sábado, agosto 18, 2012

La elección filosófica y la elección científica

POR MARIO ROSALDO 


Hemos dicho que estamos estudiando las posibilidades del trabajo científico en la teoría y en la práctica arquitectónica, esto es, en la posibilidad de su adopción para un campo aparentemente alejado de la ciencia, y hasta ajeno a ella. En consecuencia, estamos aplicando en nuestros estudios de los casos concretos los criterios más apegados a lo que en la ciencia se considera científico, y a lo que en filosofía sería un punto de vista empírico o realista. Aunque desde la emergencia de la ciencia, desde su establecimiento como práctica efectiva, reconocida universalmente, ha surgido también la defensa de la filosofía, del racionalismo —en cuanto franca oposición al empirismo, o en cuanto irremediable conciliación (el empírico-racionalismo)—, esto es, la defensa de los extremos y una tercera vía, nosotros no reducimos nuestra postura a una simple elección de partido, de corrientes en boga, o de métodos y de terminologías novedosos. Se puede elegir por anticipado únicamente si creemos que los conceptos son ellos mismos la realidad que intentamos determinar. Anticipar la realidad de un objeto físico, es decir, su comportamiento (su composición, sus elementos y la relación que hay entre ellos, y la relación misma que hay entre el objeto y su medio ambiente, etc.), con una hipótesis derivada de una experiencia similar respecto a otro objeto físico, es aceptable en la ciencia a condición de que se modifique o se abandone tal hipótesis si los datos de la observación prueban que está equivocada. En la ciencia, la teoría siempre está sometida a la información que brinda la experimentación; es decir, se elige invariablemente el objeto físico como la realidad que determina el conocimiento que se tiene u obtiene de aquél mismo. En la filosofía, los objetos físicos suelen ser sustituidos por los objetos intelectuales, a saber, las categorías o conceptos; de ahí que la realidad de estos objetos filosóficos tienda a ser absoluta y eterna, pues su actualidad se coteja a través del punto de vista del defensor de una tesis, quien, para resultar victorioso, sujeta la supuesta realidad de los objetos a su criterio, a su juicio, a sus valores y creencias.

No entendemos el estudio de las posibilidades que el trabajo científico tiene en la historia, la teoría y la crítica de la arquitectura como elección de ideología alguna, como el abandono de la objetividad o del neutralismo. Estas ideas provienen de los debates críticos, o filosóficamente críticos, que son la bruma que obstaculiza la acción real de todos aquéllos que se esfuerzan por asir lo mismo los objetos físicos que los objetos intelectuales construidos a partir de los primeros. El vértigo de dichos debates lleva a más de uno a creer que nada tiene sentido, si a un no siempre se puede oponer un , o si no se puede asir las cosas de la naturaleza, excepto las sensaciones que nos provocan, o las meras ideas o conceptos que tenemos de ellas. La tendencia a reducir la experiencia del mundo y de la vida a simples construcciones mentales, las que, por su misma condición de creaciones del espíritu humano, se vuelven descartables o relativas, es producto de esta bruma, de este vértigo, de esta confusión. Pero la tendencia a encogerse de hombros con indiferencia, a solazarse ante el fracaso de quienes intentan darle alguna forma a la bruma de los debates, o a aprovecharse de su extravío, a conformarse con el cinismo, también es resultado de este «estado de cosas», que, por su vaguedad o ambigüedad, aparece como un hecho insuperable, como una «realidad» frente a la cual no queda otra cosa más que doblegarse, rendirse. El trabajo científico deja de lado esta anterrealidad filosófica para ir al meollo del asunto, para observar el objeto físico, o —cuando este trabajo científico se desarrolla estudiando a los individuos y su sociedad— para observar al hombre. Vale decir: no entendemos por trabajo científico la actividad que únicamente puede tener lugar en los laboratorios de las instituciones privadas o gubernamentales, en los observatorios de las universidades o de las sociedades científicas con respaldos económicos estatales o mixtos. Lo que se encuentra en esos sitios son finos y grandes instrumentos, tecnología de punta y, en general, enormes recursos financieros, algo ciertamente nada despreciable, pero la materia prima, a saber, la realidad, la actividad real de los objetos y de los individuos, esa se encuentra en todas partes, y por supuesto en nosotros mismos. Creer que sólo se puede hacer un trabajo científico eligiendo un partido, una empresa, o un país, es dar por cierto lo que aún hay que demostrar, y también es sujetarse a un concepto estrecho de la realidad y de lo que es científico; es darle prioridad a los conceptos, no a los individuos o los objetos que sustentan estos conceptos, individuos y objetos sin los cuales las teorías y los conceptos sencillamente no existen.

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