viernes, enero 01, 2021

Arquitectura, cultura y lucha de clases en Brasil (Decimocuarta parte)

POR MARIO ROSALDO




1

LA ARQUITECTURA RURAL DE LA INMIGRACIÓN ALEMANA

(continuación)


El quinto apartado se titula «La arquitectura de la casa del inmigrante»[1]. Weimer comienza hablándonos aquí de un «ansia» que lleva al colono a «reconstruir la aldea ancestral», la que le habría impedido actuar conforme a «un análisis racional». Con «ansia», por lo tanto, Weimer se refiere más que una actuación del todo impulsiva, a una actitud y una planeación pragmáticas basadas en «un repertorio formal que le era familiar» y en «sus posibilidades materiales» para intentar la reproducción del modelo ancestral[2]. Este «repertorio formal» son presuntamente esas ideas asociadas a la cultura y a la vida campesina que, de acuerdo a lo dicho por Weimer, fueron las únicas posesiones que el emigrante germano había podido salvar a la hora de verse obligado a salir no sólo de sus comunidades rurales sino al mismo tiempo de Alemania.

Por lo que apunta en el segundo párrafo, nos damos cuenta de que Weimer tiene clara la retrospectiva histórica, que no confunde la primera etapa de colonización con la de parcial integración a la sociedad lusitano-brasileña. Por eso precisa ahora que esta «ansia» no se observa desde el comienzo, sino que resulta sólo después, cuando la situación económica de los colonos teuto-gauchos ha mejorado, ya que es hasta ese momento que hacen traer artesanos de Alemania para acabar de reproducir los modelos de las casas de sus aldeas originarias. Sin embargo, la retrospectiva de Weimer y la historia de los sistemas constructivos, bajo-sajón y franco, dominantes en las colonias teuto-gauchas, implícita en los levantamientos físicos de los vestigios arquitectónicos, de los que Weimer habla, no le permiten diferenciar empíricamente esas primeras etapas (donde urge más establecerse y ponerse a producir para sobrevivir en la nueva realidad, que pensar en una composición «plástica» llena de símbolos ligados al pasado) de las últimas. Se entiende, en consecuencia, que son la descomposición espacio-funcional del esquema levantado y las entrevistas realizadas a los descendientes de los colonos, las que llevan a Weimer y sus asistentes a simplemente suponer que en algún momento aquello debió ser una «habitación» bastante más funcional que una choza precaria. Esto se traduce por un lado en que los vestigios de las colonias y los modelos de sus lugares de origen no remiten necesariamente a todo el proceso de construcción habitacional ocurrido en Rio Grande do Sul, porque incluso la casa definitiva podía ser ubicada en una parte del lote distinta a la del rancho inicial, y por el otro en que, consecuentemente, Weimer y sus ayudantes tienen que valerse de hipótesis sin posibilidad de corroborarlas en absoluto con los vestigios censados y representados en croquis, planos y fotografías, ni con las entrevistas, ni con los documentos históricos escritos o gráficos. No es sólo que Weimer crea que este «resumen libre» de su disertación de maestría cuente con una base más empírica que hipotética, sino que, encima de todo, intenta convencernos de que lo hipotético es real por el solo hecho de haber sido propuesto.

En este segundo párrafo, pues, Weimer nos lleva del presente al pasado comenzando el «análisis» con «la arquitectura vestfaliana» de la que, dice, se tiene «subsidios más detallados» que del resto. La descripción sin embargo es una mezcla de lo que sería una casa en la región alemana de Vestfalia y de lo que esa misma casa llegaría a ser en Rio Grande do Sul: «Su casa ancestral estaba subdividida en sala de convivencia y trilla, la que a su vez estaba zonificada en cocina y atrio de actividades múltiples, con dos galerías laterales donde se abrigaba a los animales, “explotadas” en sus múltiples funciones»[3]. No hay manera de comparar la casa originaria de Vestfalia con su derivación colonial teuto-gaucha. Están sobrepuestas. Conque se supone que vemos el proceso de transformación a partir del resultado: «El atrio cubierto se transformó en patio abierto y en su alrededor se construyeron edificaciones aisladas, una para cada especie animal»[4]. Ahora bien, un par de líneas abajo, Weimer hace un comentario que, aunque se pudiera pensar lo contrario, no es de ninguna manera una modificación de su tesis presuntamente correctora del modelo de la sociedad capitalista de Marx, el de la base y la superestructura (aunque entendiendo la base como «infraestructura», según la tradición marxista brasileña), sino su confirmación: « … si esta multiplicación de los predios correspondió a una imagen atávica, no es menos verdad que ella también corresponde a una forma posible de realización material»[5]. En cierta medida, con esta concesión a la «realización material», Weimer no sólo acepta —voluntaria o involuntariamente— que había que poner en práctica tales ideas, que había que construirlas, sino además que a la par de las ideas atávicas los campesinos desarrollaban un trabajo físico específico. Por si fuera poco, Weimer nos da a entender que durante el proceso del establecimiento colonial había unas necesidades más inmediatas que otras. Nos dice de entrada que tan pronto como llega al lote el colono construye «una simple choza de hojas para abrigarse junto con sus pertenencias». Pero luego puntualiza que el recién llegado comienza abriendo un claro en el monte del lote para definir tanto el área de «las primeras siembras» como el «lugar adecuado para la construcción de un rancho provisional», que consistiría de «una sola pieza», donde moraría[6]. En seguida acota: «Atendida esta necesidad más inmediata, se dedicaba con toda energía a la deforestación y a la plantación»[7]. Es verdad que su tesis no sostiene que la «infraestructura» no influye sobre la cultura, sino más bien que «en ocasiones» ésta incide a su vez sobre aquélla. ¿Por qué entonces Weimer no acepta desde el inicio que los campesinos salieron de Alemania con su fuerza de trabajo, además de sus ideas ancestrales? ¿Por qué exagerar el papel influyente que pudieron tener estas ideas en su desarrollo económico como colonos en el sur del Brasil? Esto obedece sin duda al apremio que siente por demostrar su tesis. Pero, poner el énfasis en la cultura como la parte humanizada del modelo social de Marx, no sólo indica que hay un error de interpretación de su teoría, sino igualmente que hay una completa distorsión del modelo marxiano. Volvamos al argumento de Weimer. Según él, la historia de la arquitectura de las colonias teuto-gauchas refuta parcialmente el mencionado modelo, entendido por Weimer, desde luego, como un modelo económicamente determinista; pues, lo que deduce él es que, pese al medio natural y político-económico del todo distinto al de las regiones de origen de los campesinos inmigrados, éstos pudieron conservar por lo menos parte de su identidad cultural. De acuerdo a Weimer, entonces, aunque la «infraestructura» por lo regular tiene un fuerte efecto sobre toda cultura originaria o trasplantada en cualquier región del mundo, en el caso particular de los colonos teuto-gauchos, las ideas centenarias importadas de la Europa Central habrían conseguido contrarrestarla un poco e incidir claramente en lo «infraestructural» del Brasil imperial y republicano modificándolo de manera material y simbólica. Sería uno de pocos casos excepcionales, en el cual —siempre conforme a Weimer— de ninguna manera se podría ni se debería hablar de pérdida o de corrupción de la cultura originaria. De suerte que, al escribir la frase «esta necesidad más inmediata», Weimer probablemente está pensando en que la naturaleza y la realidad social —en principio determinantes o ineludibles— poco a poco van a dejar su lugar predominante al «ansia» de reproducir en las colonias teuto-gauchas, incluso como meros remedos, los modelos de las casas y las aldeas ancestrales de las comarcas originarias. Aun si fuera sólido este punto de vista weimeriano, que no lo es porque no corrige al modelo real, sino a la equívoca interpretación de terceros, no se justifica hablar de la importación campesina de sólo ideas atávicas. Aquí se pasa por alto un hecho innegable, que los individuos nunca llevan o traen consigo sólo su fuerza física, sólo su fuerza de trabajo; con ella vienen siempre sus ideas, actuales o potenciales.

Hay que considerar, asímismo, que la aparente inocua descripción de la casa vestfaliana, que en el discurso se va transformando de una simple habitación a otra más compleja y funcional, pretende convencernos de que estamos siendo testigos de un proceso real que explicaría sólidamente lo que en Weimer y su grupo en realidad es apenas una hipótesis acerca de cómo pudieron ser las primeras etapas de la casa vestfaliana. Así, nos explica que las actividades básicas de supervivencia del colono, como guarecerse, comer, cocinar, estar, convivir, etc., iban haciendo cada vez más eficientes o funcionales las áreas en las que se realizaban[8]. Nótese que Weimer describe los presuntos hechos como si cada problema que planteaban tales actividades llevara a una solución práctica inmediata, esto es, sin mediar «teoría» alguna, salvo, frecuentemente, las reminiscencias del modelo ancestral. Tenemos, entonces, que, a la cocina «a fuego abierto», que tenía el «inconveniente» del humo, se le anexó «un tiro por el lado del frente»[9]. En el anexo del tiro se «colocó, a un lado, la mesa para las comidas, al otro, el fuego abierto sobre el cual colgaban las cacerolas suspendidas de una cadena atada a una viga del techo»[10]. Las entrevistas a los descendientes se basa ciertamente en lo que los padres y los abuelos, o cuando mucho los bisabuelos, podían recordar; pero Weimer describe la escena como si atestiguara él mismo el accionar del campesino y la edificación de las benefactorías en el lote: «Cuando volvía la primavera, se dedicaba de nuevo a la agricultura y a “hacer tierra”, esto es, a derribar el monte para quemarlo cuando quedaba seco. Con la venta de parte de la cosecha, compraba una vaca. Ésta requería ser albergada y alimentada. De ahí surgió el establo y el potrero»[11]. Esto que parece un burdo trabajo empírico del campesino, porque resuelve problemas inmediatos sin romper casi nunca con los modelos germanos, sin proponerse «nuevas» ideas, no debilita la tesis weimeriana, en vista de que, para él, no es ni la actividad física ni la necesidad inmediata la que impulsa al campesino inmigrado, sino el atavismo, las ideas heredadas y enraizadas en su mente. La referencia para Weimer es invariablemente la solución estandardizada ancestral. Por eso, con el correr del tiempo, nos dice, surgieron el resto de las benefactorías, que luego se ampliaron y diversificaron; y a cuyas «funciones tradicionales» se «agregaron algunos programas nuevos, desconocidos en Alemania», tales como: «la molienda de caña, el granero de maíz y, tal vez, un monjolo para descascarar cereales o moler la yerba del mate»[12]. Obsérvese que lo nuevo es sólo eso, un agregado: una adaptación que no modificaba de ningún modo la percepción que se tenía a la distancia de la casa ancestral. Esta adaptación sin la pérdida de la identidad cultural también les posibilitó, nos sigue diciendo Weimer, «aprender nuevos procedimientos higiénicos como la construcción de fosas negras a las cuales dieron el nombre de Kabunge (de kibungo, del bantú, ¿quién lo diría?)»[13]. Por fin, añade, «después de 10 a 30 años de establecido, el inmigrante podía aventurarse en una empresa mayor: construir su residencia definitiva». Traídos gradualmente de Europa o acaso surgidos de entre los campesinos, «los artesanos —asegura— tuvieron que usar toda su creatividad para adaptar sus conocimientos a la nueva realidad». Weimer sabe o supone que estos artesanos habían tenido «tiempo suficiente para conocer la gran variedad de maderas»[14] existentes en las cercanías de las colonias. Igualmente afirma que los «pedreros ya habían descubierto los lugares donde podían explotar la piedra de gres», o que las «herrerías ya estaban instaladas». Alguno de los entrevistados le dijo a Weimer, o éste se imagina, que la construcción de la casa se iniciaba sólo tras «largas consultas y no pocos debates (...) pues debían resolverse muchos problemas nuevos»[15]. De modo que mediante este empirismo aparente, lo que Weimer defiende es más bien su idea central, la de que los inmigrantes de origen germánico siempre supieron y pudieron conservar su cultura pese a las presiones del medio físico y social sulriograndense en el que vivían.



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NOTAS:

[1] Weimer, Günter; «A Arquitetura Rural da Imigração Alemã»; en A Arquitetura no Rio Grande do Sul; Editora Mercado Aberto; Porto Alegre, 1983; p. 109. Las traducciones de todas las citas son nuestras.

[2] Ibíd.

[3] Ibíd.

[4] Ibíd.

[5] Ibíd.

[6] Ibíd.

[7] Ibíd.

[8] Ibíd.

[9] Ibíd.; pp. 109-110.

[10] Ibíd.; p. 110.

[11] Ibíd.

[12] Ibíd.

[13] Ibíd.

[14] Ibíd.

[15] Ibíd.

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