miércoles, mayo 01, 2019

Arquitectura, cultura y lucha de clases en Brasil (Decimotercera parte)

POR MARIO ROSALDO




1

LA ARQUITECTURA RURAL DE LA INMIGRACIÓN ALEMANA

(continuación)

Cuando relacionan el modelo de la aldea originaria con el lote colonial y su composición, asegura Weimer, sus asistentes y él pudieron explicarse finalmente el por qué de «las diferentes formas de patios». Inicialmente, confiesa, sólo les habían parecido «variantes del mismo tema». Ahora era evidente que estaban frente a «una reinterpretación del espacio “urbano” de la aldea». Prueba de ello sería que los colonos de origen renano «construían de una forma más libre, a la manera del Punkdorf», que los procedentes de Vestfalia «tenían por arquetipo el Angerdorf en su patio, que “da paso” del acceso de la trocha [picada] al camino que pasa por las plantaciones, y que «los pomeranos construían un patio con una geometría bastante definida, a la manera del Rundling»[1]. Nadie puede discutir que estas referencias culturales hayan existido en los campesinos inmigrados, sin embargo, de ahí no se deduce, excepto mecánicamente, que éstos pensaban en aquéllas incluso por encima de las necesidades reales que les imponían las nuevas condiciones materiales de vida en el sur de Brasil. Las presuntas «concesiones» que los campesinos hicieron a tales condiciones, insinúa Weimer, habrían sido mínimas comparadas con la «resistencia cultural» que el «remedo» de reproducción de los modelos originarios significaría. Eso, en pocas palabras, quiere decir que, por encima del mundo real, del mundo práctico, en las colonias teuto-brasileñas casi siempre dominó el mundo de las ideas, de las creencias y de las supersticiones. Weimer no insinúa que los campesinos inmigrados vivían en uno y otro mundo alternadamente, ni al unísono, sino que la separación entre ambos era tan tajante y excluyente como los opuestos clásicos de la necesidad y la libertad, o la conciencia pura y la «cosa en sí». El punto de partida de Weimer no es dialéctico, aunque parezca introducir un movimiento dialéctico cuando asegura que la cultura «en ocasiones» también afecta a la «infraestructura». En realidad toma partido por la tendencia brasileña, que, inspirada en los estudios culturales y el funcionalismo, supone completar a Marx cuando incluye la cultura en el modelo de la superestructura y la base económica[2].

Al sostener el enfoque idealista, Weimer y su gente no reconocen que las transformaciones del medio ambiente (la tala del monte, la edificación de la habitación y las factorías, el cultivo de plantas y granos, la cría del ganado, etc.), que es resultado del trabajo físico e intelectual del individuo y la colectividad, no de las puras ideas ancestrales y atávicas, fueron mucho más que simples «concesiones» hechas «en función de las modificaciones infraestructurales», como simplifican Weimer y su gente en obvia alusión al modelo marxiano de la sociedad capitalista, pero entendiendo el concepto de la base económica como una mera «infraestructura» (topografía burocrática y obra civil al servicio del Estado y sus leyes). Si recordamos que los campesinos abandonan Europa para escapar de la capitalización germana, para sobrevivir en condiciones materiales menos agresivas que las tenidas en Alemania, veremos en seguida que las conclusiones de Weimer son equivocadas. Weimer no llega a sus conclusiones a través de puros hechos comprobados, como quiere creer, sino por medio de la interpretación prejuiciada que hace de los datos obtenidos en una investigación de enfoque culturalista; en particular, a través de un razonamiento que pretende ser lógico y empírico a la vez. La primera premisa de este razonamiento es la de que la «composición plástica» del lote no corresponde a la del modelo originario. La segunda es la de que no son las tierras comunales el modelo que se siguió en Rio Grande do Sul, sino el de las aldeas de las regiones de procedencia. De ambas premisas Weimer desprende la primera conclusión, conforme a la cual las diferencias compositivas entre la aldea originaria y el lote, así como entre los tipos de propiedad de la tierra, obligaron a alterar burdamente el modelo centroeuropeo: «La aldea era colectiva con tierra común. El lote era individual y la tierra era posesión privada. Las tierras de la aldea tenían la forma que tendía al círculo y el lote era una faja rectangular rígidamente definida»[3]. Estas obvias diferencias físicas, que, no olvidemos, en Weimer son diferencias «compositivas» y «plásticas», abstractas o ideales, harían que «los largos y estrechos canteros de cultivo tuvieron que acortarse y ancharse» de acuerdo a las dimensiones de los lotes coloniales. Si en la aldea germana se encontraban los «pastos rotativos de las tierras dejadas en barbecho donde se alimentaba el ganado»[4], en el lote sulriograndense, esas presuntas reminiscencias de las tierras comunales, «acabaron por fijarse en el potrero». Con esta primera conclusión, que, como se aprecia, es una interpretación idealizada del proceder de los campesinos inmigrados, al ponderar más sus ideas atávicas que su fuerza física e intelectual de trabajo, Weimer cree poder demostrar que la determinación infraestructural, «en ocasiones», da paso a la influencia superestructural. De esta manera, desprende su segunda conclusión:

«Al contrario de lo que pensaba Marx, de que la infraestructura determina la superestructura, verificamos que la vieja superestructura buscaba un espacio para preservarse dentro de la nueva infraestructura. Y esto lo consiguió mediante concesiones a las condiciones impuestas por la infraestructura»[5].

Weimer nos sugiere aquí que la realidad de las colonias teuto-brasileñas corrige a la teoría del determinismo económico, o, lo que es igual, desde la perspectiva weimeriana, que él se basa en una investigación empírica para poder contradecir, sin sombra de duda, a Marx. Obsérvese de entrada la implicación del esquema de Weimer, la «vieja superestructura» hace «concesiones» a las «condiciones impuestas por la infraestructura». Esto da a entender que un poder o un presunto predominio cultural germano —surgido en la cabeza de los campesinos inmigrados— se enfrenta a otro de carácter económico y político —establecido física, legal y moralmente en la entonces provincia de Rio Grande do Sul— y lo vence hasta el punto de traspasar, por un cierto tiempo, las «condiciones» impuestas rígidamente al campo y la ciudad por parte de ese predominio mercantil y gubernamental brasileño. Para poder sobrevivir, y pese a haber vencido, este presunto predominio cultural germano se ve obligado a hacer «concesiones» al mercado y al gobierno sulriograndenses. ¿Estaban las colonias teuto-brasileñas en posición de negarse a cumplir algo al Estado o al Capital? ¿No era más bien al revés, que Estado y Capital toleraban la conservación y la reproducción de las tradiciones culturales coloniales, pues lo cultural no afectaba directamente al desarrollo económico nacional?

La tercera y ultima conclusión que Weimer desprende de sus premisas es que la «diversidad cultural de las varias corrientes de inmigrantes encontró su medio de supervivencia en la medida que estas se aproximaron o se integraron»[6]. Es decir, estas «varias corrientes de inmigrantes» iniciaron un proceso de unión o de integración que, sin embargo, nunca impidió que continuaran siendo un conjunto bastante heterogéneo. Esas diferentes «corrientes de inmigrantes», destaca Weimer, estaban «sujetas a un doble sistema de tensiones concomitantes, centrífugas y centrípetas, en que la supervivencia se garantizó en la medida en que se halló un equilibrio entre ambas»[7]. Pese a esta simultaneidad de tensiones contrapuestas, que ora les unían, ora les separaban, los colonos supieron trabajar juntos para sobrevivir en su «diversidad cultural». Como una explicación del por qué esta integración no se llevó a cabo del todo, Weimer acota lo siguiente: «Las diversas formas de organización de la vida en los lotes acabó por presentar una tendencia a la uniformización y a la similitud que no se completó y no se cumplió por la diversidad de los modelos de origen»[8]. ¿Insinúa Weimer que la falta de un modelo único en la «organización de la vida en los lotes» coloniales imposibilitó que, lo que hemos llamado, el presunto predominio cultural germano venciera por mucho más tiempo, o permanentemente, a las «condiciones impuestas por la infraestructura»? Por supuesto que no. En este pasaje, Weimer nos recuerda que —para él— lo más preciado de la herencia germana es la tendencia ancestral a la descentralización, la que, frente al centralismo lusitano-brasileño, habría permitido recuperar «composiciones plásticas» centroeuropeas cuyos orígenes eran vestfalianos, pomerianos o renanos. Si la «resistencia cultural» se hubiese prolongado a causa de la «uniformización» y la «similitud», Weimer seguramente habría calificado de desastroso ese resultado. En cambio, rescata estos aspectos generales de la historia teuto-brasileña: 1) la especie de «unidad en la diversidad» alcanzada por los campesinos inmigrados, quienes pronto pudieron superar sus diferencias culturales de origen para sobrevivir en su multiplicidad cultural; 2) el valor temporal de su «resistencia», la que Weimer y su grupo visualizan en el trabajo terminado, es decir, en las «composiciones plásticas» de lotes y aldeas, incluso llamándolas «remedo»; y 3) el presunto predominio cultural de los colonos inmigrados frente a la realidad social del sur de Brasil, que, desde la óptica weimeriana, sería la prueba definitiva de que ocasionalmente se invierte el modelo determinista de Marx.

Con lo anterior termina el cuarto apartado de La arquitectura rural de la inmigración alemana de Günter Weimer.



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NOTAS:

[1] Weimer, Günter; «A Arquitetura Rural da Imigração Alemã»; en A Arquitetura no Rio Grande do Sul; Editora Mercado Aberto; Porto Alegre, 1983; p. 108. Las traducciones de todas las citas son nuestras.

[2] Como hemos mencionado previamente, pensamos en particular en Celso Furtado, quien pone el ejemplo de la antropología de Bronislaw Malinowski. Y en Helio Jaguaribe, quien creía que Marx no había advertido «la relación circular existente entre los subsistemas». Para Jaguaribe, ningún «subsistema es, inherentemente, infraestructural o superestructural». Ver, El pensamiento social y político de Marx, en El trimestre Económico; Vol. 46; Núm. 184 (1979): octubre-diciembre; pp. 805-829.

[3] Weimer, Günter; «A Arquitetura Rural da Imigração Alemã»; Op. Cit.; Editora Mercado Aberto; Porto Alegre, 1983; p. 108.

[4] Ibíd.; pp. 108-109.

[5] Ibíd.; p. 109.

[6] Ibíd.

[7] Ibíd.

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