periódicos oficiales oaxaqueños. Si bien en los 1880 se importaron contadas máquinas para elaborar ladrillos en las décadas mencionadas, que impulsaron el establecimiento de fábricas de ladrillos en la ciudad de México y en algunos estados del país, el uso del ladrillo también es colonial. Desde los 1890, por lo menos, el porfirismo favoreció la construcción de casas campesinas de adobe y tejas en las regiones rurales, y de edificios públicos o privados en las ciudades más importantes. Es en esos años cuando se rehabilita el palacio municipal de Puebla, y se envía desde la ciudad de México el reloj que habrá de lucir el palacio municipal de Juchitán. Así, el martes 23 de abril de 1895, el periódico La Patria, de Don Ireneo Paz, comentaba brevemente en la página dos: «Hermoso edificio. Lo será, según se dice, el Palacio Municipal que se construye en Juchitán, Estado de Oaxaca». El estilo de este palacio no es colonial, a pesar de los arcos de medio punto que forman su logia. Tampoco es obra de granito, sino de ladrillo. En la fachada del primer piso, los arcos estriban o se asientan en machones adornados con las molduras del capitel y pilastras en cada uno de ellos. La idea de los arcos es restar peso al conjunto. En el segundo piso la fachada se compone de puerta-ventanas con fajas en sus jambas y dinteles, coronadas con frontones, incluyendo todas balcones con herrería que aprovechan el resalte de la primera cornisa, las cinco puerta-ventanas centrales están flanqueadas por pilastras superpuestas y una media caña; en los muros intermedios se adosan columnas de media caña y el paramento remata con la cornisa y el pretil de la azotea. Arriba y al centro del edificio, destaca el reloj. El palacio de Juchitán fue construido y rehabilitado en varias etapas, las ultimas en la segunda mitad del siglo XX, no obstante, podemos decir que, con su austeridad y simetría, aun apegándose en general al influyente estilo clasicista del México decimonónico, es también un intento ecléctico de unir la tradición ya ida con la modernidad naciente, conforme la reconocida tendencia del porfirismo.

En 1897, a partir del 5 de junio, ocurren en el Istmo oaxaqueño una serie de temblores que dejaron en ruinas la ciudad de Tehuantepec y deterioraron casas y edificios de Juchitán, en diciembre vuelve a repetirse la situación. Estas son dos crónicas de la época:

Seiscientos temblores en Tehuantepec
Relación de un testigo presencial
Acaban de llegar á esta Capital los Sres. Ernesto y José Fábregas comerciantes españoles establecidos en San Gerónimo punto situado á una hora de ferrocarril de Tehuantepec.
Hemos tenido ocasión de hablar con uno de estos señores el que nos ha dado algunos detalles sobre la tremenda conmoción seísmica porque acaba de pasar el Istmo.
Tehuantepec, dice el Sr. Fábregas, es ya sólo una ruina, por sus calles, de por sí solitarias y faltas de animación, no transitan más que contadísimas personas, en cuyos rostros el terror y el pánico han impreso sus huellas.
Las airosas tehuanas han huído á diversos puntos de Oaxaca, y en torno de los pajizos jacales abandonados merodean sólo algunos perros hambrientos.
Hasta el momento en que los Sres. Fábregas salieron para esta Capital se habían contado 584 temblores.
La mayor parte de los edificios se han derrumbado en todo ó en parte y los poquísimos que quedan en pié están completamente cuarteados.
Los tehuanos, esa clase especial del pueblo de Tehuantepec es esencialmente religiosa y para aplacar lo que ellos creían cólera divina organizaron procesiones casi diarias.
Al producirse uno de los múltiples temblores, un Doctor que habitaba en el Hotel Europa, salió corriendo de su habitación, y en su precipitación por huir cayó dentro de un pozo que había en el patio pereciendo ahogado.
En la ciudad no queda ninguna persona notable á excepción del Jefe Político, el Arzobispo y algunos comerciantes, á quienes allí detienen sus ocupaciones.
Han venido á acompletar la obra destructora de los temblores, unas copiosísimas lluvias que han concluido de minar los ya cuarteados edificios.
El foco principal del movimiento seísmico abarca las poblaciones de Tehuantepec, Juchitán, Ixtaltepec y la Mixtequilla.
El Palacio Municipal se ha hundido en tres lados diferentes, al Palacio Episcopal se le desplomó toda la parte posterior y la Iglesia de Ixtaltepec está enteramente destruida.
En Juchitán, los temblores han causado enormes averías y también la población ha huido poseida de terror pánico.
Mucho tiempo pasará para que esa porción del Istmo vuelva á su anterior estado comercial y social.
Las pérdidas son incalculables.
El Popular. México. Martes 29 de Junio de 1897, p. 3

Temblores en Tehuantepec
En esta región de la República, tan cruelmente desolada por los terremotos, tuvo lugar uno el día 4 del presente, y tan intenso en su trepidación que casi no ha dejado casa en Ixtaltepec y en Juchitán sin graves detrimentos en su construcción. El movimiento séismico tuvo lugar en los momentos en que una numerosa concurrencia se dedicaba a celebrar con baile público en la plaza del mercado, la llegada de la Comisión encargada de distribuir los donativos colectados para auxiliar á las víctimas de los anteriores terremotos. No es necesario decir que aquella reunión alegre se dispersó rápidamente, ocupándose cada cual en implorar la misericordia divina.
La Voz de México, México, Sábado 25 de diciembre de 1897, p. 3.



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