jueves, septiembre 01, 2016

Arquitectura, cultura y lucha de clases en Brasil (Séptima parte)

POR MARIO ROSALDO



1

LA ARQUITECTURA RURAL DE LA INMIGRACIÓN ALEMANA

(continuación)

En el antepenúltimo párrafo del apartado, Weimer afirma indirectamente que la intensa actividad económica y cultural en las calles de la aldea renana no termina con la tendencia a la vida privada, que se había manifestado tempranamente cuando los francos dejaron de dormir en sus salas e «individualizaron, antes que los demás, espacios específicos para cuartos con camas largas»[1]; tal tendencia —asegura Weimer también de manera indirecta— se conserva con un simple «cambio de carácter» en la «función residencial». Es decir, en vez de crear nuevos «espacios», algunos de los habituales adquieren nuevas «funciones»: la cocina se vuelve el lugar de «convivencia familiar» y la sala se destina a las «visitas». Decimos indirectamente porque esta explicación la hemos deducido de la pretendida presentación de pruebas de Weimer. Deduzcamos ahora el por qué y el cómo la «chapa de hierro para irradiar el calor» desplaza a la estufa[2], punto en el que Weimer tampoco va más allá de la mera mención del presunto hecho desnudo. El discurso de Weimer nos da dos motivos básicos: el tema de la calefacción ya no es tan importante para el clima templado de Renania y una «estufa» demanda más trabajo y tiempo en su elaboración, y por ello más costo, que una sencilla «chapa de hierro». En los dos casos, pues, hemos puesto de cabeza la exposición de Weimer buscando detrás de los aparentes hechos puros, el argumento que los sostiene y que posibilita en su planteamiento general una lectura favorable a la tesis defendida por el arquitecto sulriograndense. El penúltimo párrafo no es muy diferente a los anteriores, la exposición pretende ser puramente empírica. Para convencernos de ello, Weimer se limita a describir lo que «ve», los últimos elementos arquitectónicos: el sótano, el tejado y los muros. No habla de arte, ni de belleza, porque en su concepción de la arquitectura moderna, ni ésta, ni aquél tienen cabida[3]. Prefiere dejar que el trabajo del campesino y del artesano se explique por sí solo. La necesidad y lo accidentado del terreno de la región, que está en un altiplano, explican la aparición de «sótanos que servían de depósito de frutos leguminosos»[4]. El trabajo de los individuos y la colectividad aprovecha las condiciones del suelo para resolver un problema de almacenamiento y conservación. La necesidad y las circunstancias físicas son también la causa de que la pizarra, abundante en la región, sustituya poco a poco a la paja, que se empleaba lo mismo en la cubierta que en los muros y aun en el piso. Al parecer la pizarra se emplea primero en los tejados y es el trabajo del artesano el que la aprovecha para adornarlos «con motivos geométricos diversificados»[5]. Después la piedra se emplea para «revestir las paredes externas»[6]. Weimer asegura, entonces, que no son las ideas económicas, ni el discurso racional, lo que mueve a los campesinos y artesanos, sino la necesidad, el terreno y el clima. En este sentido, para Weimer, el trabajo convertido en objetos de uso diario, en atavismos ancestrales, en legado cultural, lejos de ser una mera adaptación a las condiciones impuestas por la naturaleza y por la lucha de clases es una forma de resistencia principalmente cultural.

Ya nos ha dicho Weimer que en las regiones donde los campesinos se habían impuesto más a la nobleza, los partidos de sus casas también se habían desarrollado más; esto es, que en tales regiones la causa del desarrollo arquitectónico había sido ante todo social, económica. En la Renania, por lo contrario, la causa que Weimer hace evidente es la cultura entendida por él como una eficaz influencia del trabajo campesino-artesanal sobre la economía regional que está en crisis. Aquí, según la misma exposición de Weimer, en el fondo se trata todavía de una lucha contra la nobleza; pero en el primer plano es ya mayormente una producción cultural-arquitectónica, vale decir: una cultura de cooperación aldeana y de resistencia individual y colectiva, que aprovecha con éxito la propia necesidad renana y las particularidades regionales del clima y el terreno.

El último párrafo de este apartado sobre el partido típico germano-campesino, hace un señalamiento que nos permite corroborar la base inicial sobre la que Weimer ha reconstruido y representado su percepción de los sistemas constructivos de entramado desde la época primitiva hasta la Baja Edad Media y el Renacimiento, por lo menos. Esta arquitectura, nos dice, «concluyó su ciclo evolutivo en el siglo XVII»[7]. Las causas de tal conclusión fueron económicas, no culturales: «crecimiento poblacional», «aumento de la demanda», escasez de la madera y el consecuente aumento en su costo. La piedra natural comenzó a aprovecharse antes de esta crisis maderera, desde la Alta Edad Media, pero su «explotación también presentó problemas»[8]; no obstante, su uso continuó hasta el siglo XVIII, cuando «se comenzó a difundir la construcción con piedra artificial». Del ladrillo, nos dice Weimer que, a pesar de su empleo de muchos siglos «a lo largo de la costa del Mediterráneo, su penetración en la Europa Central es muy reciente, lo que explica por qué entre los alemanes alcanzó una fase apenas incipiente en la época de la emigración»[9]. El trasfondo económico ha pasado al frente para explicar las condiciones en que se desarrollaba la actividad de los campesinos y los artesanos centroeuropeos antes de la emigración y durante ella. Este cambio de planos y del carácter de las explicaciones no está reñido desde luego con el esquema teórico de Weimer, pues ahí lo económico es la «infraestructura» contra la cual, en ocasiones, actúa la superestructura —entendida ésta como ideas tradicionalmente resistentes a las determinantes sociales y naturales. Y acabamos de ver que, para Weimer, prácticamente sólo en el caso renano la cultura opone una resistencia al trasfondo económico, a la lucha social. Es interesante el contraste que establece Weimer entre el momento en que las clases sociales dejan más o menos de evolucionar y el momento cuando la resistencia cultural, sobre todo renana, se desarrolla a plenitud. En otras palabras, además de tomar partido por la interpretación que propone tres sistemas completamente diferenciados en la evolución de la construcción de entramado, Weimer trata de reforzar esta posición resaltando tal cultura de resistencia que presuntamente se desprende de los objetos arquitectónicos medievales teóricos, a falta de ejemplos reales. La conclusión de que la construcción de entramado deja de evolucionar en el siglo XVII ha permitido suponer que todos los ejemplos que aparecen entre ese momento y el siglo XIX son exactamente iguales a los que habían surgido antes. Todos los detalles constructivos se han obtenido de los ejemplos existentes hasta la actualidad (casas burguesas, casas de gremios, ayuntamientos, etc.), que para Weimer eran los años sesenta y setenta en particular. Para evitar confusiones se ha diferenciado por regiones. Así es como se hacen visible los tres sistemas predominantes. De este modo, nuestros contemporáneos superaron la falta de ejemplos reales medievales de la que se quejaban los investigadores del siglo XIX quienes apenas percibían variantes de un solo sistema de construcción de entramado. Aunque ingeniosa, la solución sin embargo no se ha desecho de la especulación. En virtud de que no se pueden corroborar con los objetos reales (las viviendas campesinas originales), muchos de los conceptos de la investigación de Weimer, y de la amplia bibliografía de construcciones de entramado del siglo XX y contemporáneas, son y serán, por un tiempo indeterminado, meras creaciones del espíritu humano, productos de la imaginación. En la ciencia hay que demostrar la aplicabilidad de los conceptos que se empleen para describir o explicar un fenómeno natural. Cuando eso no sucede, o no se puede, entonces todo queda en teoría, en espera de más datos. Es en la filosofía y en las ciencias sociales de tendencias racionalistas donde la imposibilidad de esta corroboración lleva a preferir tener un remedo de verdad —como base de los juicios— a no tener nada. El problema en estos campos es que a veces se opone el remedo de verdad a cualquier otro intento de solución que amenace a la autoridad académica. En Weimer, la interpretación provisional de los datos de campo y la de los autores, en quienes se apoya el mismo Weimer, se vuelven prueba fehaciente —supuestamente empírica— que corrobora la tesis de que la cultura también resiste y afecta a la economía, a la «infraestructura», y de que la coexistencia pacífica con las diversas culturas y la convivencia armónica con la naturaleza han sido siempre rasgos muy propios de los pueblos germanos.



-----------------------
NOTAS:

[1] Weimer, Günter; «A Arquitetura Rural da Imigração Alemã»; en A Arquitetura no Rio Grande do Sul; Editora Mercado Aberto; Porto Alegre, 1983; p. 103.

[2] Ibíd.

[3] Como hemos comentado en otra parte de Ideas Arquitecturadas, Weimer menciona un cambio en sus conceptos en la Nota para a nova edição de su libro Arquitetura Popular da Imigração Alemã; UFRGS Editora; Porto Alegre, 2005.

[4] Weimer, Günter; «A Arquitetura Rural da Imigração Alemã»; op. cit.; p. 103.

[5] Ibíd.

[6] Ibíd.

[7] Ibíd.

[8] Ibíd.

[9] Ibíd.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Exprésate libre y responsablemente.