sábado, octubre 31, 2015

El descrédito de las vanguardias artísticas de Victoria Combalía y otros (Octava parte)

POR MARIO ROSALDO



1

La utopía estética en Marx y las vanguardias históricas por Simón Marchán Fiz
(pp. 9-45)

CONTINUACIÓN



Después de lo que habría sido su demostración argumental en la que se probaría el esteticismo del joven Marx, Marchán escribe una transición o resumen para recordarnos que refiere el «caso particular», el de «la recuperación», «la reivindicación de lo estético», el del mero «esbozo» estético de Marx, no solamente a «la teoría general de la apropiación», sino también a «la problemática general de la emancipación humana». Aunque es en los dos últimos apartados donde en realidad nos ofrece su opinión clara sobre lo que Marx habría sostenido como condición para la real emancipación humana, el recordatorio viene a cuento porque Marchán comenzará la discusión sobre «la praxis social» en los párrafos que concluyen esta segunda sección. Sólo hasta entonces será evidente que «la teoría general de la apropiación» no está contenida en dicha «problemática», ni ésta en aquélla, sino que son dos opuestos o pares dialécticos como los de la teoría y la práctica, o incluso como los de la teoría estética y la teoría política; contradicción o enfrentamiento cuya superación, en opinión de Marchán por supuesto, exigirá ese mencionado «proyecto utópico». Otro recordatorio de Marchán en esta reanudación de ideas esenciales es el de su tesis ya expuesta respecto a las antinomias estéticas, según la cual, sin dejar de ceñirse a la línea del pensamiento filosófico-clásico alemán, sin desviarse de esa tradición, es decir, sin dejar de pensar en «lo estético», Marx es capaz de modificar «los límites estrechos» en los que estaba circunscrita esa misma «problemática de la emancipación humana»[1], y de evitar caer en «la exageración o el exclusivismo de Feuerbach», quien a juicio de Marchán convierte «la sensualidad e incluso la sensibilidad estética en la prima philosophia»[2] Para ahondar en estos puntos que destaca el resumen, Marchán especifica aparte: «Vengo sosteniendo que Marx enlaza con la tradición de la estética antropológica. Y de un modo similar a las fuentes de finales del XVIII o a las más próximas de Feuerbach, la deducción de lo estético presupone la naturaleza humana como referente»[3]. De acuerdo al esquema de Marchán, el Marx de los Manuscritos habría recogido tanto la «deducción de lo estético» como la presunción de la naturaleza humana en cuanto «referente» para darles una nueva forma por medio de «concreciones decisivas en el sentido de las determinaciones históricas»[4]. Marchán no lo dice expresamente pero al equiparar los sentidos de «concreciones» y «determinaciones», queda claro que se refiere a teorías o conceptos históricamente concretos o legítimamente congruentes; no se refiere nunca a los hechos empíricos, a las acciones prácticas. Marchán infiere que todo se resuelve en el puro debate filosófico, por eso es que habla de una «corrección central», que habría sido realizada por el joven Marx. Para Marchán, esta «corrección» consiste en haber vuelto concreta «la proclama abstracta de una naturaleza humana», al precisar Marx por la pura vía argumental que «la naturaleza real del hombre» es aquella que nos revela «la historia humana»[5]. El hombre real como referente, que es la verdadera base de la reflexión del joven Marx, no aparece ni un breve instante en el esquema de Marchán. Por lo contrario, Marchán está convencido de que el Marx de los Manuscritos iguala el conocimiento con la realidad, justo como se había hecho antes en la filosofía, desde Aristóteles hasta Hegel: «La naturaleza antropológica es vinculada a la industria. De esta manera, para Marx, la ciencia del hombre o ciencia natural del hombre y ciencia natural o realidad social de la naturaleza son una misma cosa»[6]. No hay tal igualación ni tal vinculación, porque Marx no refunde el concepto filosófico de la naturaleza humana en otro concepto igualmente abstracto, que únicamente ha de parecer concreto por sus relaciones con la industria y la historia. El Marx de los Manuscritos más bien abandona tales abstracciones filosóficas y presta atención a lo que sucede en la sociedad, a la lucha del obrero y del proletariado en general; no introduce un concepto antropológico en una realidad enajenante como la industria, sino que toma la realidad del hombre de carne y hueso, del individuo que lucha por la supervivencia: el proletario, como su punto de partida, como su base de reflexión. Marchán no ve esto porque se atiene al campo estricto del enfoque epistemológico, el cual, por defecto metódico, invariablemente reduce la realidad a una pura representación, a un simple producto de la conciencia.

Al no ver más allá de ese campo, al no poder juzgar otra cosa que no capture el círculo de tiza epistemológico, Marchán mismo ignora que parafrasea al joven y al viejo Marx despojándolo de su referencia real, o sabe que lo hace para único beneficio de la interpretación epistemológico-estética. Marchán, pues, no busca hechos corroborables, sino afirmaciones convincentes; en consecuencia, encuentra que en especial la exposición de la tesis 6 sobre Feuerbach es «más contundente» que los Manuscritos: «la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de relaciones humanas»[7]. En vez de discutir acerca del objeto real al que nos remite esta tesis y el conjunto de ellas en el escrito de Marx, Marchán prefiere la vía lógico-filosófica de la definición tajante: «Se trata de una de las típicas tesis antropológicas». Esto es, en su opinión, se trata de un típico razonamiento antropológico, sólo que esta vez, agrega Marchán, «se alza tanto contra la consideración ahistórica de la humanidad en sí como contra el concepto, puramente antropológico, de género de esta naturaleza, es decir, de la humanidad como universalidad que vincula a muchos individuos de un modo meramente natural»[8]. Su incomprensión del concepto objetivo del hombre total, que el joven Marx ha expuesto, hace declarar a Marchán que está frente a un procedimiento antropológico típico. La tipicidad no es otra que la asociación que establece Marchán entre la forma de la exposición de Marx y la argumentación del debate filosófico-clásico. Marchán no diferencia entre la base objetiva de esa exposición y la forma económico-filosófica con la cual el joven Marx la presenta, toma a la una por la otra. Esta confusión facilita la asociación y la creencia de que en efecto los Manuscritos no son más que otra etapa del dilatado debate tradicional. Lo único que impide que Marchán vea en el joven Marx pura palabrería es la presunta pertenencia a lo precedente, a la tradición, y sobre todo el respeto de Marchán por la epistemología.

Pero son las palabras de los Manuscritos y otras obras —despojadas de sus referencias reales, las puras palabras que pueden ser interpretadas con relación a otras palabras, a otras ideas, igualmente abstractas— las que guían a Marchán en su «matización» del pensamiento «estético» del joven y del viejo Marx. Por eso opone en su reflexión una «historia natural del hombre» a «la historia»[9], como si este fuera en verdad el procedimiento seguido por Marx. En el esquema que guía a Marchán tiene que haber oposiciones, antinomias, o de lo contrario no se justifica su ensayo entero; así que, de acuerdo a esta «lógica», el Marx de los Manuscritos tenía que solucionar contradicciones o antinomias clásicas, siendo una de ellas la de la naturaleza y la historia. Con Marx se habrían superado los «términos formales, abstractos, trascendentales» y se habría comenzado a utilizar «el desarrollo de las relaciones sociales entre los hombres»[10] para una interpretación cuando menos no formal, no abstracta y no trascendental. Gracias a este Marx de Marchán, una categoría estética como el de la «universalidad» podía ser sustituida ahora por la de la «socialidad»[11], que incluye tras de sí una cauda de precisiones definitorias: «la especificación de la determinación activa, práctica de la socialidad, el carácter social de sus “fuerzas esenciales” y su despliega de la historia natural del hombre, historia de su naturalidad y universalidad como género, que se expresan en la actividad productiva, en el trabajo»[12]. El Marx de Marchán nos ofrece palabras que nos relacionan con más palabras, nunca conceptos objetivos con relación a sus objetos reales. El hombre real, el hombre total de Marx, ha desaparecido; en su lugar tenemos otra vez el hombre abstracto de la tradición filosófica. En este sentido, las «concreciones decisivas» de Marchán no son sino afirmaciones contundentes, palabras convincentes, nunca hechos comprobables, demostrables. La forma expositiva y la base objetiva del joven Marx no son más que «premisas»[13] para Marchán, elementos de una cadena de deducciones lógico-filosóficas, una gran argumentación, realizada por completo dentro de los cánones de la tradición precedente, sólo que pasando de lo teóricamente abstracto a lo teóricamente concreto. Con su teoría esteticista del «caso particular», Marchán llega a sobreponer la totalidad ideal del individuo a la totalidad real del hombre, y sin embargo cree parafrasear a Marx cuando menciona que el sujeto estético es un «hombre social», esto es, que su «sensibilidad estética en particular no es supratemporal»[14]. Con este ajuste, Marchán imagina que lo ideal se vuelve real o por lo menos queda sujeto de alguna manera —en su autonomía relativa— a «las determinaciones históricas»; o lo que es igual: para probar su tesis Marchán se ha deshecho del Marx de los Manuscritos y aun del viejo Marx, dejando en su lugar una vacía representación del mismo, que siempre podrá ser interpretada según convenga al epistemólogo.



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NOTAS:


[1] Combalía, Victoria y otros; El descrédito de las vanguardias artísticas; Colección BB; Editorial Blume; Barcelona, 1979; p. 22.

[2] Ibíd.; pp. 22-23; subrayado original.

[3] Ibíd.; p. 23; subrayado original.

[4] Ibíd.

[5] Ibíd. ; subrayado original. Marchán cita aquí a Marx.

[6] Ibíd. ; subrayado original.

[7] Ibíd. Marchán cita aquí al Marx de las Tesis sobre Feuerbach

[8] Ibíd.; subrayado original.

[9] Ibíd.; subrayado original.

[10] Ibíd.

[11] Ibíd.; pp. 23-24; subrayado original.

[12] Ibíd.; p. 24.

[13] Ibíd.

[14] Ibíd.

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