martes, noviembre 01, 2022

Arquitectura, cultura y lucha de clases en Brasil (Decimoséptima Parte)

POR MARIO ROSALDO



1

LA ARQUITECTURA RURAL DE LA INMIGRACIÓN ALEMANA

(continuación)

Toca el turno del sexto apartado del ensayo de Weimer. Se titula La arquitectura en las colonias aisladas[1] y es breve. Si por un lado, reconoce Weimer que estas colonias sufrieron mucho más fuertemente las influencias del «medio cultural lusitano-brasileño» que les rodeaba, por el otro no deja de enfatizar —en los casos que él y sus asistentes estudiaron— los detalles que a su juicio demostrarían lo que él llama aquí y en todo el ensayo la «resistencia cultural» emprendida por los colonos germanos. Un punto importante, que Weimer no señala con suficiencia, es el por qué sólo se aplicaba el nombre de «colonia vieja» a las colonias del conjunto más unido, pues por lo menos una de las colonias «aisladas» se había formado justo «en los primeros años de la inmigración». ¿Tiene que ver con el tipo de arquitectura centroeuropeo que construían? ¿Daba esa arquitectura la impresión de algo «viejo»? Por otro lado, Weimer llama «colonias aisladas» a aquellas que adoptaron en parte la arquitectura lusitano-brasileña, por estar físicamente apartadas de ese viejo conjunto. Pero en su explicación teórica, en la defensa de su tesis, trata de integrarlas culturalmente resaltando estos rasgos centroeuropeos que probarían que, incluso bajo el predominio cultural de lo lusitano-brasileño, o solo de lo azoriano, los germanos habrían conseguido «imponer» algunos elementos constructivos ancestrales, conservando así la característica que Weimer subraya en su interpretación histórico-culturalista del modelo de Marx de la base y la superestructura: resistirse culturalmente a la total absorción del medio constructivo-arquitectónico en el que se desarrollaban. Weimer explica que en Tres Horquillas, en Torres, la construcción había corrido a cargo de alguien llamado «el portugués», porque los colonos no habían contratado artesanos germanos especializados. Asegura Weimer que él y su equipo de trabajo tuvieron que prestar mucha atención a las construcciones de esta colonia para poder descubrir lo germano en medio de la aplastante influencia lusitano-brasileña. Descubrieron sobre todo que la estructura era portuguesa, pero el material germano: madera. Y que la viga maestra se había hecho o montado «al gusto germano». Así, «el inmigrante conseguía imponer al constructor “portugués” algunas condiciones: que la construcción fuese de entramado y que tuviese una viga maestra»[2]. Weimer encuentra más interesante «lo que aconteció con la segunda generación», pues ésta fue capaz de «construir en un lenguaje formal más próximo al alemán»[3]. Desafortunadamente, esta evolución llevó a la pérdida de «algunos conocimientos fundamentales»[4]. Y explica: «En la manera constructiva portuguesa, la estática se conseguía fijando los nabos [postes] en el suelo; en la forma alemana, a través de la triangulación por piezas inclinadas»[5]. «En las construcciones de la segunda generación se abolieron los nabos y la estructura se apoyó sobre cimientos de piedra sin uso del contraviento. En estas condiciones, la estática sólo se puede conseguir transfiriendo al cerramiento de los tramos el endurecimiento de la estructura que se desconoce tanto en la técnica portuguesa como en la alemana»[6]. El caso de San Lorenzo, cercano a Pelotas, confirma en apariencia la tesis de Weimer. Los germanos se establecieron en una región donde los habitantes eran oriundos de Las Islas Azores. Aunque repitieron con mucha semejanza el partido de la casa azorita (cocina, sala-de-estar y cuarto-de-camas), hicieron cambios en las «funciones», lo que debía ser la cocina se convirtió en cuarto, mientras que la cocina se fue a un predio o construcción independiente. Así tuvieron sala en el centro y cuartos a los lados, más la cocina independiente. Satisfecho de la presunta demostración de su tesis, Weimer cierra el párrafo con esta consideración: «En todos estos casos se evidencia la misma técnica de resistencia cultural: someterse a las condiciones ambientales y, en la medida de lo posible, regresar a las tradiciones culturales que les eran propias. Este proceso de adaptación quedó a medio camino: no regresó a las condiciones plenas de cultura ancestral pero hizo lo que pudo para no renunciar a ella»[7]. Resulta absurdo suponer como Weimer que estos cambios obedecieron a una pura «resistencia cultural», en especial tratándose de gente con una vida dedicada al trabajo físico. Resolvían en primer lugar problemas reales, apelando a su experiencia como gente práctica o trabajadora. Se adaptaban lo mejor que podían a sus nuevas condiciones de vida. Tomaban la experiencia de otros, cuando era posible, y la propia para adaptarse mucho más eficientemente al medio físico y social. Es más lógico pensar que las necesidades físicas y económicas determinaron que en San Lorenzo se optara por repetir la costumbre germana de la cocina exterior, y se tuvieran en consecuencia dos cuartos que demandaba el crecimiento de la familia. Lo simbólico era muy secundario y llegaba sólo después de haber satisfecho lo más importante en la adaptación y la supervivencia.

Con lo anterior termina el apartado seis y comienza el último de este primer ensayo de Weimer, la Conclusión. Weimer expone de entrada lo siguiente: «El lector ciertamente debe haber notado que, hasta aquí, no hemos usado el término aculturación que está tan divulgado en nuestro medio»[8]. Subraya que él y su equipo no lo han usado «a propósito (...) porque esta teoría parte del presupuesto de que el inmigrante pasa a integrar la vida del país en la exacta medida en que renuncia a su cultura de origen y la sustituye por la nacional»[9]. Para él es como decir que en el terreno de la arquitectura, los colonos teuto-gauchos renuncian «a las formas constructivas ancestrales» y las sustituyen por las propias de los asentamientos que les han precedido[10]. Pero Weimer remata con esta afirmación: «Ahora, en nuestras investigaciones, este no fue el fenómeno que observamos»[11]. ¿Hay aquí dos ideas que parecen contraponerse? Veamos. Por un lado Weimer admite que en su exposición no ha «usado» el término o la teoría de la «aculturación» de manera intencional porque en sus investigaciones él y sus ayudantes no necesitaron de ella para explicarse las características técnicas y las variaciones formales que encontraron en los vestigios de las colonias. No queda claro, sin embargo, si hubo una predisposición contra la teoría de la «aculturación» desde el inicio de las investigaciones o si sólo después de concluidas algunas de sus etapas o todas ellas. El hecho de que fuera una teoría tan difundida en el medio —como reconoce el mismo Weimer— hace pensar que estaba ahí en su cabeza en el momento mismo de la elección del tema y del arranque del trabajo de campo. Weimer no dice que suspendieran su uso ante la incongruencia con la realidad de los datos recogidos desde ese inicio, dice solamente que él no la emplea en la exposición. Por lo tanto, por el empirismo mostrado a lo largo del ensayo, podemos deducir que durante las investigaciones no prestó mucha atención a la mencionada teoría, sino hasta el momento en que presuntamente contaba ya con los datos para refutarla. Si por un lado quería despojarse de preconcepciones teóricas, por el otro trabajaba con la presunción de que los colonos teuto-gauchos hicieron algo más que sucumbir al medio lusitano-brasileño. Eso significa que trabajaba con una base teórica, por muy tenue que esta fuera, no como su empirismo le hace creer: sin prejuicios teóricos. Volvamos a la exposición de Weimer: «El proceso nos parece mucho más complejo»[12], acota. No fue esa simple integración de una cultura a otra, sino «una serie de interpretaciones en que la búsqueda del medio más adecuado para la supervivencia es la constante». El «término adaptación nos parece mucho más adecuado»[13], puntualiza, sin resaltar aquí que no nos remite a una teoría darwiniana de la adaptación en la lucha por la supervivencia, sino a la estrecha comprensión personal que tiene del concepto, según el cual la lucha es primero ideológica y sólo después física. Y esto porque cree que el colono germano ha llevado consigo únicamente sus atavismos, su herencia ancestral, sus ideas, no su fuerza de trabajo ni ninguna otra cosa física[14]. Para acentuar esta visión de que el colono teuto-gaucho se adapta mediante el repertorio arquitectónico ancestral, sin rendirse nunca a la poderosa influencia del medio físico y social, amplía el significado de «aculturación». Ésta «presupone que la vía de integración del forastero es de sentido único» , esto es, que «la cultura nacional es la más adecuada para la vida local y, por esto, está exenta de las influencias extranjeras»[15]. Con esto Weimer entiende que, en teoría, cualquier otra cultura que no sea la nacional carecerá de «valor porque es inadecuada para la vida local. Por lo tanto, lo mejor que el inmigrante ha de hacer, por su propio bien, es arrojar su cultura a la basura y adoptar la cultura nacional, perfecta e impermeable»[16]. Lo primero que apreciamos de estos esquemas weimerianos es que no corresponden a lo que entendemos por «aculturación», término en efecto de amplio uso en los setenta en la sociología y en la antropología social aplicada en la enseñanza de la arquitectura, no sólo en Brasil, sino también en México. Averigüemos si estamos en un error, si se nos enseñó a brasileños y mexicanos dos significados muy distintos del concepto «aculturación», o si es sólo Weimer quien está equivocado en sus planteamientos sociológico-antropológicos. En el México de los sesenta y setenta, las definiciones de «aculturación» iban desde ser un contacto cultural entre dos grupos que se influyen beneficiándose mutuamente hasta la de ser una adaptación forzada o inducida por una cultura dominante[17]. Recordamos en particular que en la Facultad de Arquitectura se nos decía que la «aculturación» era la pérdida progresiva o generacional de la cultura de aquellos que llegaban del campo a vivir a las ciudades, que es otra forma de inmigración. El acento estaba más en el conflicto que experimentaban los hijos de los inmigrantes que en el de los padres. Éstos por lo general se adaptaban necesariamente al medio económico, para sobrevivir, sin perder inmediatamente su base cultural. En cambio los hijos de la primera generación, nacidos en el campo o en la ciudad, se formaban entre la cultura campesina de sus padres y la cultura urbana que recibían del medio social, en especial de la escuela. Su adaptación era difícil e incompleta, porque no sólo estaban en desventaja con sus compañeros más familiarizados con la cultura burguesa o urbana, incluso con las segundas o terceras generaciones de descendientes de campesinos, sino que también se perdía la identificación con la cultura paterna. La «aculturación» en este sentido sería una relativa pérdida de identidad, que sólo las posteriores generaciones de esos inmigrantes podrían subsanar, ya porque habría una mejor adaptación, ya porque se conseguiría conservar un mínimo de referencias ancestrales. Nunca se nos enseñó que hubiera una sustitución mecánica y tajante como la que imagina Weimer.

Ahora bien, en Brasil —o por lo menos en la bibliografía brasileña que hemos consultado sobre el tema— encontramos el uso en los setenta de «aculturados» o «aculturado», refiriéndose a un grupo o un individuo desposeído completamente de su cultura originaria. ¿Pudo este uso haber sugerido a Weimer un concepto tan estrecho de «aculturación»? Tal vez. Sin embargo, esa misma bibliografía brasileña nos remite a la discusión que desde 1938 emprendió el estadounidense Melville Jean Herskovits[18] y que retomó en 1946 el alemán Emilio Willems durante su estancia en Brasil. Es decir, nos remite a la discusión sobre cuál podría ser la definición más científica del término, sin que por esos años hubiera realmente un consenso al respecto. Lo más cerca que estuvo Weimer de esta discusión fue su mención en la tesis de maestría de Roger Bastide, pues éste participa de lleno en ella. Por eso resulta revelador que, en vez de entender la visión bastidiana dentro del marco de la discusión, la entienda solamente como renuncia a la cultura de origen, a su reemplazo por la cultura dominante. Es decir, sólo bajo el estrecho concepto que tiene de la «aculturación». ¿Es un descuido de Weimer? O, ¿es un reflejo de su desinterés prejuiciado por lo teórico? Nos parece que es lo segundo. Su rechazo a la teoría, pues, es un rechazo a estudiar los fundamentos científicos de la misma, prefiere creer que la crítica funciona mejor si se apoya únicamente en la experiencia directa y personal. Queriendo evadir las trampas del discurso, Weimer termina cayendo en ellas, pues no rechaza el concepto por su ambigüedad, ni por su precario carácter científico, sino únicamente por la percepción que tiene de él, por su definición personal o subjetiva. Justo el tipo de definiciones que la discusión en el seno de la sociología y la antropología social trataba de superar en esas décadas. Esto es, Weimer no define objetivamente el concepto en discusión, no propone confrontarlo con la realidad para averiguar si es aplicable o no, simplemente lo desecha porque cree que la acepción que él tiene del término «adaptación» es mucho más congruente. Sólo salta de una palabra a otra; no se mueve en la realidad, sino en el discurso. Dejemos continuar a Weimer: «Lo que pretendemos haber demostrado aquí es que el inmigrante jamás renunció a su cultura ancestral y procuró, por todos los medios a su disposición, preservarla. Para hacerlo con eficacia, renunció a algunos valores. En recompensa, preservó y afirmó otros. A algunas situaciones de “aculturación” compensó con otras de “contra-aculturación”, mecanismo éste que invalida la tan divulgada teoría»[19]. Aunque Weimer dice precavido «algunas», él entiende «absolutamente todas», por eso supone la invalidación total de la teoría. No hay gradaciones. El último párrafo de la conclusión ahonda en esto que acaba de decirnos Weimer: «En un segundo momento, esperamos haber demostrado cuán importante es volvernos al estudio de la cultura en el origen para percibir el universo real de las contradicciones concretas entre los grupos en conflicto»[20]. Es decir, para Weimer, rechazando todo determinismo sociológico, las contradicciones económicas de clases no son exclusivamente el universo real de los conflictos sociales, la cultura también juega un papel decisivo por lo menos «en ocasiones». Weimer insinúa que los procesos teóricos —libres de prejuicios— vinieron después de reunidos los datos empíricos: «Llegamos a esta conclusión por medios bastante sufridos pues fue a través de extenuantes reflexiones y estudios que concluimos que las diferencias encontradas en los diversos lugares no eran variantes regionales de un proceso de aculturación natural, espontanea y obligatoria, sino la supervivencia de un bagaje cultural que hizo un enorme esfuerzo para perpetuarse»[21]. Esto es, Weimer suscribe aquí la idea de que no son los hombres quienes luchan en lo físico y en lo espiritual para perpetuarse, sino —como si tuvieran vida propia— las ideas, en este caso, las ideas ancestrales centroeuropeas, las que luchan en lo «superestructural» o «ideológico». Y comienza una larga explicación del por qué al final se abandonaron la mayoría de las colonias teuto-gauchas: «El mundo de las relaciones culturales no se hace de victorias retumbantes y absolutas ni las derrotas son totales e inequívocas. Todas las victorias y todas las derrotas son relativas»[22]. En otras palabras, si en la realidad un triunfo o una derrota tiene consecuencias económicas y políticas inmediatas o al largo plazo, en el campo ideal de la cultura todo es «relativo»: no hay ni vencedores, ni derrotados. Weimer aclara en específico: «La arquitectura que el inmigrante alemán trajo a estos lugares [pagos], tuvo un fin porque cumplió su ciclo histórico y no porque se sometiera. Ella se superó a sí misma en su ciclo evolutivo»[23]. Esto es pura retórica, pues el ciclo histórico que terminó fue el de la economía del autoconsumo, de la economía feudal traída de Europa Central. Los cambios en la arquitectura no son los que determinan la evolución social, sino al revés; es la evolución económica la que determina y explica el tipo de arquitectura que se construye o, incluso, que se sueña. Los teuto-gauchos ni desaparecieron culturalmente ni vivieron nunca al más absoluto margen de las condiciones económicas del sur de Brasil. Les ha tomado tiempo integrarse, pero al final parecen haberlo conseguido. Weimer finaliza defendiendo su tesis: «Y, por eso mismo, tiene un valor inestimable dentro de nuestra historia. Como creación, o mejor, recreación local, ella viene a demostrar que a través de la solución de nuestras propias contradicciones podemos llegar a una afirmación cultural propia sin que nos guíen, cual ciegos, imponiéndonos modelos estereotipados»[24]. Aquí resuena el latinoamericanismo de los años sesenta y setenta, heredero de las luchas de independencia del siglo XIX: realizar el sueño latinoamericano por la vía propia, sin intervención del extranjero. Y esto no es producto de una investigación de campo, de un estudio empírico. Es la conjugación de investigación y de las ideas nacionalistas, favorables ora a lo teuto-gaucho, ora a lo subcontinental. En los hechos no podemos desprendernos de ideas recurrentes, obsesivas y atávicas simplemente ignorándolas; es ilusorio creer que podemos ponerlas entre paréntesis mientras investigamos. Si no se las confronta seguirán interviniendo. Pero no sólo hay que confrontar teorías y conceptos de terceros con la realidad de los acontecimientos del presente o del pasado que pretenden explicar, también hay que confrontar nuestros propios puntos de partida. Se trata de averiguar objetivamente cuál es su validez respecto a esa realidad.




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NOTAS:

[1] Weimer, Günter; «A Arquitetura Rural da Imigração Alemã»; en A Arquitetura no Rio Grande do Sul; Editora Mercado Aberto; Porto Alegre, 1983; p. 115. Las traducciones de todas las citas son nuestras.

[2] Ibíd.

[3] Ibíd.

[4] Ibíd.; p. 118.

[5] Ibíd.

[6] Ibíd.

[7] Ibíd.

[8] Ibíd.; subrayado original.

[9] Ibíd.

[10] Ibíd.

[11] Ibíd.

[12] Ibíd.

[13] Ibíd.; subrayado original.

[14] Ibíd. A pesar de afirmar desde el inicio del ensayo que los colonos sólo cuentan con sus atavismos ancestrales para enfrentar el nuevo medio físico y social en Rio Grande do Sul, dándonos a entender que siempre hay ideas muy arraigadas de las cuales difícilmente podemos deshacernos y que, en ocasiones, pueden ser más influyentes que la propia realidad. Weimer no acepta que en sus investigaciones haya habido este tipo de ideas, ni esquemas preconcebidos, ni una sola predisposición a tratar el tema de la tesis de maestría tal y como lo hace. Supone que su trabajo de campo fue empírico en el sentido de aséptico o libre de toda contaminación teórica. Sin embargo, le hace falta explicar cómo y por qué tomó partido por lo empírico, no por lo teórico, antes de las investigaciones o durante ellas; cómo y por qué se vale del enfoque histórico-cultural y no de otro. Reconstruye los modelos ancestrales de las viviendas centroeuropeas con ayuda de la bibliografía existente e incluso con visitas a las últimas construcciones que se conservan en Europa Central, para cotejar con ellos los «remedos» coloniales teuto-gauchos, pero no parece haber hecho lo mismo en los levantamientos de esos vestigios coloniales. Asegura que aquí todo fue empírico, sin «uso» de la teoría. Hay que inferir entonces que llega a ésta sólo después de haber comprobado por sí mismo las diferencias entre los modelos originarios y las construcciones de las distintas trochas, «picadas» o colonias.

[15] Ibíd.

[16] Ibíd.; pp. 118.119.

[17] Ibíd.Consúltese entre otros: Aguirre Beltrán, Gonzalo; El proceso de aculturación; UNAM, Dirección General de Publicaciones; México, 1957. Stavenhagen, Rodolfo; Clases, colonialismo y aculturación; Editorial José de Pineda Ibarra, Ministerio de Educación; Guatemala, 1968. León Portilla, Miguel; Culturas en Peligro; Alianza Editorial Mexicana; México, 1976. También esta tesis de maestría: Batista Smith, María del Carmen; Los centros comunales de bienestar social. El proceso de desorganización en áreas marginadas de Xalapa. Estudio de una zona; Universidad Veracruzana, Escuela de Antropología-Facultad de Humanidades; Xalapa, 1973.

[18] Consúltese: Herskovits, Melville J.; Acculturation. The Study of Culture Contact; J.J. Augustin Publisher; New York City, 1938. El concepto inglés, acculturation, aparece mucho antes que esta discusión sociológico-antropológica de la primera mitad del siglo XX. El mismo Herskovits considera que uno de los más tempranos usos de acculturation fue el de John Wesley Powell, en su libro Introduction to the Study of Indian Languages; Govt. Printing Office; Washington, 1880. De hecho, se atribuye a Powell la acuñación del término,

[19] Weimer, Günter; Op. cit. ; p. 119.

[20] Ibíd.

[21] Ibíd.

[22] Ibíd.

[23] Ibíd.

[24] Ibíd.

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