domingo, noviembre 08, 2015

El descrédito de las vanguardias artísticas de Victoria Combalía y otros (Novena parte)

POR MARIO ROSALDO



1

La utopía estética en Marx y las vanguardias históricas por Simón Marchán Fiz
(pp. 9-45)

CONTINUACIÓN



Este procedimiento que puede ser propio y, por lo tanto, correcto, para un epistemólogo que estudia el conocimiento en sus formas más puras, no lo es para un investigador que declara de entrada que quiere explorar áreas poco atendidas del pensamiento realista de Marx, en especial aquéllas relacionadas con el arte, y menos cuando reduce las aportaciones de este pensamiento a lo que debería ser una etapa de la evolución idealizada o abstracta de la estética como disciplina independiente. La incongruencia entre el realismo de Marx y el reduccionismo esteticista de Marchán se muestra en toda su extensión cuando éste elige únicamente los sentidos abstractos de las teorías y los conceptos de Marx, cada vez que mezcla de acuerdo a una preconcepción los fragmentos de pasajes con las referencias a Feuerbach, Schiller o Kant, y siempre que sugiere con insistencia la pretendida veracidad de su tesis de la «sensibilidad estética» en cuanto «caso particular» tanto de la «teoría general de la apropiación» como de la «problemática general de la emancipación humana». Es decir, se muestra a lo largo de la mayor parte del ensayo de Marchán como el procedimiento característico de éste. Ni las paráfrasis ni las citas directas que Marchán hace de los Manuscritos nos permiten entender al joven Marx porque ese no es el objetivo; aparecen en el discurso solamente para apuntalar la mencionada supuesta veracidad de la tesis esteticista que Marchán defiende. A lo anterior hay que agregar que Marchán incluso pone el énfasis donde más le conviene a su enfoque, restándole importancia al conjunto o haciendo aparecer matices donde no los había. Así, cuando decide abordar «el sujeto como esencia activa», en su opinión «otro de los temas centrales de los Manuscritos»[1], en lugar de ser justo con la crítica que al final del tercer manuscrito el joven Marx le dedica a Hegel, Marchán prefiere suscitar la vaga impresión de que el primero estaba tan satisfecho con el segundo que llega a «cantar las excelencias de la Fenomenología»[2]. En realidad, Marx da una crítica equilibrada —en el sentido de completa y objetiva— de la Lógica y la Fenomenología, señalando por un lado los errores y el idealismo de Hegel y, por el otro, que su apoyo en la economía política de la época le había acercado a un concepto del hombre más allá de todo idealismo y materialismo, sin que el mismo Hegel hubiera tenido conciencia alguna de ello[3]. En efecto, Marx reconoce sin ambages que Hegel concibe al hombre como un proceso autogenerador, y con ello el trabajo como medio de transformación de la naturaleza y del hombre mismo; pero, a cambio de eso, no deja de puntualizar que Hegel ve las facultades naturales y la apropiación objetiva del hombre como abstracciones que sólo ocurren en la conciencia del espíritu filosófico; que Hegel sólo ve el lado positivo del trabajo y que considera la enajenación como la forma de ser natural del hombre, y al hombre mismo como una forma del espíritu pensante, abstracto y autoenajenado, esto es, absoluto[4]. Igual que Hegel, Marchán se mueve en las abstracciones, en la absolutez; seguramente por eso matiza con socarronería ese imaginario «cantar» de Marx en los Manuscritos. En todo caso, a pesar de que habla de una «esencia activa», Marchán no tiene como referencia al hombre real ni el trabajo real de este hombre de carne y hueso, sino tan sólo su tesis esteticista y «la clásica acepción»[5] de los términos; de hecho, tan sólo los significados con los que él entiende los conceptos de la tradición precedente. Intentando siempre fortalecer su posición, Marchán redondea el esquema que ha comenzado con la frase «la expresión “sensibilidad subjetiva”» volviendo a su tesis de que Marx pensaba en el arte y la estética cuando hablaba de la «vida productiva» y la «actividad libre». Y, más como efecto dramático del discurso que como prueba fehaciente de su argumento, parafrasea al final del párrafo las palabras del joven Marx acerca de la libertad en la producción y las leyes de la belleza[6]. En esa cita aludida, Marx sólo expone la descripción objetiva de la realidad o, como mínimo, sólo la relación posible entre el concepto objetivo y su objeto real[7]; no propone que se vea el arte en su forma idealizada o abstracta, esto es, en su forma enajenada, como un «específico» medio transformador del mundo. Esa es propuesta exclusiva de Marchán y de todos quienes hemos creído alguna vez este sueño.

Marchán reconoce que no entiende bien al Marx de los Manuscritos al sostener que el supuesto problema de la apropiación estética «se clarificará aún más en el grupo de las tesis cognoscitivo-teóricas sobre Feuerbach»[8], no tanto porque dice «aún más» como porque con «tesis cognoscitivo-teóricas» cree que la referencia de Marx son los «corregidos» conceptos clásico-filosóficos de la conciencia, la teoría y el acto productivo reducido al arte y su crítica estética. Es preciso hacer la siguiente observación: es muy probable que con Marchán haya sucedido algo muy parecido que con Althusser; éste construye toda su discusión acerca del carácter científico del marxismo sobre la idea de que la Unión Soviética representaba la meta alcanzada del socialismo y la revolución socialista misma, sin la confirmación empírica de esa idea toda la especulación superpuesta se derrumba. En el año en que Marchán escribe este ensayo ha vivido, o todavía experimenta, la transición española a la democracia, y se abre ante él por primera vez un horizonte democrático y plural, en especial tiene ante sí la promesa de una nueva interpretación marxista que haga justicia a la estética. Althusser da por hecho que lo único que falta continuar y completar es la revolución de la ciencia; Marchán entiende que sólo se trata de transformar la conciencia filosófica que se ha rezagado respecto a las transformaciones económicas y políticas. Hemos de suponer por nuestra cuenta que esta es la explicación, o por lo menos una parte de ella, del por qué en todo su ensayo de interpretación Marchán jamás discute, ni directa ni indirectamente, el grado de objetividad alcanzado por el joven Marx, objetividad que éste funda sobre un concepto realista del hombre en cuanto individuo y especie, en cuanto sociedad que se desarrolla ininterrumpidamente. Marchán simplemente lo da por sentado, pero sólo para hacer de lo subjetivo la esencia de lo objetivo, sólo para convertir lo artístico-estético en la esencia de lo activo humano, sólo para suplantar al hombre total, al hombre que piensa y existe simultánea o recíprocamente, con un « proyecto utópico».

El agotamiento de «las teorías de la contemplación o interpretación» y las «conocidas tesis marxianas de la transformación de la realidad»[9] exigen que Marchán precise cómo entiende el realismo de Marx desde el ángulo de su tesis esteticista: «Para el caso particular de la sensibilidad estética, esto [el pasar de la interpretación del mundo a su transformación] implica introducir una concepción activa, práctica, subjetiva que, por un lado, critica la reducción gnoseológica de la sensibilidad orientada sólo al conocimiento, cuestiona la objetividad gnoseológica, resaltando, por otro lado, la propia actividad del sujeto»[10]. Marchán explica en seguida lo que entendería Marx por una «concepción activa, práctica, subjetiva»; «Entiende al hombre como un ser sensible genérico, cuyas fuerzas esenciales se manifiestan no sólo en una relación teórica, sino también práctica, subjetiva, con los objetos. Éstos no sólo serán el término de su conocimiento [del hombre], sino que le condicionan desde el mismo momento que le hacen dinámico, activo»[11]. Esta es una especie de paráfrasis de lo que expone Marx con su modelo de la objetivación-subjetivación, pero carece de los dos conceptos fundamentales: el hombre total o real y la superación de la enajenación. Por eso Marchán no llega a las mismas conclusiones que Marx. En ningún momento ni el joven ni el viejo Marx defienden que la realidad pueda transformarse únicamente introduciendo «una concepción» presuntamente activa en el sentido esteticista del término, sin importar si esa misma «concepción» resalta «la propia actividad del sujeto». Es la práctica, la acción empírica o sensible, que es expresión objetiva del pensar y el ser, de la totalidad real del hombre, de todas sus facultades espirituales y materiales, la única que puede transformar el mundo. Y esto lo dice Marx en los Manuscritos y lo repite en las Tesis sobre Feuerbach, las que Marchán presenta como aval o apoyo sin prestar atención al objeto real al que nos refieren. Las descripciones y paráfrasis que hace Marchán del joven Marx parecen correctas hasta que notamos su reducción esteticista. Debemos insistir en que el joven Marx no reduce nunca lo práctico, ni siquiera lo objetivo, a lo subjetivo; esa reducción pertenece por entero a Marchán y parece vinculada con las divisiones que establece entre la práctica moral y el gusto el Kant de la Crítica del juicio. La confusión de Marchán es evidente. Marx se vale del modelo de la objetivación-subjetivación, de la unidad recíproca del pensar y el ser, etc., para rechazar enfáticamente que la división social del trabajo sea natural o divina, para sostener en contra de esa creencia que esta división es un mero producto social o histórico el cual, precisamente por eso, por su naturaleza, por su origen, puede ser transformado a fondo. Por otro lado, Marx se vale del modelo de la determinación objetiva, de la determinación del ser social, para demostrar que una transformación total de la sociedad sólo puede ser posible si se comienza transformando las condiciones materiales de vida, no cambiando en abstracto la conciencia. Como hemos dicho, Marchán parece parafrasear la idea de la objetivación de Marx, pero agrega: «la sensibilidad humana requiere, pues, una objetivación de sí misma para presentar toda su riqueza del hombre. Es decir, lo subjetivo debe ser objetivado como en el Fausto o en la Fenomenología»[12]. Esto no es lo que expone Marx cuando habla de la música que puede ser o no apreciada por el hombre, dependiendo de si este hombre es social o no. El objeto humanizado sólo puede ser apreciado por el hombre que se reconoce a sí mismo en la especie, en la totalidad ideal de la misma, en el concepto que tiene de su humanidad, su universalidad. La música se aprecia y se produce socialmente; es un objeto que se subjetiva, se humaniza, para ser disfrutado. La sensibilidad interviene aquí, en la subjetivación, en la humanización; no hay una segunda objetivación del objeto, ni otra de la sensibilidad estética, que es a la que se refiere Marchán. Tal vez él piensa en la elaboración de la crítica estética de la música y, en general, del objeto artístico. Pero entonces tendríamos que discutir si tal crítica es de por sí arte, o sólo una disciplina que trata de arte y estética.



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NOTAS:


[1] Combalía, Victoria y otros; El descrédito de las vanguardias artísticas; Colección BB; Editorial Blume; Barcelona, 1979; p. 24; subrayado original.

[2] Ibíd.; subrayado original

[3] Karl Marx, Friedrich Engels; Werke; Berlin 1968, Band 40. Ver la sección: [Kritik der Hegelschen Dialektik und Philosophie überhaupt]; pp. 568-589.

[4] Ibíd.

[5] Combalía, Victoria y otros; op. cit.; p. 24.

[6] Ibíd.

[7] Karl Marx, Friedrich Engels; Werke; Berlin 1968, Band 40, Ver la sección “El trabajo enajenado”: [Die entfremdete Arbeit]; pp. 510-523. La cita de Marx es: «A solas [el animal] produce tan sólo lo que necesita inmediatamente para sí o sus cachorros; produce unilateralmente, mientras que el hombre produce universalmente; [el animal] produce sólo bajo el dominio de la necesidad física inmediata, mientras que el hombre produce incluso libre de la necesidad física y sólo produce verdaderamente en libertad de la misma; [el animal] se produce solamente así mismo, mientras que el hombre reproduce la naturaleza entera; su producto [del animal] pertenece inmediatamente a su cuerpo físico, mientras que el hombre se encara libre a su producto. El animal crea solamente según la medida y la necesidad de la especie a la que pertenece, mientras que el hombre sabe producir según la medida de cada especie y sabe establecer en todas partes la medida inherente del objeto; el hombre crea por ende también según las leyes de la belleza». Traducción nuestra.

[8] Combalía, Victoria y otros; op. cit.; p. 25.

[9] Ibíd.; subrayado original

[10] Ibíd.; subrayado original

[11] Ibíd.; subrayado original

[12] Ibíd.; subrayado original

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