lunes, noviembre 25, 2013

El concepto moderno de arte*

POR MARIO ROSALDO





El día de ayer llegamos al octavo año de publicaciones en línea, por este motivo nos disponemos a transcribir aquí un texto en el que puede apreciarse el trabajo crítico en torno del concepto moderno de arte, que habíamos realizado durante el 2005, y que todavía nos ocupaba días antes de tomar la decisión de iniciar Ideas Arquitecturadas. Como siempre esperamos que la exposición sea de interés general.



EL CONCEPTO MODERNO DE ARTE*
FRAGMENTO

(…) Pevsner[1] nos advierte de que, en el momento en que Saint-Denis inició la revolución constructiva del Medievo, ya se podía reconocer en Francia las características de lo que sería el nuevo estilo, sobre todo en las provincias circundantes de Saint-Denis. Suger[2] insinúa esto mismo, cuando en su informe acerca de lo que se había hecho en su administración, nos remite al «uso moderno», con el cual Saint-Denis no coincidía al tener situadas las puertas en el tímpano. Suger las cambia y las coloca bajo el mosaico. Este precedente, que el mismo Suger reconoce, y que es al que probablemente aspira, es lo que le hace pensar en una «obra moderna». ¿Es Suger quien inventa la expresión «uso moderno»? Probablemente no, porque el término latín modernum, y desde luego sus variantes, era muy utilizado entonces en el lenguaje jurídico y religioso. Lo que habría que aclarar más bien es cómo pasa de estos usos específicos al general que le opone a lo viejo y anticuado. Suger identificaba ya el modo actual de hacer las cosas con la expresión «uso moderno», y por tanto con «opus modernum».

Para cuando Vasari[3] califica de «góticos» los ejemplos de la obra moderna, las iglesias y las catedrales medievales, el término moderno parece tener ya otro sentido, determinado sin duda lo mismo por el deseo del retorno al origen clásico que por las nuevas condiciones sociales que hacen ver tal retorno como necesario. Pevsner[4] menciona la especialización del trabajo que produjo la serie de construcciones catedralicias o eclesiásticas, en Francia y otros países, pero principalmente en Inglaterra y Alemania. Esta especialización se hace completamente evidente durante el período renacentista. Cuando Vasari escribe su libro sobre la vida de los artistas ya ha habido un enorme cambio en las costumbres y en la concepción del arte y la arquitectura o de sus ejecutantes: el maestro de obra, el escultor y el pintor. Para entonces las artes liberales ya están al alcance de los gremios e incluso de todo aquél que posea un talento para convertirse en artista. No se nutren más de la escuela empírica de la obra moderna —a la que prefieren llamar francesa (opus francorum)—, han vuelto a la tradición clásica. Debido a los enfrentamientos de las repúblicas italianas, que luchan por el dominio del comercio marítimo, la restauración de la tradición clásica se convierte en la legitimación de cada una de sus causas: económicas, políticas, religiosas y artísticas. Y tanto la iglesia como la universidad juegan un papel relevante en esta legitimación. El auge de las universidades italianas está relacionado con este auge económico de las repúblicas, pero también con la entrada a la península de la tradición clásica incluso desde antes de la caída de Constantinopla. Lo clérigos están entre los más entusiasmados por recuperar y estudiar los textos griegos. Mandrou[5] recuerda que el paso del humanismo a la ciencia se da en las mismas escuelas de la iglesia. Será con la Reforma y la Contrarreforma que este entusiasmo por la ciencia griega se verá empañado por el miedo a la excomunión o a la acusación de hechicería, de prácticas demoníacas. En esta circunstancia queda claro que Vasari no alababa la construcción de los estilos clásicos solamente por ser una técnica superior, como argumentaba, sino también porque en ese momento el poder económico de las repúblicas italianas necesitaba del apoyo político y moral del Imperio y de la Iglesia, es decir, de la fuerza contra la que se enfrentaban los protestantes, quienes no pedían retornar al paganismo germánico, sino a San Agustín. (…)

La historia de las ciudades italianas no está desligada de la influencia germana, su independencia misma fue determinada en parte por las guerras y disputas entre el Papado y el Imperio. Génova, Milán, Venecia, Pizza y Siena muestran en su arquitectura la influencia «gótica». ¿Dónde más hay que buscar, pues, este desprecio por lo «gótico»? Cuando Vasari tiene 34 años se inicia el Concilio de Trento, que busca la reconquista religiosa de las regiones de la Europa Central bajo la influencia del protestantismo. Y, no sólo instituye una nueva orden religiosa, la de los Jesuitas, sino que, además, y esto es de nuestro mayor interés, va a propiciar el desarrollo de un nuevo estilo artístico. Pero no sólo toca a Vasari ser testigo de los inicios de la Contrarreforma, en sus años de juventud también debió atestiguar las disputas de Roma con Inglaterra y Alemania y, por tanto, la separación de la Iglesia Anglicana. Vasari era un niño cuando Martín Lutero inició su campaña reformadora de la iglesia, pero es posible que uno de los argumentos luteranos haya calado hondo no sólo en los protestantes, sino también en los católicos, el de la supuesta superioridad de la nobleza cristiana germana. Planteada en estos términos la lucha protestante no tardó en convertirse en una lucha entre príncipes imperiales germanos y el Papado y en hacer que gran parte de Europa, Occidental y Central, se sustrajera de la obediencia al Papa. Vasari tiene 44 años cuando el emperador Carlos V reconoce, a través de su representante, el derecho de los príncipes germanos a elegir la religión de su propio Estado. Es muy probable que Roma haya censurado los escritos y proclamas protestantes, lo mismo puede decirse de la Toscana, gobernada por los Médicis. Pero debió ser imposible ocultar del todo lo que se decía y lo que sucedía fuera de Italia. La misma idea de la Contrarreforma hubo de ser propagada con base a refutaciones y desacreditaciones de los argumentos protestantes, para no mencionar las persecuciones y las guerras que profundizaron la división europea. Lo que significa que, aun en su deformación, los argumentos protestantes llegaron a ser conocidos por los italianos. Debemos suponer, entonces, que, cuando Vasari se pronuncia de 1543 a 1550 contra la obra moderna medieval, en realidad está tomando partido por la Iglesia de Roma y su respaldo a la tradición grecorromana. (…)

(…) La modernidad de Suger todavía pertenece al mundo feudal, pero el ascenso de la monarquía y la consolidación del régimen permiten justificar ese aire de renovación que caracteriza a los siglos XI y XII. Taine habla de un semirrenacimiento [demi-renaissance][6], y podría hablarse de un prerrenacimiento si no es por la serie de crisis económicas y la mortandad de la peste negra, que asolaron Europa sobre todo en el siglo XIV. Hoy sabemos que la modernidad de los siglos anteriores al siglo XVI también fue una renovación del pensamiento antiguo. El movimiento escolástico adquiere sus claros perfiles, como dice Larroyo[7], con Anselmo de Canterbury. Y con Pedro Abelardo establece definitivamente su método. Abelardo mismo nos cuenta que aprende árabe para poder estudiar la tradición racional procedente de Grecia. Esto bastaría para negarle el derecho a los humanistas de calificar con desprecio el arte de la Baja Edad Media de «gótico». Pero las fuentes históricas de la arquitectura tan despreciada por Vasari también contribuyen para que se rechace el epíteto. Como sostiene Pevsner, Saint-Denis es la culminación de un lento desarrollo que por lo menos va del carolingio al románico, y el primero no se entiende sin la influencia de Rávena. Y la mención de un arquitecto de origen armenio, entonces región perteneciente al mundo árabe, pero de clara historia bizantina, acaba por situarnos en lo que sería un origen grecorromano. Por lo demás, la modesta arquitectura de los germanos invasores de Roma, o federados a ella, no puede ser de ninguna manera considerada un precedente como habría querido el ufano Vasari.




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NOTAS:


[1] Pevsner, Nikolaus; An Outline of European Architecture; Penguin Books Ltd.; Harmondsworth, Middlesex, 1979.

[2] Suger, abbé de Saint-Denis, Œuvres complètes de Suger préparées par M. Albert Lecoy de la Marche; Société de l'Historie de France; París, 1867.

[3] Vasari, Giorgio; Le vite de' piú eccellenti architetti, pittori, et scultori italiani, da cimabue insino a' tempi nostri; nell'edizione per i tipi di lorenzo torrentino; firenze, 1550.

[4] Pevsner, Nikolaus; op. cit.

[5] Mandrou, Robert; From Humanism to Science 1480-1700; Penguin Books Ltd.; Harmondsworth, Middlesex, 1978.

[6] Taine, Hippolyte; Philosophie de lárt; Tome Premier; Hachette; Paris, 1895.

[7] Larroyo, Francisco; Introducción a la Filosofía de la Cultura; Editorial Porrúa; México, 1971.



* Textos redactados los días 13, 14 y 15 de noviembre de 2005, tomados de nuestro Cuaderno 2005(3).

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