martes, diciembre 09, 2008

Utopía, resistencia y ecología

POR MARIO ROSALDO



El arquitecto Alfonso González Martínez (México, DF, 1946) inicia en 1972 una trayectoria de difusor y defensor de una cultura ecológica, con la cual la sociedad del hombre pueda aprender a respetar y proteger la naturaleza, como antiguamente hacían, por ejemplo, algunas tribus indoamericanas. Desde esos primeros años de los setenta, González Martínez aprende que no puede haber un cambio en el orden urbano, en el mundo de la planeación física, si no hay de por medio un cambio más profundo que lo sustente, que sea el verdadero compromiso de cada uno de nosotros con nuestra propia vida y con las relaciones que esta vida nuestra mantiene con el mundo y el cosmos, aun cuando no seamos conscientes de dichas relaciones suprasensibles. González Martínez ha hecho de la utopía su forma de vida, lo mismo viviendo en copropiedad durante casi treinta años que apoyando acciones autogestionarias, o de resistencia a lo que en un principio llamó la cultura del ecocidio. Ha remado contra la corriente y parece haberse salido con la suya.

jueves, diciembre 04, 2008

Un vistazo a la situación actual de la antropología

POR MARIO ROSALDO
ACTUALIZACIÓN: 14 DE DICIEMBRE DE 2013



Siguiendo con la idea de presentarles algunos aspectos de nuestros escritos, a continuación exponemos un fragmento de nuestra crítica al libro Cultura y verdad[1] del etnógrafo Renato Rosaldo. Aunque leímos por primera vez el mencionado libro en 1992, fue sólo hasta que tuvimos necesidad de ubicarnos en el presente de la antropología que pusimos las ideas por escrito. Esta crítica forma parte, pues, de un primer estudio que sobre la situación actual de esta disciplina hicimos de enero a marzo del 2007. Esperemos sea de su interés.

viernes, noviembre 28, 2008

El fin de la utopía en la segunda mitad del Siglo XX

POR MARIO ROSALDO



Este breve texto es un comentario que hoy hemos publicado originalmente en el blog La vida es dura... y luego te mueres. Creemos que puede ser de interés para los lectores de Ideas Arquitecturadas, de ahí que lo demos a conocer aquí.


Pues será la tendencia al mesianismo, lo que hace pensar a muchos que una sola persona, o un solo partido, puede hacer tal cambio. Siendo esquemáticos, los resultados de las pasadas elecciones presidenciales de México apostaron en contra del caudillismo y, luego, a favor, del liberalismo. El caso de Obama podría verse de semejante manera, esto es, como la apuesta por un liberalismo más humanizado. Pero nada de esto significa, en ninguno de los dos casos, que el cambio esperado vaya más allá de la superficie, de la forma o la mera apariencia, pues en primer lugar nada garantiza que los procesos iniciados de transformación económica vayan a ser continuos y cada vez más radicales. Lo que la gente espera en realidad es una solución a corto plazo: salir de sus apuros económicos. Lo demás, a ver cuándo podrá ser.

sábado, noviembre 22, 2008

Circunstancias y conformismo

POR MARIO ROSALDO



El estudio de los movimientos artísticos, y de todo movimiento práctico e intelectual que se lleve a cabo en el seno de nuestra sociedad, exige la delimitación de sus alcances y sus influencias, no basta elegir arbitrariamente un segmento de la historia, sin una relación directa con el pasado que la determina o condiciona, y con el presente que lo estudia mediante conceptos y teorías que si no le son ajenos, ya tampoco le pertenecen. Por esta razón se hace indispensable un estudio que por lo menos intente explicar cómo se desarrolla esta compenetración entre pasado y presente, cómo se vuelve una relación recíproca, dialéctica. El siguiente fragmento se basa en parte del estudio que hemos hecho durante este año [2008] siguiendo el objetivo mencionado; aquí separamos lo que en nuestro concepto es, o debería ser, la actitud crítica de la simple simbolización y deformación de ésta.

viernes, junio 27, 2008

Antecedentes del debate crítico contemporáneo: orígenes del irracionalismo 3

POR MARIO ROSALDO
ACTUALIZACIÓN: 13 DE DICIEMBRE DE 2013



2. LA DESTRUCCIÓN DE LA RAZÓN
(Continuación)


La primera parte de esta crítica se titula «La intuición intelectual de Schelling, como primera manifestación del irracionalismo». Por lo tanto, para demostrar lo que nos anuncia, Lukács procede a definir la intuición intelectual del filósofo alemán, pero lo hace de una manera muy particular: no sigue el discurso de Schelling para dejar en claro qué es lo que éste piensa, sino que, de entrada, sujeta la expresión de «intuición intelectual» a un esquema preconcebido, precisamente a la tesis que trata de demostrar. Esto es, desarticula el discurso del filósofo para probar que las ideas de un precario idealismo objetivo no coinciden en absoluto con la estructura del ortodoxo modelo marxista-leninista, del cual él, Lukács, es uno de sus teóricos más polémicos. Así, en vez de una crítica imparcial u objetiva tenemos un reclamo y hasta una acusación de deslealtad.

Lukács remacha sobre el supuesto antagonismo que Schelling establece entre la intuición y la razón, únicamente para poner de relieve que desde el inicio el joven filósofo alemán renunciaba a cumplir la tarea que el luminoso destino le había confiado, ser el campeón de la dialéctica. Para corroborar esta percepción suya, Lukács ofrece algunas citas de Schelling donde éste distingue entre el conocimiento sensible y el intuitivo, de la misma manera en que distingue entre el conocimiento de la naturaleza y el conocimiento de lo absoluto, o entre las cosas de la naturaleza y la autoconciencia.

Veamos el primer ejemplo de este razonamiento. Lukács cita a Schelling:

«Este saber debe ser un saber absolutamente libre, precisamente porque cualquier otro saber es no libre, es decir, un saber al que no se llega por ninguna clase de pruebas, deducciones ni mediaciones de conceptos en general; dicho en otros términos y de un modo general, una intuición…»[1].

Y luego comenta con aire triunfal:

«Vemos aquí con la claridad de un ejemplo de cátedra, cómo el irracionalismo brota de la evasión filosófica ante un problema dialéctico claramente planteado por la época…»[2].

Lukács insiste líneas abajo en la supuesta evasión:

«[Schelling] se remontó, aunque de un modo vacilante y sin plena conciencia filosófica de lo que hacía, por sobre el subjetivismo filosófico de Kant y de Fichte; llegó a situarse, por lo menos vislumbrándolo en sus rasgos abstractos más generales, en el punto de vista de la dialéctica objetiva… Pero luego, el pensador huye y retrocede para refugiarse en el irracionalismo, haciéndolo cierto es, con la misma falta de clara conciencia con que antes se había sobrepuesto al subjetivismo de la “teoría de la ciencia”»[3].

Cabe señalar que ninguna de las citas presentadas por Lukács en este apartado, ni en el siguiente, prueba el supuesto idealismo objetivo de Schelling. Todo se funda en la idea de que nuestro joven filósofo había superado el subjetivismo fichteano, y en el decir de Marx de que habría que creer en «el sincero pensamiento juvenil de Schelling».

Es cierto que, de 1795 a 1800, Schelling discute abundantemente en sus libros sobre el problema de la objetividad, pero en ningún momento es para adoptar el punto de vista de la física. La superación del subjetivismo de Fichte es al mismo tiempo la superación del objetivismo, de la oposición sujeto-objeto, de la contradicción del Yo y el no-yo, pues Schelling no acepta bajo ninguna circunstancia que el principio superior o lo absoluto pueda estar condicionado por opuesto alguno: el Yo absoluto sólo puede ser un Yo incondicionado, un Yo absolutamente libre. Schelling intentará explicar cómo ha sido posible que de ese principio superior, infinito y eterno, surgiera lo finito y perecedero. Su respuesta le llevará al instante en que la conciencia se vuelve conciencia de sí misma, objeto de sí misma o autoconciencia. Y esta búsqueda de la objetivación de la conciencia, de la conversión de la unidad en multiplicidad, será lo que Lukács —y acaso también Marx y Engels— tomará por una dialéctica idealista-objetiva. Nada más alejado de la tesis schellingiana, pues ésta nunca identifica la autoconciencia y su objetivación con la dialéctica sujeto-objeto del mundo físico. Cuando habla del Yo empírico y la libertad empírica, siempre lo hace en relación a lo finito que ha sido engendrado por lo infinito y eterno, por lo absoluto o Dios:

«El Yo empírico existe solamente con y a través de los objetos. Pero los objetos solos nunca engendrarán un Yo. Que el yo empírico sea empírico lo debe a los objetos, que el Yo sea en general debe agradecerlo solamente a una causalidad superior»[4].

Schelling concibe, pues, lo absoluto como la unidad originadora de la contradicción, pero no como la contradicción misma. Es, por tanto, un error de interpretación, por lo menos de Lukács.

Como adelanto de su crítica al viejo Schelling, Lukács enlaza las siguientes dos citas del filósofo alemán y concluye tajantemente:

«Su polémica contra la filosofía intelectiva de la Ilustración es abiertamente antidemocrática, va claramente dirigida contra esta filosofía en cuanto precursora de la revolución. “El erigir a la inteligencia en árbitro de la razón conduce necesariamente a la oclocracia en el campo de las ciencias y, con ella, tarde o temprano, a la rebelión general de la plebe.” La filosofía debe levantar su veto aristocrático contra este peligro. “Si algo puede oponer un dique al río que amenaza desbordarse y que confunde cada vez más visiblemente lo más alto con lo más bajo, desde que también la plebe comienza a escribir y se arroga el derecho a figurar en el rango de los enjuiciadores, es la filosofía, que tiene por divisa natural la frase del clásico: Odi profanum vulgus et arceo.” Los fundamentos de este sesgo absolutamente reaccionario se encuentran ya, por tanto, en el joven Schelling»[5].

Lukács tiene razón en interpretar la primera cita como una polémica contra la Ilustración, pero se equivoca cuando la tacha de polémica abiertamente antidemocrática, pues el concepto de oclocracia nos remite igualmente al período de inestabilidad y terror de la Revolución francesa, que nada tuvo de democrático, y que era el precedente en el que podía pensar Schelling en 1803, año de las citas comentadas por Lukács Además, frente a la violencia de la revuelta popular, Schelling defiende su ideal de la revolución espiritual pacífica. Es en este sentido que distingue entre el filósofo guía y el gobierno de la plebe.

Pero dejemos que él mismo nos explique sus ideas:

«El dominio de la ciencia no es una democracia ni mucho menos una oclocracia, sino una aristocracia en el sentido más noble. Deben regir los mejores. Asimismo, deben permanecer totalmente pasivos los meramente incapaces, a los que cualquier tradición recomienda, los simples charlatanes que se abren paso, que deshonran la profesión de la ciencia a través de los pobres métodos industriales...»[6].

Es decir, no habla de la plebe en el mundo real empírico, sino en el estricto dominio de la ciencia, de la filosofía. No habla de la vía revolucionaria al socialismo, sino de una tercera vía que habría de ser conciliadora y pacífica, y que llevaría de la confusión a la unidad, al espíritu. Volveremos sobre esto en nuestras conclusiones.

La segunda cita se entiende mejor en su contexto:

«La situación del Estado es un símil de la situación del imperio de las ideas. En éste lo absoluto es como el poder derramado ante todos, el monarca, las ideas son —no la nobleza ni el pueblo, porque éstos son el concepto que solamente tiene realidad mutua en la contradicción—, sino los hombres libres: las cosas reales y aisladas son los esclavos y los siervos. Hay una gradación semejante en las ciencias. La filosofía vive sólo en las ideas, y el trabajo de las cosas reales y aisladas lo deja a la física, la astronomía, etc. Éstas de por sí son ya meras ideas exageradas, y, ¿quién cree en la humanidad y en esta ilustración de los tiempos, incluso en las altas esferas del Estado? Si hay alguna cosa que pueda oponer un dique a la corriente invasora, que visiblemente mezcla lo superior y lo inferior, desde que la plebe empieza a escribir y cada plebeyo se eleva a la categoría del que juzga, esa es la filosofía, cuya divisa natural es la expresión: Odi profanum vulgus et arceo»[7].

Ciertamente este pensamiento no corresponde a un hombre de la Ilustración, pero tampoco corresponde a un reaccionario político proclive a la monarquía como un Schopenhauer. La realidad que tiene frente a sí Schelling es la de la contradicción social o natural que hay que superar, y esto en su opinión sólo puede hacerse volviendo al fundamento espiritual de nuestras raíces. Este es el pensamiento de un hombre que ve que la vida material, la vida empírica, empuja cada vez más al olvido a la vida espiritual, que es la mayor conquista. Schelling actúa como un Montaigne o como un Bruno, que se niega a someterse al dogmatismo y el determinismo de su época y halla la posibilidad de superar las contradicciones en el retorno a la unidad, al fundamento primigenio. La gradación de lo inferior a lo superior es el paso de lo vegetativo a lo sensible, de este grado a lo racional, y finalmente de lo racional a lo espiritual. No hay oposición a lo racional, simplemente se le ve como un nivel por el que hay que pasar para desprenderse de la contradicción del mundo sensible o físico. Así pues, esta aspiración filosófica de una vía mística y conciliadora ya está en el joven Schelling de 1795-1800, no se origina —como sostiene equivocadamente Lukács— por influencia de sus amistades reaccionarias, ni en el período de la Restauración que comienza en 1815.



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NOTAS:


[1] Lukács, Georg; El asalto a la razón – La trayectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler; Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1976; p. 117. Subrayado original.

[2] Ibíd.

[3] Ibíd.

[4] Schelling, Friedrich Wilhelm Joseph von; Vom Ich als Prinzip der Philosophie oder über das Unbedingte im menschlichen Wissen [1795]; Stuttgart (Cotta) 1856-1861; p. 88. Traducción nuestra.

[5] Lukács, Georg, op. cit.; p. 121. Subrayado original.

[6] Schelling, Friedrich Wilhelm Joseph von; Vorlesungen über die Methode des akademischen Studiums [1803]; Stuttgart (Cotta) 1856-1861; p. 567. Traducción nuestra.

[7] Schelling, Friedrich Wilhelm Joseph von; op. cit.; pp. 590-591. Traducción nuestra. Subrayado original. En cuanto a la frase «Odi profanum vulgus et arceo», ésta pertenece a Horacio; es el título de su Oda I en Carmina, libro III. Puede traducirse como «odio al vulgo ignorante y me aparto de él», se deduce que se refiere a quienes no saben apreciar la belleza de la poesía.

sábado, mayo 31, 2008

Antecedentes del debate crítico contemporáneo: orígenes del irracionalismo 2

POR MARIO ROSALDO



2. LA DESTRUCCIÓN DE LA RAZÓN


El año de 1795 es crucial en la vida filosófica de Schelling, pues no sólo llega a concebir lo absoluto [das Absolute] como el principio filosófico que podía superar las oposiciones del hombre contra el mundo, y del hombre contra sí mismo, sino, también, a plantearse la tarea que habrá de realizar pacientemente el resto de sus días: explicarse y explicarnos cómo había sido posible que lo absoluto -unidad eterna o infinita- deviniera en lo separado, lo perecedero o lo finito. Testimonio de esto son: su carta del 4 de febrero de 1795 a Hegel y su libro Vom Ich als Princip der Philosophie o las Philosophische Briefe über Dogmatismus und Kriticismus, publicados el mismo año de 1795. Por su correspondencia con Hegel, sabemos que ellos dos, junto con Hölderlin, se veían a sí mismos como integrantes de una nueva fe religiosa, que no necesitaba de las instituciones, y los tres esperaban que su filosofía, o su poesía -en el caso de Hölderlin-, pudiera salvar la parte espiritual que se veía amenazada por el dogmatismo y el despotismo de la época. Frente a estas dos formas de opresión, Hegel y Schelling concebían la revolución filosófica como la verdadera revolución. Las obras posteriores de Schelling, escritas de 1800 a 1809, o incluso las de 1811 a 1850[1]nunca dan por resuelto el problema de la separación y la finitud, y plantean siempre nuevos retos. Schelling insistirá continuamente que lo absoluto -o Dios- puede ser conocido a través de la intuición intelectual, pues así como hay una tendencia a la separación, así también hay una tendencia a volver al origen, es decir, a que la conciencia vuelva sobre sí misma. El estudio de la física y la química, o de la mitología y la religión, es ciertamente la diferenciación de las etapas que la conciencia ha seguido en su objetivación, en la separación de sí misma; pero también en el necesario retorno a lo absoluto. El arte es por igual pieza clave en esta objetivación y en este eterno retorno. Schelling opone al acto de fe y al dogma un razonamiento que oscila entre lo intuitivo y lo intelectual y, asimismo, defiende ante idealistas y empiristas que el conocimiento de la unidad de lo finito en lo infinito es posible a través de este razonar que carece de objeto sensible, que no se opone al mundo de los objetos, ni está determinado por éste. A nuestro juicio, entonces, Schelling no es antirracional, si bien tampoco podemos decir que es racional a la manera de las tendencias más radicales, que niegan toda posibilidad de conocimiento a la intuición intelectual. Schelling más bien es defensor del equilibrio o de la unidad que debiera existir en todas las facultades del hombre, de la natural unión entre la intuición y la razón. Su exploración filosófica que llega hasta el estudio de la mitología y la religión parece aspirar solamente a ser una prueba de que ese razonar intuitivo es necesario e impostergable.

jueves, abril 24, 2008

Antecedentes del debate crítico contemporáneo: orígenes del irracionalismo 1

POR MARIO ROSALDO



A partir de hoy publicaremos una serie de artículos a través de los cuales discutiremos algunos libros donde se intenta establecer los orígenes del irracionalismo. Estaremos recorriendo los dominios de la filosofía, pero esperamos poder concluir en el área de nuestra competencia cuando finalmente discutamos sobre el arte en cuanto arena del racionalismo y el irracionalismo, tema del cual ya hemos dado un adelanto el mes pasado.


1. LA BANCARROTA DE LA RAZÓN

En su Tratado sobre la naturaleza humana de 1739, David Hume (1711-1776) no sólo plantea el famoso problema de la inducción que lleva su nombre, sino que además plantea una condición para la cuestión que acaba de dar forma: que quien se someta al rigor de la reflexión [reflection] sea un filósofo. Deja al resto de los temperamentos en libertad de pensar y actuar de manera contraria o distinta, éstos pueden optar por la creencia [belief] si eso les conviene. Es probable que este reconocimiento al carácter opcional de la creencia haya sido determinado por las condiciones políticas y religiosas de la época, pero parece responder al mismo tiempo al problema que, desde su orígenes clásicos, la ciencia afronta en relación con el pensamiento predominante de cada período, que suele estar cargado de no pocas mistificaciones, algunas inspiradas por la tradición y la religión y otras por las interpretaciones mecanicistas o especulativas de la propia ciencia. Comoquiera que esto haya sido, el hecho es que en su Tratado Hume, más que interesado en zanjar una polémica, parece interesado en impulsar el camino independiente de la ciencia.

En su Historia de la filosofía occidental[1] de 1946, Bertrand Russell sustenta un punto de vista contrario al nuestro, escribe que la filosofía de Hume representa la “bancarrota de la razón”. Intentando “ser sensible y empírico” como Locke, dice Russell, Hume “llega a una conclusión desastrosa, que de la experiencia y la observación no se aprende nada. Que no hay tal creencia racional… No podemos evitar creer, pero ninguna creencia se puede fundar en la razón.” Lamenta que Hume no haya disipado de una vez por todas la duda sobre la superioridad de la razón, del racionalismo, frente a la creencia religiosa. Además, Russell sugiere que las inconsistencias de Hume dejan abierta la puerta al “arrebato de fe irracionalista” que surge más tarde con Rousseau. Parte de estas inconsistencias sería la siguiente declaración de Hume, que a juicio de Russell es una auto-refutación: “Hablando en general, los errores de la religión son peligrosos; los de la filosofía solamente ridículos”. Russell explica que Hume “no tiene derecho a decir eso puesto que ‘peligrosos’ es una palabra causal y un escéptico de la causalidad no puede saber si algo es ‘peligroso’.” Considerando en su argumentación en contra de Hume que al final del Tratado éste “… olvida todas sus dudas fundamentales y escribe parecido a como cualquier otro moralista ilustrado de su época podría haber escrito”, Russell concluye que Hume no puede mantener su escepticismo en la práctica, que es por tanto un escéptico insincero.

A nosotros nos parece que Russell llega a este reclamo y a esta lamentación simplemente porque adopta el enfoque racionalista excluyente de todo irracionalismo. La posición de Hume, por el contrario, pese al escepticismo que implica, es menos intransigente. Cuando Hume dice “hablando en general” nos advierte de que ya no está sólo en la esfera del filósofo, que está también en la esfera del resto de los temperamentos, donde se puede creer según convenga. Es ahí en esa esfera de la creencia, de los diversos temperamentos, que “peligrosos” cobra sentido. Hume no dice que no practiquemos la reflexión, sino que la práctica de ésta exige de principios escépticos, los cuales no hacen falta en el caso de la creencia (religiosa o no). Russell no quiere ver esto, o no lo comprende. Opta por pensar que un solo individuo pudo haber cambiado el curso de la historia con la expulsión de la creencia religiosa del pensamiento racional moderno. La condena de Russell a Hume es más moralista que científica.

Cuando en el capítulo dedicado a Kant, Russell trata de Rousseau[2], atribuye paradójicamente al estado de ánimo de las personas la aceptación de las ideas filosóficas: “Locke, viviendo en una época en que los hombres se habían cansado del ‘entusiasmo’, no tuvo dificultad en persuadir a los hombres de la validez de su réplica a esta crítica [de que el hombre entusiasta y el hombre sobrio son equiparables]. Rousseau que llega en un momento en que las personas se estaban a su vez cansando de la razón, revivió el ‘entusiasmo’, y, aceptando la bancarrota de la razón, permitió que el corazón decidiera cuestiones que la cabeza dejaba dudosas.” Es decir, intentando minimizar el valor de la filosofía de Rousseau cuya influencia no se habría debido, según sugiere Russell, a este valor en sí, sino a las circunstancias y en particular al estado de ánimo de la gente, Russell acaba por decirnos que el impulsor de la historia (por lo menos de la historia de la filosofía) es ese variable estado de ánimo y no la razón. De Kant dice que su teoría del conocimiento enfatiza la oposición entre mente y materia, “lo que conduce al final a la aseveración de que sólo existe la mente.” Asimismo dice que Kant está vehementemente a favor de que todo sistema se deba demostrar “por medio de argumentos filosóficos abstractos”.

Después de la exposición a grandes rasgos de lo que él considera es la filosofía de Kant, Russell lleva a cabo un examen puntual de cada uno de los argumentos de la teoría del espacio y el tiempo de Kant. Pero Russell utiliza lo mismo argumentos lógicos que argumentos circunstanciales o anímicos. Confronta las ideas del siglo XVIII con las ideas de la primera mitad del siglo XX, donde las segundas se imponen a las primeras en una supuesta progresión lógica. Nos dice que alguien que vive en un país de planicies no puede concebir el espacio del mismo modo que alguien que vive encerrado en un valle alpino, al menos no como una magnitud infinita. Por si eso fuera discutible, Russell cede a la tentación del argumento según el cual “los astrónomos modernos sostienen que el espacio no es en efecto infinito, sino que da vueltas y vueltas como la superficie de un globo.” Pero, nosotros no vemos aquí ninguna demostración filosófica, sino la introducción desesperada de una hipótesis científica la cual por definición no es irrefutable, o la relatividad del conocimiento científico y filosófico el cual estaría sujeto a la percepción del lugar y de las emociones y sentimientos de cada comunidad, cuando lo que Russell intenta probar es que la vía racional es superior a la irracional. No lo consigue, se contenta con cuestionar su validez para una mente racional contemporánea.

Al final del capítulo de Kant, Russell se refiere a Fichte como el inmediato sucesor de Kant. En su opinión, al abandonar Fichte el problema de ‘las cosas en sí’, lleva “el subjetivismo hasta un punto en el que casi parece involucrar una especie de locura.” Russell no estudia la filosofía de Fichte por no considerarlo importante en tanto filósofo, en cambio nos da una muy apretada crítica de Fichte como fundador del nacionalismo alemán. Habiendo escrito su libro en los años de la Segunda Guerra Mundial, Russell no puede evitar matizar su historia de la filosofía de esa condena moralista que dirige en general en contra del pensamiento alemán y sus mejores representantes. El argumento de Russell para desatender a Fichte y al “sucesor inmediato” de éste, Schelling, es que ninguno de los dos es más importante que Hegel, a quien sí le dedica un capítulo entero. Sin embargo, por otras razones, y con un enfoque muy diferente, Georg Lukács, en su libro El asalto a la razón[3] de 1953, nos propone partir de Schelling para poder establecer el origen del irracionalismo que, en su opinión habría desembocado en el nacionalsocialismo. Trataremos sobre este libro en nuestro siguiente artículo.



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NOTAS:



[1] Russell, Bertrand; History of Western Philosophy - and its Connections with Political and Social Circumstances from the Earliest Times to the Present Day; Unwin Paperbacks, London, reprinted 1980; pp. 634-647.

[2] Russell, Bertrand; op. cit.; pp. 675-690.

[3] Lukács, Georg; El asalto a la razón - La trayectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler; Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1976.

martes, marzo 04, 2008

Arte, ciencia y simulación

POR MARIO ROSALDO



La insistencia de la crítica de arquitectura de tendencia cientificista en exponer sus ideas a través de una terminología que se asemeje formalmente al lenguaje científico, no es nada nuevo. Obedece en general a la idea equivocada de que las nuevas palabras o las redefiniciones abstractas pueden cambiar la realidad. Sin embargo, la historia de la ciencia nos demuestra que los cambios en sus conceptos y teorías no se dieron por anticipado, no fueron consecuencia directa de la invención de neologismos, sino que fueron resultado de un largo y lento proceso de experimentación y razonamiento. Sólo en la medida que la ciencia se fue estableciendo se pudo ir depurando el lenguaje común hasta convertirlo en un lenguaje propiamente científico. No sucedió a la inversa. La discusión que existe hoy día respecto al uso apropiado de los conceptos científicos como conjetura, teoría y método científico, o sobre las interpretaciones que se deben hacer de ellos, pertenece más bien al campo de la filosofía de la ciencia. Y es que a menudo se nos olvida que la ciencia como concepto histórico y filosófico difiere mucho de la ciencia como realidad. Una cosa es lo que podemos esperar o desear de la ciencia, y otra muy distinta lo que la ciencia es en su práctica.

lunes, febrero 04, 2008

Para romper la inercia y renovar la actitud crítica en la arquitectura

POR MARIO ROSALDO



Si nos ponemos a estudiar en serio las teorías y las críticas de la arquitectura de los años recientes, digamos de 1980 a la fecha, veremos que la sofisticación que han sufrido en sus métodos, temas y terminologías, con respecto a sus pares de los años sesenta y setenta, puede atribuirse en buena parte al interés de establecerse como paradigmas científicos o multidisciplinarios; o, por el contrario, sencillamente como teorías o críticas fundadas en las formas del llamado irracionalismo o antirracionalismo. Entre todos estos extremos, por lo general, hallamos las actitudes conciliadoras: las soluciones que evitando tomar partido por los radicales o los reaccionarios, prefieren la suavidad del punto medio, o hasta del eclecticismo. Podemos convenir en que moralmente una crítica conciliadora es benéfica y deseable, o que resulta muy afortunada la idea de una crítica pluralista, una crítica que se abra al diálogo sin asumir posturas extremas y absolutas. Pero en los hechos el llamado pluralismo no siempre incluye a todos los críticos, tiende a dejar fuera a los monistas y a todos los que no aceptan el modelo de la democracia liberal. Y cuando dice respetar a los racionalistas o a los idealistas, según sea el caso, por lo común los considera equivocados. La inclusión pluralista se vuelve una aduana por donde pasan preferentemente los simpatizantes del liberalismo económico. Una conciliación que se funda en la supuesta igualdad e inclusión de todas las opiniones, es la imposición mal disimulada del viejo relativismo cultural de la academia antropológica.

viernes, enero 04, 2008

La crítica de arte, la intuición y la objetividad

POR MARIO ROSALDO



A pesar de que hoy día la crítica de arte, incluida en ella la crítica de arquitectura, aborda los temas o problemas con un mayor número de recursos que hace un siglo, las viejas tendencias siguen fluyendo y atrayendo adeptos. Así tenemos que en las nuevas generaciones se hacen presentes las variadas formas del positivismo, el pragmatismo y, en general, el llamado irracionalismo. Corrientes todas resultantes de los debates originalmente escolásticos, entre racionalistas, empiristas y metafísicos. Muy a menudo, hoy día, algunos críticos oponen la intuición al razonamiento como único medio o método para determinar la historia del arte o para captar o vislumbrar cualquier fenómeno. No aceptan de ningún modo que sea posible un examen razonado del fenómeno humano. Con la misma frecuencia, otros críticos adoptan la posición totalmente contraria. Son los cientificistas para los que nada es más válido que un método de las ciencias naturales, o de las ciencias sociales, aplicado al estudio del arte, o, en nuestro particular caso, de la arquitectura. Por supuesto que también hallamos a los críticos eclécticos y a los relativistas, a los improvisados y los oportunistas, para no mencionar a los aficionados o diletantes.