viernes, noviembre 28, 2008

El fin de la utopía en la segunda mitad del Siglo XX

POR MARIO ROSALDO



Este breve texto es un comentario que hoy hemos publicado originalmente en el blog La vida es dura... y luego te mueres. Creemos que puede ser de interés para los lectores de Ideas Arquitecturadas, de ahí que lo demos a conocer aquí.


Pues será la tendencia al mesianismo, lo que hace pensar a muchos que una sola persona, o un solo partido, puede hacer tal cambio. Siendo esquemáticos, los resultados de las pasadas elecciones presidenciales de México apostaron en contra del caudillismo y, luego, a favor, del liberalismo. El caso de Obama podría verse de semejante manera, esto es, como la apuesta por un liberalismo más humanizado. Pero nada de esto significa, en ninguno de los dos casos, que el cambio esperado vaya más allá de la superficie, de la forma o la mera apariencia, pues en primer lugar nada garantiza que los procesos iniciados de transformación económica vayan a ser continuos y cada vez más radicales. Lo que la gente espera en realidad es una solución a corto plazo: salir de sus apuros económicos. Lo demás, a ver cuándo podrá ser.

Los años de la posguerra del 45 en adelante, hasta la década de los ochenta, fue una constante batalla propagandística para convencer a la gente de la imposibilidad de las utopías. La imagen del fatídico hongo nuclear contribuyó a reforzar la desilusión, a desacreditar la utopía. Pocas fueron las voces que se levantaron a favor de la utopía en cuanto expresión natural, y por tanto prerrequisito indefectible, del ser humano. Cada vez cobró más fuerza el punto de vista oficial, según el cual la utopía era una huida, una incapacidad para aceptar la realidad. Uno a uno los argumentos utópicos fueron distorsionados y neutralizados en una intensa campaña a favor del, llamémosle, "realismo liberal". Incluso disciplinas, como el psicoanálisis, fueron desacreditadas, tachándolas de metafísicas o no-científicas, pues en ellas se atrincheraban los defensores de la utopía más radical.

La celebración del fin de las ideologías fue más bien el festejo del triunfo de una sola ideología, la del liberalismo y sus nuevas máscaras. El fin de la confrontación Este-Oeste fue el pretexto para vender la idea de que ya no había por qué hablar de capitalismo, ahora se podía hablar de la aldea global y de la globalización, y relanzar la vieja idea del pluralismo democrático y la inclusividad. Hoy día, en el extremo de la intoxicación, se organizan grupos e instituciones para pedirle al Estado y al Capital que cambien voluntariamente sus métodos de producción y control. No hay utopía que oponerles, simplemente una plegaria.

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