viernes, mayo 01, 2020

El descrédito de las vanguardias artísticas de Victoria Combalía y otros (Decimoctava parte)

POR MARIO ROSALDO





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La utopía estética en Marx y las vanguardias históricas por Simón Marchán Fiz
(pp. 9-45)

CONTINUACIÓN



A Marchán le basta que sea «un lugar común que el marxismo se entienda como el salto del socialismo utópico al socialismo científico, según la conocida expresión de Engels» para tomarlo como prueba evidente de que, «a pesar de la crítica y el rechazo» del marxismo, este presunto utopismo «pervivirá como uno de sus filones»[1]. Para Marchán es posible pensar así porque ve el asunto en retrospectiva, es decir, cree contar con toda la información actual y todas las pruebas necesarias para sustentar su tesis esteticista. Pero, para comenzar, que una idea sea considerada «conocida por todos» o «lugar común», no significa que se la ha corroborado científicamente como un hecho histórico, ni que se la ha puesto a salvo de todas las trampas de la interpretación prejuiciada. Dar por sentado que la difusión o la popularidad de una idea es prueba de su veracidad es dejar de lado el compromiso del investigador que es ser objetivo a pesar de que tome partido por uno u otro punto de vista del problema social o humano, a pesar de que un «lugar común» parezca solvente. Ha de comprobar si esa idea «conocida por todos» tiene fundamentos reales o si carece de ellos. Tiene que averiguar si se incurre en un error o no, pues, de lo contrario, sólo se estaría reproduciendo voluntaria o involuntariamente un error de interpretación de una obra teórico-crítica o de una corriente de pensamiento filosófica o política, e incluso un error de traducción de una lengua a otra. La repetición infinita de un error no lo convierte en verdad histórica, en hecho corroborado, sino en una idea individual, o colectiva (de clase), socialmente dominante. A esto hay que sumar lo que ya hemos dicho en otras partes de este ensayo: en la propia interpretación académica o protocolaria de Marchán, Marx no es nunca el referente directo, ni siquiera cuando lo cita: Marchán lo sustituye invariablemente por una larga cadena de presuntas voces autorizadas, las que —por método— tampoco arrancan directamente de Marx, sino que dan un rodeo tomando como referencias, o bien sus propias interpretaciones, o bien las interpretaciones de terceros, a saber: las interpretaciones de la obra de Marx y Engels que se han hecho desde Kautsky, Plejanov y Lenin hasta Gramsci y Lukács, sin olvidar a los numerosos teóricos marxistas estructuralistas, post-estructuralistas y a los críticos del marxismo economicista o determinista de la primera y de la segunda mitad del siglo XX, sin atreverse a cuestionarlas o cuestionándolas apenas parcialmente: sin establecer si las interpretaciones de referencia están equivocadas o no.

En los estudios de caso que hemos criticado sistemática y detalladamente, se tiende a tomar como punto de apoyo cualquier cita que se encuentre al paso en referencias bibliográficas o en algún pasaje de los escritos de Marx y Engels, contentándose con las generalizaciones que cualquiera puede formular libremente inspirado directa o indirectamente en esa cita u otra; esto es, sin estudiar a fondo, ya no el libro, a veces ni siquiera el contexto de donde se la extrae. Es así como la referencia bibliográfica se convierte en un mero adorno de la exposición, en un simple requisito académico que todo «buen autor» debe cumplir. Lo común en varios de dichos casos es tomar las interpretaciones de referencia como una especie de oráculo que presuntamente nos ayuda a entender mejor a Marx y Engels. Y lo que este oráculo diga casi es palabra sagrada, verdad revelada. Pocas veces hay en los autores estudiados por nosotros el atrevimiento de contradecir al intermediario, y lo hay sólo cuando el autor trata de imponer subjetivamente su propia interpretación equivocada o prejuiciada de las cosas o haciendo una mezcla de lo propio y lo ajeno[2]. En este caso en particular, hemos visto que Marchán da un rodeo por Althusser, Sánchez Vázquez y Marcuse, entre otros. Como el ventrílocuo, e incluyendo al propio Marx o más exactamente, a la versión que nos da de Marx, les hace hablar supuestamente en favor de su tesis esteticista. Por eso, en este cuarto párrafo del tercer apartado, Marchán cree precisar su discurso cuando sostiene que la crítica de Marx no es más que una corrección de la trayectoria que de por sí llevaba el utopismo socialista. En su muy personal opinión, le parece que Marx simplemente «introduce análisis y contenidos concretos de los que carecía tanto esta corriente [el «socialismo utópico»] como la de la emancipación abstracta»[3]. Este «utopismo» residual en el pensamiento socialista-científico, asegura Marchán, es una admisión generalizada de que existen «fuerzas latentes» en el curso de la historia que pueden «madurar» o «marchitarse» como utopía. «No se trata —aclara— de interpretar el marxismo en ningún momento en términos de utopía». Tampoco se trata —continúa— de despreciar las primeras obras de Marx por hallar en ellas «elementos utópicos». En su entender, se trata de «mediaciones atentas al modo universal del manifestarse los individuos en una determinada fase del desarrollo histórico»[4]. Dado que en todo el texto hasta ahora estudiado, la «praxis revolucionaria» se reduce a la elaboración de un discurso filosófico presuntamente concreto, nos queda claro que estas «mediaciones atentas» son las de los filósofos, la de los estetas, quienes deberán ser duchos para ir de lo individual a lo general y viceversa, no son las «mediaciones» de los revolucionarios, no de la práctica revolucionaria en la vida real. Así, pues, convencido de su propio esquema, Marchán sostiene que el carácter «concreto» de lo utópico en el joven Marx y el Marx posterior, le permite «hablar de la utopía estética marxiana»[5]. En realidad lo que permite a Marchán hablar de esta forma es el modo en que interpreta los escritos de Marx tomando como referencia, no al hombre total existente en la historia y en el presente, que Marx nunca pierde de vista, sino el abstracto concepto marchaniano de lo utópico-estético, de un hombre estéticamente sensible, que ha de surgir —si bien nos va— en el futuro. Es por lo tanto, no sólo una interpretación sesgada, esto es: sometida al punto de vista personal de Marchán, sino también una deformación cuando menos pretenciosa de la teoría Marx-Engels.

A partir del quinto párrafo de este apartado en cuestión, Marchán va a aportar las presuntas pruebas de la existencia de un esteticismo marxista para, de ahí, extraer sus conclusiones. Marchán vuelve a la carga: resalta el asunto estético presuntamente implícito en el problema social, histórico o económico que Marx y Engels se planteaban y para el cual veían la única solución en la práctica revolucionaria, en la auto-organización revolucionaria de las clases explotadas por el interés individual, en la supresión de la propiedad privada y en la transformación radical de la base productiva de la sociedad burguesa-capitalista por parte del proletariado. De tal suerte que, Marchán no habla como Marx y Engels de acabar de raíz con las contradicciones sociales, con los conflictos de clase, con la enajenación de los trabajadores y de la gente en general, sino de meras «antinomias estéticas» cuya «resolución» quedaría «supeditada a la recuperación del hombre total que resulte de la superación de la propiedad privada y de la división social del trabajo»[6]. Recuérdense dos cosas: a) que para Marchán no es una «recuperación» del hombre real que ha sido eclipsado por la enajenación dominante, sino del hombre ideal y sensible como un niño de la época de los griegos clásicos, que por no existir más sólo puede recuperarse en una nueva o en una futura sociedad en cuanto «utopía concreta», en cuanto «proyecto necesario»; y b) que el «hombre total» de Marchán no es el hombre que se asume a diario en sus plenas capacidades físicas y espirituales, sino aquél que separa drásticamente su propia corporalidad, materialidad y objetividad del campo idealmente privilegiado del esteta, de la esfera supuestamente autónoma de la sensibilidad estética. Por eso remacha: «La relación de la división del trabajo con el desarrollo unilateral del individuo es una temática reiterativa»[7]. Marchán nunca ve aquí una referencia directa a la realidad social, solo ve una simple reiteración del discurso y, cuando mucho, una referencia al pensamiento filosófico clásico e iluminista, una alusión a conceptos y teorías, con la única intención de corregirlos, de volver lo abstracto de ellos en «concreto», condicionando la solución real del problema de la enajenación a la aparición de la sociedad y del hombre del futuro. Cualquiera que, centrado en la objetividad, conozca a fondo la teoría Marx-Engels sabrá que estos absurdos «rasgos» de utopismo no existen en ella. Habría sido una tarea muy simple para Marx dejar todo sujeto a la aparición de una nueva sociedad y un nuevo hombre, no habría tenido que trabajar ni sacrificar tantos años de su vida. Pero Marchán está convencido de lo contrario: «Desarrollo unilateral que afectará a las facultades estéticas y artísticas. Más en concreto, [Marx] recurre al campo artístico para subrayar la conocida afirmación de que la “concentración exclusiva del talento artístico en individuos únicos”, es decir, en los artistas, es consecuencia de esta división”»[8]. Y para convencernos, Marchán nos da, a pie de página, una cita —la primera prueba— que pertenece a La ideología alemana y que remata con esta proposición: «En una sociedad comunista no habrá pintores, sino, a lo sumo, hombres que, entre otras cosas, se ocupen también de pintar»[9]. La lectura de Marchán es la siguiente: «Con argumentos similares a los esgrimidos en los Manuscritos, aducirá de nuevo que la abolición de la propiedad privada y de la división del trabajo son condiciones tanto de una sociedad comunista como del desarrollo omnilateral del individuo, que posibilitarán una concreción del ejercicio pleno de la actividad estética»[10]. Y añade una nueva cita —la segunda prueba— de La Ideología alemana para terminar de convencerse: «Ésta se fusiona en la propuesta más general de la “libre actividad”, que en los comunistas es la manifestación vital creadora que brota del libre desarrollo de todas las capacidades, de todo el sujeto»[11]. Marchán quiere ver aquí «rasgos», «elementos utópicos» y, por supuesto, el tema de la «recuperación» de la «sensibilidad estética». Pero el Marx de La ideología alemana se limita a confrontar las tesis comunistas con las liberales, conservadoras, o reformistas: nos dice que no se puede llegar a una nueva forma social, distinta a la capitalista, si antes no se suprime por la vía de la acción revolucionaria la propiedad privada y la división social del trabajo (en privilegiados y explotados); que no se puede volver a tomar control de todas nuestras capacidades humanas si antes no se destruyen las condiciones materiales de vida que lo impiden. En pocas palabras, no vemos los «elementos utópicos» que Marchán cree ver en los escritos marxianos, sino una propuesta de acción real ante un problema real. En Marx, la vía de la revolución es práctica, no es concreto-discursiva (presunta recuperación de lo estético en la discusión filosófica), no es teórica, ni es ideológica. Y con esto no sólo queremos decir que Marchán se equivoca en el énfasis puesto sobre lo estético, sino además que invierte el modelo marxiano: convierte la acción sensible (acción físico-intelectual) en una presunta acción simbólica y utópica (acción puramente intelectual). Anticipándose a cualquier error de lectura por parte de sus críticos, que impida ver la dimensión estética pasada por alto por el marxismo «vulgar», cierra Marchán el párrafo con esta aclaración: «Por supuesto, que este discurso ha de interpretarse en la complejidad dialéctica que todos estos términos, pero, en especial la supresión de la actual división del trabajo, poseen en los análisis marxianos»[12]. Marchán está centrado en el campo de la representación filosófica, alegando que la filosofía marxista de los años setenta ha perdido de vista lo estético a causa de un concepto estrecho de la ideología en particular y de una pobre concepción dialéctica del modelo social marxiano y de su terminología en general. Y desde ese centro sostiene que, incluso en Marx, el «tema» de «la reivindicación de lo estético» no ha quedado plenamente expresado. De suerte que, hemos de creer en Marchán cuando, en la cita de arriba, insinúa que ha sabido interpretar efectivamente, y acaso mejor que nadie nunca antes, esa «complejidad dialéctica» de los «términos», de «los análisis marxianos». En realidad, con su personal punto de vista esteticista, ha multiplicado el error de interpretación, que sus referencias bibliográficas, mencionadas o sobreentendidas, habían cometido previamente.




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NOTAS:

[1] Combalía, Victoria y otros; El descrédito de las vanguardias artísticas; Colección BB; Editorial Blume; Barcelona, 1979; p. 33.

[2] Dejaremos para las conclusiones generales del ensayo la discusión sobre cuál puede ser la diferencia entre interpretar a través de terceros, o de uno mismo, y referirnos directamente al objeto real del que habla Marx, Engels o cualquier otra fuente clásica o contemporánea.

[3] Combalía, Victoria y otros; Op. Cit.; p 33.

[4] Ibíd.; subrayado original.

[5] Ibíd.; subrayado original.

[6] Ibíd.; subrayado original.

[7] Ibíd.

[8] Ibíd.; p. 34.

[9] Ibíd.; nota 12.

[10] Ibíd.; subrayado original.

[11] Ibíd.; nota 13; subrayado original.

[12] Ibíd.

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