jueves, abril 24, 2008

Antecedentes del debate crítico contemporáneo: orígenes del irracionalismo 1

POR MARIO ROSALDO



A partir de hoy publicaremos una serie de artículos a través de los cuales discutiremos algunos libros donde se intenta establecer los orígenes del irracionalismo. Estaremos recorriendo los dominios de la filosofía, pero esperamos poder concluir en el área de nuestra competencia cuando finalmente discutamos sobre el arte en cuanto arena del racionalismo y el irracionalismo, tema del cual ya hemos dado un adelanto el mes pasado.


1. LA BANCARROTA DE LA RAZÓN

En su Tratado sobre la naturaleza humana de 1739, David Hume (1711-1776) no sólo plantea el famoso problema de la inducción que lleva su nombre, sino que además plantea una condición para la cuestión que acaba de dar forma: que quien se someta al rigor de la reflexión [reflection] sea un filósofo. Deja al resto de los temperamentos en libertad de pensar y actuar de manera contraria o distinta, éstos pueden optar por la creencia [belief] si eso les conviene. Es probable que este reconocimiento al carácter opcional de la creencia haya sido determinado por las condiciones políticas y religiosas de la época, pero parece responder al mismo tiempo al problema que, desde sus orígenes clásicos, la ciencia afronta en relación con el pensamiento predominante de cada período, que suele estar cargado de no pocas mistificaciones, algunas inspiradas por la tradición y la religión y otras por las interpretaciones mecanicistas o especulativas de la propia ciencia. Comoquiera que esto haya sido, el hecho es que en su Tratado Hume, más que interesado en zanjar una polémica, parece interesado en impulsar el camino independiente de la ciencia.

En su Historia de la filosofía occidental[1] de 1946, Bertrand Russell sustenta un punto de vista contrario al nuestro, escribe que la filosofía de Hume representa la “bancarrota de la razón”. Intentando “ser sensible y empírico” como Locke, dice Russell, Hume “llega a una conclusión desastrosa, que de la experiencia y la observación no se aprende nada. Que no hay tal creencia racional… No podemos evitar creer, pero ninguna creencia se puede fundar en la razón.” Lamenta que Hume no haya disipado de una vez por todas la duda sobre la superioridad de la razón, del racionalismo, frente a la creencia religiosa. Además, Russell sugiere que las inconsistencias de Hume dejan abierta la puerta al “arrebato de fe irracionalista” que surge más tarde con Rousseau. Parte de estas inconsistencias sería la siguiente declaración de Hume, que a juicio de Russell es una auto-refutación: “Hablando en general, los errores de la religión son peligrosos; los de la filosofía solamente ridículos”. Russell explica que Hume “no tiene derecho a decir eso puesto que ‘peligrosos’ es una palabra causal y un escéptico de la causalidad no puede saber si algo es ‘peligroso’.” Considerando en su argumentación en contra de Hume que al final del Tratado éste “… olvida todas sus dudas fundamentales y escribe parecido a como cualquier otro moralista ilustrado de su época podría haber escrito”, Russell concluye que Hume no puede mantener su escepticismo en la práctica, que es por tanto un escéptico insincero.

A nosotros nos parece que Russell llega a este reclamo y a esta lamentación simplemente porque adopta el enfoque racionalista excluyente de todo irracionalismo. La posición de Hume, por el contrario, pese al escepticismo que implica, es menos intransigente. Cuando Hume dice “hablando en general” nos advierte de que ya no está sólo en la esfera del filósofo, que está también en la esfera del resto de los temperamentos, donde se puede creer según convenga. Es ahí en esa esfera de la creencia, de los diversos temperamentos, que “peligrosos” cobra sentido. Hume no dice que no practiquemos la reflexión, sino que la práctica de ésta exige de principios escépticos, los cuales no hacen falta en el caso de la creencia (religiosa o no). Russell no quiere ver esto, o no lo comprende. Opta por pensar que un solo individuo pudo haber cambiado el curso de la historia con la expulsión de la creencia religiosa del pensamiento racional moderno. La condena de Russell a Hume es más moralista que científica.

Cuando en el capítulo dedicado a Kant, Russell trata de Rousseau[2], atribuye paradójicamente al estado de ánimo de las personas la aceptación de las ideas filosóficas: “Locke, viviendo en una época en que los hombres se habían cansado del ‘entusiasmo’, no tuvo dificultad en persuadir a los hombres de la validez de su réplica a esta crítica [de que el hombre entusiasta y el hombre sobrio son equiparables]. Rousseau que llega en un momento en que las personas se estaban a su vez cansando de la razón, revivió el ‘entusiasmo’, y, aceptando la bancarrota de la razón, permitió que el corazón decidiera cuestiones que la cabeza dejaba dudosas.” Es decir, intentando minimizar el valor de la filosofía de Rousseau cuya influencia no se habría debido, según sugiere Russell, a este valor en sí, sino a las circunstancias y en particular al estado de ánimo de la gente, Russell acaba por decirnos que el impulsor de la historia (por lo menos de la historia de la filosofía) es ese variable estado de ánimo y no la razón. De Kant dice que su teoría del conocimiento enfatiza la oposición entre mente y materia, “lo que conduce al final a la aseveración de que sólo existe la mente.” Asimismo dice que Kant está vehementemente a favor de que todo sistema se deba demostrar “por medio de argumentos filosóficos abstractos”.

Después de la exposición a grandes rasgos de lo que él considera es la filosofía de Kant, Russell lleva a cabo un examen puntual de cada uno de los argumentos de la teoría del espacio y el tiempo de Kant. Pero Russell utiliza lo mismo argumentos lógicos que argumentos circunstanciales o anímicos. Confronta las ideas del siglo XVIII con las ideas de la primera mitad del siglo XX, donde las segundas se imponen a las primeras en una supuesta progresión lógica. Nos dice que alguien que vive en un país de planicies no puede concebir el espacio del mismo modo que alguien que vive encerrado en un valle alpino, al menos no como una magnitud infinita. Por si eso fuera discutible, Russell cede a la tentación del argumento según el cual “los astrónomos modernos sostienen que el espacio no es en efecto infinito, sino que da vueltas y vueltas como la superficie de un globo.” Pero, nosotros no vemos aquí ninguna demostración filosófica, sino la introducción desesperada de una hipótesis científica la cual por definición no es irrefutable, o la relatividad del conocimiento científico y filosófico el cual estaría sujeto a la percepción del lugar y de las emociones y sentimientos de cada comunidad, cuando lo que Russell intenta probar es que la vía racional es superior a la irracional. No lo consigue, se contenta con cuestionar su validez para una mente racional contemporánea.

Al final del capítulo de Kant, Russell se refiere a Fichte como el inmediato sucesor de Kant. En su opinión, al abandonar Fichte el problema de ‘las cosas en sí’, lleva “el subjetivismo hasta un punto en el que casi parece involucrar una especie de locura.” Russell no estudia la filosofía de Fichte por no considerarlo importante en cuanto filósofo, en cambio nos da una muy apretada crítica de Fichte como fundador del nacionalismo alemán. Habiendo escrito su libro en los años de la Segunda Guerra Mundial, Russell no puede evitar matizar su historia de la filosofía de esa condena moralista que dirige en general en contra del pensamiento alemán y sus mejores representantes. El argumento de Russell para desatender a Fichte y al “sucesor inmediato” de éste, Schelling, es que ninguno de los dos es más importante que Hegel, a quien sí le dedica un capítulo entero. Sin embargo, por otras razones, y con un enfoque muy diferente, Georg Lukács, en su libro El asalto a la razón[3] de 1953, nos propone partir de Schelling para poder establecer el origen del irracionalismo que, en su opinión habría desembocado en el nacionalsocialismo. Trataremos sobre este libro en nuestro siguiente artículo.



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NOTAS:

[1] Russell, Bertrand; History of Western Philosophy - and its Connections with Political and Social Circumstances from the Earliest Times to the Present Day; Unwin Paperbacks, London, reprinted 1980; pp. 634-647.

[2] Russell, Bertrand; op. cit.; pp. 675-690.

[3] Lukács, Georg; El asalto a la razón - La trayectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler; Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1976.

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