domingo, junio 27, 2010

La insuficiencia del discurso en el arte*

POR MARIO ROSALDO
ACTUALIZACIÓN: 24 DE NOVIEMBRE DE 2013




Cuando Armando Plebe[1] escribe, en su librito sobre el expresionismo, que Hofmannsthal había ya denunciado abiertamente a principios del siglo XX la insuficiencia del discurso con la frase «las palabras se me deshacen en la boca como hongos morbosos»[2], no sólo nos explica que antes de este movimiento alemán al menos un autor simbolista se había anticipado al grito y a la liberación del instinto, de lo inconsciente, sino, además, nos dice que el expresionismo sólo había dado una forma particular a aquello que se sabía ya desde hacía tiempo pero que no se discutía en voz alta. Plebe pone el énfasis sobre el hecho de que el expresionismo no era un movimiento artístico sin raíces, sin historia. Sin embargo, la referencia a Hofmannsthal, Freud, Husserl y, en general, al contraste entre los simbolistas, los impresionistas y los expresionistas, sugiere un enfoque clásico de tipo determinista que busca explicar las acciones y las ideas individuales principalmente como productos de un fenómeno histórico-social. Según este enfoque, la realidad no es otra cosa que una cadena infinita de causas y efectos cuyo origen es ella misma. Por esta razón se puede decir que Hofmannsthal pertenecía a su época, que él era por tanto el portavoz de una generación y también de la aristocracia de su tiempo, pero no se puede explicar por qué Hofmannsthal asumía dicho papel y no cualquier otro autor. Afortunadamente, el mencionado enfoque no tiene necesidad de esta explicación, le basta saber que Hofmannsthal defendía una concepción aristocrática y decadente contra el triunfalismo de la burguesía. De manera que, Plebe insinúa siempre una serie de relaciones sin jamás fijar un punto de partida. La realidad se representa como un número infinito de círculos concéntricos los cuales se alejan indefectiblemente del historiador y del crítico de arte.

Habiendo sido un expresionista, Walter Gropius[3] pensaba que las palabras no podían enseñar el arte. Para él se trataba de una cuestión puramente individual, de la capacidad de deshacerse de los prejuicios y de ponerse en contacto con lo inconsciente, con aquello que ha sido reprimido. El discurso intelectual, sobre todo el discurso académico, era dejado de lado para enfocar la atención en la nueva visión. La nueva manera de ver el mundo y la vida partía de la liberación interior, espiritual, intuitiva y personal, pero también de la conciencia social, de la idea de que el trabajo de equipo ―el trabajo comunal― podría hacer posible el deseado equilibrio de los componentes humanos, de la parte material y la parte espiritual. La consiguiente subestimación de la tradición académica, el rechazo a su punto de vista histórico, hacía pensar a algunos progresistas que se estaba en presencia de una tendencia antihistoricista. Y, sin embargo, aquello que se rechazaba no era la historia de la civilización occidental en sí, era sólo el punto de vista predominantemente racional. La actual estigmatización por parte del racionalismo y el historicismo comienza con esta conveniente confusión. La razón y el orden representaban el progreso, el avance de la historia, por tanto un obstáculo como el Moderno, que cuestionaba el esquema evolucionista, debía ser superado a toda costa. El miedo a regresar a las etapas anteriores lleva a los tradicionalistas y progresistas a deformar el pensamiento arquitectónico moderno a fin de desacreditarlo. El desprecio por las palabras fue tomado como el desprecio por la civilidad misma. Hoy descubrimos que por lo menos Walter Gropius y Bruno Taut no eran funcionalistas, mucho menos antihistoricistas, que en vez de desacreditar al Moderno aquello que hicieron sus críticos fue apropiarse de su herencia.




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NOTAS:


[1] Plebe, Armando; ¿Qué es verdaderamente el Expresionismo?; Editorial Doncel; Madrid 1971; p. 19.

[2] Hofmannsthal, Hugo von; Ein Brief; in »Der Tag. Erster Teil: Illustrierte Zeitung«, Nummer 489, Sonneabend 18 Oktober, Berlin, 1902. Fuente del facsímil: Universität Duisburg-Essen.

»... die abstrakten Worte, deren sich doch die Zunge naturgemäβ bedienen muβ, um irgendwelches Urtheil an den Tag zu geben, zerfielen mir im Munde wie modrige Pilze«

En italiano hemos encontrado al menos dos formas de traducir esta frase de Hugo von Hofmannsthal, «le parole mi si sfacevano/sfarinavano nella bocca come funghi ammuffiti». O bien: «le parole mi si sfarinavano in bocca come funghi marci».

Tal vez el traductor español (Ángel Sánchez-Gijón) prefirió «morbosos» a «enmohecidos» o «podridos». Ignoramos cuál es la palabra italiana que empleó Plebe.

[3] Gropius, Walter; Alcances de la arquitectura integral; Colección Perspectiva del mundo; Ediciones La Isla; Buenos Aires, 1963.



* El presente artículo nuestro fue publicado originalmente en italiano en el blog Pensiero architetturato el 17 de abril del 2009.

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