miércoles, noviembre 24, 2021

16 años - Crítica arquitectónica de confrontación constante

POR MARIO ROSALDO



Este 24 de noviembre estamos cumpliendo 16 años de trabajo de publicación en Ideas Arquitecturadas. Aunque algunos temas de estudio se han ido aclarando durante estos años, lejos estamos de dar por sentado nada. Como nuestros lectores deben saber, nuestro método crítico es una confrontación constante del pensamiento de arquitectos, historiadores o filósofos, no con cualquier opinión ajena, espontánea y sin fundamentos, ni con pretendidas voces e interpretaciones «autorizadas», o «reconocidas», sino con el referente real que le da estricto sentido, ya porque los autores lo indican directamente al asumir un punto de vista realista y científico, ya porque lo aluden al abogar por una mezcla de idealismo y realismo, o sólo por el idealismo. Se entiende en consecuencia que también confrontamos constantemente nuestro propio trabajo de investigación con la realidad histórica y actual.

Cuando los científicos sociales, como los historiadores o los arqueólogos, no cuentan con documentos suficientes, ni con los conceptos expresos de una civilización o de una cultura, para establecer cuál era el sentido o significado originario del pensamiento que las motivaba, se apoyan tanto en los escasos datos reales como en sus interpretaciones o asunciones, derivadas del estudio científico in situ y en el laboratorio de los vestigios y del terreno, a la vez que de su experiencia en la comprobación metódica —parcial o completa— de anteriores casos similares. Estas asunciones se formulan como una hipótesis, esto es, como una respuesta provisional del problema. Obviamente, sólo nuevos datos reales podrán corroborar esta hipótesis, no las puras asociaciones, pues no se trata de reemplazar el objeto real de referencia con otro distinto, mucho menos con un objeto imaginario o inexistente. Algunos de estos científicos sociales son prudentes al compartir sus hallazgos e hipótesis con los medios de información, otros sin embargo los presentan como si se tratara ya de un modelo teórico definitivo e irreemplazable. Esto no hace más que acentuar la tendencia injustificada de la gente a creer que todo lo que se publica o se difunde a través de instituciones públicas y privadas, por el simple hecho de estar firmado por alguien de renombre, o por sólo parecer razonable y convincente, es verdad irrefutable y hasta absoluta.

Hay una enorme diferencia entre defender un modelo teórico por razones políticas y defenderlo por razones científicas. Lo primero es poner por encima de la realidad el modelo explicativo, hacer que predomine la visión política de un bando sobre otro. Lo segundo en cambio es confrontar el propio modelo teórico con la realidad haciendo a un lado banderas y consignas: es encontrar sus posibilidades y, al mismo tiempo, sus límites reales. Entre los historiadores y sociólogos es común identificar este modelo teórico, o bien con Karl Marx, o bien en contra suya, para establecerlo o para superarlo de una vez por todas. En nuestra investigación hemos detectado que el principal error de los detractores de Marx, pero igualmente de sus defensores, proviene tanto de las malas traducciones hechas a las obras de este autor como de las pésimas interpretaciones de unos y otros, pues hasta los mismos germanoparlantes han fracasado en esta empresa. El problema ha sido determinar cuál es el objeto real de Marx; sin embargo, hasta ahora se lo ha planteado sólo como una elección entre la economía y la cultura. La discusión al menos se ha desarrollado alternativamente sobre ésta o aquélla. Y desde luego no han faltado quienes queriendo hacer tabula rasa de la teoría Marx-Engels la han echado sin más de la discusión, desacreditándola con embustes que sólo creen los desprevenidos. En el fondo, esta discusión no es más que la toma de partido por el mundo real o por el mundo de las ideas puras; por el concepto científico de la vida material o por la creencia berkeleyana-schopenhaueriana de que sólo existe el ser que piensa el objeto, mas no el objeto independiente. Se intentó desacreditar a la ciencia moderna desde su mismo surgimiento en los siglos XVI y XVII para conservar, primero, y devolverle, después, a la aristocracia y sus aliados su secular influencia material y espiritual. Desde fines del siglo XIX se dirigió una crítica a la ciencia, que intentaba completarla en su presuntamente limitado empirismo. En el siglo XX se cuestionó que la ciencia, la industria y la tecnología pudieran ser las bases ciertas de un progreso seguro y permanente. Entre las consecuencias, no sólo se vio eclipsarse la educación laica, sino que también se vio la difusión a diestra y siniestra de diversas formas de misticismo y superstición, sin olvidar los fanatismos de toda índole. En aras de la conciliación de los opuestos, la educación siguió el camino del viejo «racionalismo empírico» (también «empirismo racional») o de «el justo medio» aristotélico.

Por nuestra parte, hemos evitado echar a volar libremente la imaginación o especular en el vacío porque esto es sustituir de plano la realidad con la fantasía, porque resolver en el solo discurso los problemas reales —por ejemplo, con nuevas definiciones de conceptos o con nuevas palabras— es solamente solucionarlos de manera discursiva, retórica, simbólica, metafórica, pero no real. Llamar de otra manera las cosas no las transforma, siguen siendo física o materialmente lo mismo; porque una interpretación subjetivista se apoya más en las ideas preconcebidas del presunto investigador —o del partido teórico que éste abrace— que en el objeto real, en el referente real directo o indirecto del pensamiento estudiado. Esto lo hemos visto criticando a arquitectos y a filósofos, quienes, deliberadamente o no, han sustituido el sentido originario de un pensamiento por el sentido que ellos tenían en mente incluso antes de iniciar sus interpretaciones. A veces sucede así porque pierden de vista el objeto real que determina el significado del discurso de un autor fuente, clásico o contemporáneo; o lo confunden con lo que ellos arbitrariamente definen como realidad. Otras porque consideran que tal objeto ya no existe más y debe ser reemplazado por un «nuevo concepto de la realidad», que corresponda a la «pluralidad», a la «complejidad» o a la «diversidad» de lo que ellos sostienen debería ser la realidad por lo menos para la arquitectura y la filosofía, sin más pruebas que sus propias interpretaciones subjetivistas. Si bien estos arquitectos y filósofos todavía no llegan al extremo de negar la existencia independiente del mundo real, están muy cerca de reducirlo a su sola forma ideal, a las puras categorías del discurso y del pensamiento.

1 comentario:

Exprésate libre y responsablemente.