jueves, diciembre 04, 2008

Un vistazo a la situación actual de la antropología

POR MARIO ROSALDO
ACTUALIZACIÓN: 14 DE DICIEMBRE DE 2013




Siguiendo con la idea de presentarles algunos aspectos de nuestros escritos, a continuación exponemos un fragmento de nuestra crítica al libro Cultura y verdad[1] del etnógrafo Renato Rosaldo. Aunque leímos por primera vez el mencionado libro en 1992, fue sólo hasta que tuvimos necesidad de ubicarnos en el presente de la antropología que pusimos las ideas por escrito. Esta crítica forma parte, pues, de un primer estudio que sobre la situación actual de esta disciplina hicimos de enero a marzo del 2007. Esperemos sea de su interés.


(…)

(…) Rosaldo no sólo ve en el antropólogo un autor de textos con efectos sobre la ideología dominante, sino también un lector de textos, y no sólo como crítico del cúmulo de textos etnográficos, «clásicos» o «posmodernos», sino también de las culturas: las culturas se interpretan como actitudes individuales o colectivas, y como formas del pensamiento. Pero ahora esas culturas no se ven por sí solas, también se las ve a través del material etnográfico existente. Cada trabajo etnográfico o cada irrupción del observador en la cultura estudiada, participa en las transformaciones de la misma, que en algunos casos favorece a «lo salvaje que se esfuma»[2].

«(…) En otras palabras, a menudo improvisamos, aprendemos con la práctica y solucionamos los asuntos como se van presentando»[3].

Esto define muy bien su situación cuando pasa de la etnografía «clásica» a la etnografía «posmoderna». Desde luego, lo que le prepara y le convence para abrazar la nueva antropología es su práctica ya realizada, en específico su experiencia con la muerte. Es muy probable que inconscientemente él desaprobara el objetivismo, pero le faltaba el elemento decisivo para oponérsele. Otro aspecto que pudo haber influido en su identificación con el nuevo análisis social es la renuncia a la universalización de las conclusiones según principios centristas. El acento en lo local es en cierta forma un rechazo a una teorización del problema, por tanto puede derivarse de la misma formación profesional del etnógrafo, que supuestamente no teoriza, sólo describe.

En fin, parece haber varias razones conscientes, de peso, que llevan a Rosaldo a este acercamiento al nuevo análisis social, pero lo hace interpretando los textos que configuran dicho análisis, no lo hace incondicionalmente. En efecto, aunque sin hacer mucho énfasis en ello, Rosaldo menciona que el asunto no sólo es leer, sino también criticar o interpretar. De hecho el material del nuevo análisis consiste en eso, en la interpretación de la etnografía «clásica» y de las culturas de estudio.

Lo paradójico es que esta ligazón entre la etnografía, como texto, y el estudio de las culturas, como participación de sujetos y objetos de la etnografía, lleva a la idea de la desaparición misma de las fronteras y, por tanto, de la cultura. Pero, en todo caso, lo que desaparece es una categoría cerrada y centrista, no necesariamente el hecho referido. La desaparición de «lo salvaje» no es sinónimo de la desaparición total de las culturas. Hay un proceso de aculturación que va recorriendo varias etapas de manera desigual para los núcleos y los individuos, y si bien se tiene la impresión de que hay una reducción de la cultura tradicional, estos núcleos o individuos «aculturados» se incorporan a la cultura dominante no siempre sin intentar continuar creyendo al menos en parte de su perspectiva patrimonial. El mismo Rosaldo es un ejemplo de esto. Hay un doble sentimiento de culpa: la ruptura aparentemente total con la cultura tradicional de por lo menos uno de los padres, y el rechazo a la adaptación total en una sociedad violenta, enferma y avasallante. A eso hay que sumarle el sentimiento de culpa del europeo, que destruye una civilización entera, que exporta sus fobias y manías, y una forma de vida basada en el modo de producción capitalista. Visto así, el «aculturado» está en una doble espiral de contradicciones.

(…)

Rosaldo plantea poco claramente el papel central que jugó el marxismo en la configuración teórica de la antropología en los sesenta y setenta. Lo pone como algo que le llega sólo a través del material de análisis social. Es como si asumiera una actitud pragmática: «esto es lo que hay». Marx aparece citado simplemente porque es la referencia de algunos autores[4]. Y al parecer esa es la única cita con la que Rosaldo estudia a Marx; lo que resulta ilógico o extraño, si tomamos en cuenta que en su conclusión dice que entre otros temas, que se vuelven centrales en los estudios de «estructura» y «entidad», están los de la conciencia y la práctica en cuanto actividad política o cotidiana. Ilógico porque al hablar de las circunstancias Marx no las reduce a la conciencia: las condiciones históricas de vida son para Marx las condiciones materiales de vida, y eso significa: la serie de relaciones que tienen los individuos miembros de una formación social, y no exclusivamente su conciencia, ni su práctica desligada de las ideas. Esta postura minimalista respecto a Marx está influida por la perspectiva según la cual la ideología también determina la base económica. Al parecer, el error del marxismo ha sido trasladado incólume al material de análisis social de los años ochenta y noventa. Y aquí es donde la cita de Burke[5] cobra un triste significado. En efecto, todo mundo quiere meter su cuchara, pero son pocos los que aceptan estudiar el problema yendo a las fuentes mismas, luchando contra las anteojeras, que impiden leer esas fuentes sin intermediarios.

Rosaldo dice haber dado un giro en su percepción de la realidad y en su concepto de la neutralidad y la objetividad, pero su horizonte y sus límites fueron los estudios inmediatos de la nueva antropología. No fue directamente a las fuentes. Se contentó con los nuevos intérpretes, los nuevos sacerdotes de la verdad. Por cierto, esto nos recuerda que Rosaldo deja pendiente el tema de la verdad. Nos habla del problema de la objetividad sí, pero no del problema histórico de la verdad. ¿Es esto parte de su dependencia del material del nuevo análisis social? Parece que sí. La cuestión de que ahora la cultura no se puede estudiar sin antes comprender la literatura metodológica y crítica del análisis social, se complica si resaltamos que esta crítica se vuelve ella misma un obstáculo en el camino a las fuentes. Por lo demás, esta idea nos hace pensar en la propuesta de Gombrich de estudiar el arte en relación a la crítica que éste ha generado, a través de la lógica de las situaciones (…).

(…)




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NOTAS:


[1] Rosaldo, Renato; Cultura y verdad. Nueva propuesta de análisis social, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes; Grijalbo, México, 1991.

[2] Ibíd.; p, 82.

[3] Ibíd.; p. 92.

[4] Ibíd.; pp. 175-177.

[5] «Imagine que entra en un salón. Llega tarde. Cuando entre, los demás ya llevan bastante tiempo ahí y están enfrascados en una discusión acalorada, una discusión demasiado acalorada como para que hagan una pausa y le expliquen exactamente de qué se trata. De hecho, la discusión empezó mucho antes de que todos llegaran, de modo que nadie de los presentes se encuentra en posición de ponerlo al corriente de todo lo que se habló antes. Usted escucha un rato hasta que decide que ya captó el curso de la discusión; entonces mete su cuchara. Alguien le contesta; usted responde; otro viene en su defensa; otro más se alinea con usted ya sea para vergüenza o gratificación de su oponente, dependiendo de la calidad de la ayuda de su aliado. Sin embargo, la discusión es interminable. Se hace tarde y usted debe partir. Se marcha y la conversación aún sigue su curso». Kenneth Burke, citado por Renato Rosaldo; op. cit.; pp. 101 y 102.

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