jueves, marzo 01, 2018

Antecedentes del debate crítico contemporáneo: orígenes del irracionalismo 12

POR MARIO ROSALDO




2. LA DESTRUCCIÓN DE LA RAZÓN
(Continuación)


El convencimiento y las conclusiones de Lukács no se detienen ahí, continúan en la segunda parte del párrafo y todavía en el subsecuente. Lukács se anima a repetir en seguida todo lo previamente dicho acerca de la evolución contradictoria de la situación histórica, de la exacerbación de la lucha de clases y de su efecto en la actividad filosófica y política de los bandos en pugna[1]. No tanto en calidad de mera repetición del esquema conocido como evidente desarrollo ulterior y conclusión derivada de aquél. Más aún, Lukács no quiere solamente agregar nuevos datos al esquema, también quiere valerse de él para entrar a un nuevo nivel de la argumentación. Y esto no hay que perderlo de vista. Naturalmente, Lukács tiene claro el propósito de la repetición o del desarrollo ulterior de algunos temas ya expuestos, pero ese propósito se hace patente al lector hasta el tercer y cuarto párrafos de este pasaje en particular, no antes[2]. Por otra parte, podemos explicarnos la repetición o el desarrollo ulterior del esquema ya discutido si consideramos estas dos razones, una, teniendo que ver con el rigor de la investigación y el método y, otra, con cierta libertad literaria en la elección del estilo de la exposición. La primera razón sería que, si bien el modelo marxista permite visualizar el fenómeno y la esencia desde la perspectiva del materialismo histórico reproduciendo el movimiento de las contradicciones en el plano objetivo, y el de sus repercusiones en el plano subjetivo, para el estudio independiente de este segundo plano, hace falta una crítica inmanente; esto es, una crítica que, tomando partido por la revolución y el progreso, pues no hay ideologías inocentes o ninguna es neutral, sepa calar hondo en las tendencias filosóficas resultantes de la determinación material. La segunda razón en cambio sería que, a la par de la claridad, Lukács busca igualmente la congruencia lógica y la amenidad estética de su discurso para que el lector no sólo capte el sentido de sus palabras, sino que también mantenga el interés de principio a fin en cada pasaje de su escrito. En una exposición didáctica se repite hasta dejar claro aquello que se quiere comunicar porque es difícil de imaginar o porque no todo el público está habituado a ver las cosas conforme a un modelo dialéctico. Este no es desde luego el caso. Por lo demás, Lukács no siempre hace concesiones al público, deja que el lector investigue, o supone que éste en general está informado del asunto. Pero, aquí, es obvio que incluso el lector marxista puede tener problemas al intentar captar las ideas de Lukács, pues nuestro autor propone un procedimiento desacostumbrado: trabajar un breve instante en el segundo plano, aprovechando el impulso del enfoque del materialismo histórico para adentrarse en aquél, en la sola esfera de la filosofía dialéctica, en el puro plano de las ideologías.

Entremos en materia. En un párrafo y medio, Lukács nos ofrece nuevos datos sobre la situación histórica que se vivía a inicios de los 1840 en Alemania y sobre sus efectos, los que se evidenciaban en los reaccionarios y los revolucionarios. Así, caracteriza la lucha de «Federico Guillermo IV y sus secuaces», y de la reacción en general, por su tendencia al pasado romántico y por su incongruencia con la época en la que el avance de la capitalización alemana era patente, como un «combate de retaguardia»[3]. Subraya que ya en esos años había comenzado la presión de la burguesía sobre «el sistema absolutista-feudal» y que «las agudas contradicciones» entre ella y el proletariado se recrudecían cada vez más. Ejemplo de esto sería «la gran insurrección de los tejedores silesianos (1844)»[4]. La consecuencia ideológica de esta etapa de mayor maduración y tensión en la situación histórica, dice Lukács, es no sólo que la filosofía hegeliana se ve desactualizada, pues respondía a «las incipientes contradicciones de clases de antes de la revolución de Julio», sino también que «sus adversarios» se ven forzados «a buscar un repliegue espiritual más a tono con los tiempos que el que les brindaba la reacción romántica del período de la Restauración»[5]. Lukács intercala aquí un comentario que, más que una consecuencia ideológica suscitada por el aumento en la maduración y la tensión de la situación histórica, es un derivado de la tesis que Lukács pretende demostrar: «ésta y no otra es la pretensión con que Schelling aparece. Esta vez ya como enemigo franco de la dialéctica hegeliana»[6]. Cierto es que Schelling incluye el hegelianismo en el bando equivocado de la filosofía negativa, pero, admitir esto, probarlo con las propias lecciones de Schelling, no es demostrar que éste compartía la dicha forzada búsqueda de un «repliegue espiritual» más contemporáneo de la reacción, por lo menos no solamente a causa de la nueva situación histórica. Si hay en Schelling una búsqueda de un bagaje intelectual[7], ello ocurre desde que se plantea volver al momento cuando la filosofía se proponía resolver el problema de lo absoluto, lo originario. Lukács agrega: «no sólo con la intención de destruir críticamente» la dialéctica hegeliana y con ella «a las tendencias radicales» en los seguidores de Hegel, sino al mismo tiempo de reemplazarla con una nueva filosofía «que satisfaga de una parte las exigencias religiosas cada vez mayores de la reacción romantizante», pero que de otra no divida el frágil frente común de «reaccionarios y aquellos círculos burgueses que se avienen a marchar con ella»[8]. Es verdad que Marx y Engels, testigos de esos años, vieron en Schelling a un enemigo del hegelianismo, pero de este hecho a decir que la intención de Schelling en sus lecciones universitarias no era filosófica, sino más bien política, e insinuar además que esa actitud era resultado de su nombramiento real, no de la trayectoria de su vida como filósofo, es alterar tanto el acontecimiento como su consecuencia ideológica. Desde luego que Schelling le presta un servicio al monarca y a la reacción, voluntaria o involuntariamente, pero el hecho de que su trabajo filosófico en Munich comienza desde 1827 y termina temporalmente en 1841, cuando es invitado a Berlín, demuestra que el peso de esta trayectoria es mucho más significativo que el de la circunstancia en la que llega a trabajar como catedrático de la universidad berlinesa. Si obtiene un beneficio o no de esa circunstancia, ese es otro asunto. Lo importante es destacar que no elabora su filosofía en función de las necesidades del monarca, ni de las exigencias de la reacción. En todo caso, se le llama porque se cree ver en sus lecciones de filosofía un arma para el combate contra el hegelianismo y contra el pensamiento utilitario de los capitalistas. Si se le encomendó o no una tarea de destrucción filosófica no lo sabemos, y no se puede probar sin documentos a la mano. Todo lo que se diga en favor o en contra de esta conducta policíaca e inquisitoria, caerá siempre en la mera especulación. En 1843, en la carta a Feuerbach, Marx dice que el Estado protegía a Schelling de cualquier crítica, pero también que éste decía desconocer que eso sucediera. En fin, Lukács remata el segundo párrafo con la alusión a Engels, quien en su crítica al Schelling de la filosofía de la revelación —según Lukács, claro está— habría puesto de manifiesto la arriba mencionada dualidad de intenciones de Schelling, y señalaba «la mística teológica», el «puro irracionalismo» de «la cúspide de la nueva filosofía schelligiana». Engels reprochaba a Schelling no asumir plenamente este irracionalismo, no llegar con él hasta «las últimas consecuencias». Lo que de verdad queda de manifiesto en los escritos de Engels es que, ni él ni Marx, se propusieron entender cabalmente el punto de vista filosófico de Schelling, de otra manera aquéllos habrían notado en seguida que la filosofía de la identidad (Dios es naturaleza o la unidad de los contrarios) siempre formó parte de la filosofía trascendental de éste. No lo hicieron porque, como dice Marx en La Sagrada Familia y La ideología alemana, interpretaban por adelantado las consecuencias de ponerse en el lugar de un idealista como Schelling, porque estudiar sus obras completas, o corregir la percepción que se tenía de su idealismo objetivo, no cambiaría en nada la realidad del viejo Schelling, éste seguiría siendo un dogmático, un místico.

A Lukács le parece que este grado de particularidad no es todavía suficiente para establecer aquello que distingue a Schelling «dentro de la trayectoria burguesa»[9]. De modo que Lukács enfoca esta corriente y afirma: «toda filosofía burguesa —por muy radicalmente irracionalista que ella sea, como lo es la del período imperialista— tiene necesariamente que conceder el margen de inteligencia y de razón incondicionalmente necesario para que se desarrolle la ciencia indispensable a la producción capitalista»[10]. Nótese que Lukács no diferencia aquí entre burgueses capitalistas y burgueses románticos, sino que supone que, siendo o no irracionales, los burgueses tienen necesidad de esta presunta concesión, como si la inteligencia y la razón dejaran de manifestarse en quienes abrazan una religión. Lukács cae aquí en un absurdo con tal de lograr un cuadro particular que no rompa con sus generalizaciones. Se aprecia que todo lo que Lukács quiere es contrastar la corriente general burguesa con lo que sería la peculiaridad de Schelling. Con este fin, sostiene que «las exigencias de la época» habrían impulsado a Schelling «a ir, en este respecto, en parte, demasiado lejos y a quedarse, en parte, demasiado corto». Esto es, ni los yerros, ni los aciertos de Schelling habrían sido consecuencia de su trabajo como filósofo, de la calidad de su esfuerzo, sino de esas exigencias de la reacción. Ya lo dijimos apenas líneas arriba. Los hechos demuestran que esta es una mera especulación de Lukács, pues la llegada a Berlín viene precedida de varios años de investigación y docencia en Munich. Apoyado sólo en esa especulación, Lukács cierra el párrafo declarando que este ambiguo ir demasiado lejos y quedarse demasiado corto «explica la fuerte influencia de su primera actuación y el rápido declinar de esta influencia y su eclipse total después de 1848, al cambiar la estructura de clases de la reacción»[11]. En realidad, terminado el permiso, Schelling regresa a Munich a continuar su investigación y su docencia. Después de su muerte en 1854, se publican sus obras completas. El interés que en la actualidad sigue suscitando Schelling, prueba que la expresión «eclipse total» fue demasiado lejos, es un exceso de Lukács.



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NOTAS:


[1] Lukács, Georg; El asalto a la razón – La trayectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler; Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1976; pp. 137-139.

[2] Ibíd.; pp. 139-141.

[3] Ibíd.; p. 139.

[4] Ibíd.; p. 140.

[5] Ibíd.

[6] Ibíd.

[7] Ibíd. Cabe mencionar que Roces traduce geistigem Rüstzeug como «repliegue espiritual» para enfatizar la actitud retrógrada de los reaccionarios, pero una traducción más exacta sería «bagaje espiritual» o «bagaje intelectual».

[8] Ibíd. Este énfasis tampoco existe en la versión alemana, Lukács escribe literalmente: «con la intención, no sólo de anular a ésta críticamente y con eso también poner fin a las tendencias radicales en los seguidores de Hegel, sino al mismo tiempo de reemplazarla con una nueva filosofía, etc.». Véase: Lukács, Georg; Die Zerstörung der Vernunft; Sammlung Luchterhand, Hermann Luchterhand Verlag; Darmstadt, 1973; Band I, S. 153. Traducción nuestra.

[9] Lukács, Georg; El asalto a la razón; Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1976; p. 140.

[10] Ibíd.

[11] Ibíd.

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