sábado, noviembre 19, 2011

La ciudad en la historia de Lewis Mumford (Cuarta parte)*

POR MARIO ROSALDO


ESTUDIO DEL PRIMER CAPÍTULO

En el cuarto apartado, «Domestication and the Village», Mumford deja el Paleolítico para estudiar el Mesolítico. De entrada establece la diferencia, que a él le parece fundamental, entre el hombre de uno y otro período prehistórico: a) la libertad que el primero gozaba en su vida errante, la cual sólo le llevaba a un santuario por motivos espirituales o psicológicos, y b) la habitación fija del segundo, con la carga de posesiones y trabajos que ello implicaba. Esto deriva inmediatamente en un esquema, que coincide en términos generales con la hipótesis de trabajo de Mumford acerca del hombre histórico y el hombre post-histórico: si el primero era un hombre libre, que vivía el día a día, en un mundo espiritual o subconsciente, el segundo —el hombre mesolítico— en cambio, era un hombre atrapado por las necesidades colectivas, a las cuales tenía que darle urgente y permanente solución; un hombre que vivía en un mundo cada vez más material, y que se hacía más consciente de sí mismo.

Obsérvese bien que no estamos ante un esbozo prehistórico dialéctico, ni pluralista, pero tampoco ante uno de tipo evolucionista-lineal. Por los argumentos propios de Mumford, sabemos que el período del Mesolítico no representa para él necesariamente una evolución hacia una vida mejor. Él ve en el Mesolítico el inicio del progreso material humano, pero también la consecuente pérdida de la espiritualidad, de la auténtica libertad. El suyo es, si acaso, un evolucionismo que aboga por la recuperación de lo perdido, o un evolucionismo que exige confrontar el doble desarrollo, lo histórico y lo post-histórico, para hacer la correcta elección: para corregir el rumbo.

Ahora bien, la causalidad que Mumford emplea para el Mesolítico es muy diferente a la del Paleolítico. Ciertamente la pesca y la agricultura habrían sido las causantes directas de que algunos asentamientos permanentes tuvieran lugar «quizás hace quince mil años»[1]. Y, junto con estas aldeas mesolíticas habrían aparecido los primeros claros en la naturaleza, con propósitos agrícolas, y los primeros animales domesticados. Pero la multiplicación de la población y de los asentamientos fijos no habría sido sólo consecuencia de tales soluciones alimenticias. A Mumford le parece que las nuevas condiciones de existencia del mesolítico favorecen el desarrollo de toda una sexualidad, de una vida eróticamente más madura:

«La riqueza de esta muy acrecentada provisión de alimentos, una vez que la Edad del Hielo se había retirado, pudo tener un efecto estimulante lo mismo sobre la mente que sobre los órganos sexuales. La fácil cosecha, la seguridad extra, hizo posible el ocio; mientras que el alivio del ayuno forzado, ese provadísimo reductor del apetito sexual, pudo dar a la sexualidad en toda forma una madurez temprana, una persistencia y por supuesto una potencia, que tal vez careció en la vida angustiada y a menudo media hambrienta de los pueblos cazadores y recolectores. Tanto la dieta como las costumbres eróticas de los polinesios, existentes en la época en que el hombre occidental los descubrió, sugieren este cuadro mesolítico»[2].

Discutamos la frase de Mumford, «sugieren este cuadro mesolítico». Mumford ha tomado como modelo a los polinesios, sin aparentemente afirmar que éstos sean hombres mesolíticos, pero, acaso por su dieta y costumbres, coincidirían con aquéllos. Mumford no dice si esta sugerencia proviene de la arqueología o de la antropología, o si es algo que él dedujo de los textos. Al parecer las costumbres eróticas de los polinesios están documentadas, lo mismo que la madurez de su vida sexual. La pregunta es: ¿con base a qué se midió esa madurez sexual anticipada? Eso no nos lo explica Mumford. Así que hay que creerle o buscar la respuesta en la documentación que él empleó. Para aceptar la sugerencia a la que se refiere Mumford, debemos admitir primero la implicación de que los Polinesios al momento de su «descubrimiento», eran hombres del Mesolítico. Pero los conocimientos científicos que se tiene de la Prehistoria no han podido establecer modelos explicativos convincentes para la persistencia de la Edad de Piedra, no sólo en la época del «descubrimiento» de los polinesios, sino tampoco el día de hoy.

Mumford, como buen empírico, elabora un esquema para destacar lo que los datos sugieren, según un determinado punto de vista, sin afirmar del todo que ese es el hecho indiscutible. Este movimiento le permite construir provisionalmente un modelo de lo que sería la etapa anterior de la revolución urbana, esto es: la revolución en la vida sexual del hombre del Mesolítico. Por supuesto que, como investigadores, no estamos en contra del recurso de los esquemas o de los modelos sugerentes e hipotéticos. Éstos llenan los vacíos que la observación directa deja pendientes, posibilitando con ello la continuación del trabajo de investigación. Pero hay que reconocer que —por su carácter especulativo o imaginativo— también crean deformaciones. Es en consideración a este carácter que las teorías que se derivan de ellos deben someterse a todas las pruebas posibles, incluyendo la crítica. El reto, para un investigador en este campo, es pasar de la simple argumentación a la demostración científica o no-retórica.




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NOTAS:


[1] Mumford, Lewis; The City in History, Pelican Book; London, 1979; p. 19. Traducción nuestra.

[2] Ibíd.



*Texto basado en nuestras notas escritas durante el mes de diciembre de 2006.

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