jueves, noviembre 25, 2010

Un diluvio después

POR MARIO ROSALDO



Apenas ayer celebramos el quinto año de aparición de este blog. Nos parece adecuado publicar el siguiente texto extraído de uno de nuestros cuadernos del 2005, y que tiene la fecha del 22 de noviembre; es decir, que fue escrito dos días antes de que decidiéramos crear Ideas Arquitecturadas. Es un fragmento de nuestro plan de trabajo en torno de la crítica y sus variadas formas, que elaboramos en esa fecha. Lo hemos elegido en parte porque pone un poco en contexto nuestra primera entrada La nuit porte conseil, pero también porque se relaciona con una investigación que estamos haciendo actualmente, la de los límites y las posibilidades del trabajo científico en la arquitectura. En esta investigación seguimos las direcciones clásicas del racionalismo y el empirismo, pero también las contradicciones que se dan en cada una de ellas y entre ambas. Todavía estamos explorando los diversos aspectos del debate sobre la posible o la imposible relación entre la lógica (la matemática) y la experiencia, pero hemos creído oportuno comenzar ya nuestro estudio de la obra de Foucault, la cual habíamos venido leyendo sólo de manera dispersa. Estamos concentrados así en Les mots et les choses pero cotejamos el enfoque y los conceptos con Histoire de la folie à l'âge classique y L'archéologie du savoir (aún no lo hacemos con Naissance de la clinique). De ahí que, al leer hoy el texto del cuaderno, pensáramos inmediatamente en la tesis principal de Foucault, el arte de ver el pasado y el presente desde sus respectivos campos epistemológicos, como enigmas insolubles o circulares más que como problemas a resolver definitivamente. No hay coincidencias, sino discrepancias. Hemos titulado este artículo Un diluvio después en alusión a los acontecimientos de los meses pasados en el estado de Veracruz, donde vivimos. Aunque se fue el diluvio se siguen sintiendo sus repercusiones físicas y emocionales. Necesitamos algo más de tiempo para superar esta situación lo mismo como individuos que como familias y comunidad.


CRÍTICA HISTÓRICA

Que la historia no es un proceso lineal resulta evidente cuando tratamos de hallar el origen de la crítica histórica. Más bien hay varios comienzos: mientras que la filosofía grecorromana se siguió desarrollando en el mundo islámico y cristiano de la Edad Media con cierta o relativa continuidad, la crítica aparece sólo aquí y allá, sin alcanzar la profundidad de un Polibio o un Herodoto. A estos historiadores les había impulsado el deseo de dejar para la posteridad la enseñanza de que los actos prácticos de los hombres les habían llevado hasta el lugar que ahora tenían en relación a otros hombres y en relación a la misma naturaleza. El historiador cristiano en cambio explicaba estos actos como expresión indefectible de la voluntad divina y no tenía en su horizonte más posteridad que la redención del alma en el cielo divino. La perspectiva comenzó a cambiar a partir del siglo XI. Leyendo los escritos de Suger sobre la vida del rey Luis El Gordo[1] podemos apreciar parte de este cambio. No puede sostenerse que es la imitación del estilo latino, digamos, de Cicerón, o de Tito Livio, la que hace de esta historia una obra mucho más objetiva respecto a crónicas y vidas anteriores. Entremezclados con los elementos del discurso eclesiástico, casi litúrgico, podemos seguir un discurso nada burocrático ni de mero protocolo que, por el contrario, revela la práctica de un pensamiento ya consolidada respecto al criterio y a los objetivos terrenos. Puesta como línea principal del discurso de Suger, la descripción histórica se atiene a datos y hechos. La preocupación por la forma y el estilo es evidente, pero la mención de que Suger mismo verifica algunos datos incluso desplazándose al lugar de los acontecimientos, aun suponiendo que estuviera mintiendo, valida la importancia que tenía ya la objetividad (el realismo). Se puede decir que la invención de una vida triunfal o llena de hechos heroicos demuestra por igual, por un lado, la imitación de los libros clásicos de historia, y, por el otro, la necesidad que se tenía de convencer a los fieles de las virtudes y bondades de los reyes: de establecer modelos y normas de conducta. En todo caso, las moralejas históricas ponían como ejemplo a seres de carne y hueso, cuya historia verdadera podía ser corroborada o no. Además, de la moraleja se pasa a la necesidad de dejar un testimonio a la posteridad. Y ese es el sentido de la afirmación de Suger, cuando dice que su trabajo será un monumento al rey Luis VI. Por muy débil que pudiera ser esta interpretación del discurso objetivo (realista) de Suger, revela ya una actitud crítica respecto a ciertos hechos históricos. No se eligen los hechos del punto de vista inglés, por ejemplo, o de alguno de los enemigos del rey, para poner a prueba el propio punto de vista, pero sí hay en cambio una declaración de parcialidad cuando Suger nos dice que no va a escribir una historia de los ingleses. Si en Suger hubiera prevalecido el enfoque escatológico que Collingwood suponía propio de toda la historiografía medieval, aquél no habría tenido este prurito y habría resuelto la historia del rey como una historia del partido de Dios.

Guibert De Nogent es otro ejemplo[2]. Pese a todo el discurso religioso, hay en él la intención de ofrecer un testimonio más real, más objetivo. Su crítica aparece entremezclada con los protocolos eclesiásticos de la escritura, pero —no obstante la parcialidad hacia la monarquía, o quizás por esto mismo— la objetividad consiste aquí en explicar los hechos conforme a un determinado punto de vista no específicamente eclesiástico. Tanto en De Nogent como en Suger se expresan dos discursos que refieren sin duda a la situación que se vivía con la transformación del período de transición al período de consolidación feudal: la crisis entre la monarquía, el imperio y la iglesia. ¿No es esto una prueba de objetividad? Es decir, ¿no está determinada la objetividad, en cuanto cualidad del crítico, en cuanto cualidad de sus análisis, por las circunstancias o condiciones históricas? ¿Es más objetivo quien escribe en condiciones en que la ciencia y la tecnología han alcanzado un alto grado de desarrollo, en relación con el pasado? ¿Era más objetivo Collingwood por estar convencido de que, como también creía Dilthey, la historiografía científica sólo podía practicarse en la época contemporánea? ¿No pensaban así precisamente por las condiciones históricas que vivían? ¿No estaba de este modo determinada su objetividad? ¿No estamos ahora nosotros mismos determinados objetivamente por nuestras circunstancias? ¿Puede alguien ser objetivo indeterminadamente? Aquí hay una paradoja. Si decimos que sí, —dado que podemos estudiar el pasado sin estar aparentemente determinados por aquellas lejanas condiciones materiales y espirituales de vida— estaremos aceptando implícitamente que hoy no podemos ser objetivos al no escapar a la determinación histórica del presente. Pero si decimos que no, que aun cuando estudiemos el pasado lejano estamos determinados por las circunstancias actuales, que no están en absoluto desligadas de aquellas condiciones históricas, también estaremos aceptando que no podemos ser objetivos. Entonces, ¿no se puede ser objetivo bajo ninguna circunstancia? Paradójicamente otra vez la única respuesta es «sí», pero sólo eso, «podemos ser objetivos bajo ciertas circunstancias»; esto es, relativamente objetivos. Dicho en otros términos, la objetividad consiste en reconocer los límites internos y externos, individuales o sociales, subjetivos u objetivos, con los que se trabaja. Si respondemos tajantemente que no, entonces la respuesta cae por su propio peso, porque no es objetiva, está «absolutamente» determinada, en todo y por todo, por las circunstancias, o por su subjetividad o «indeterminación».




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NOTAS:



[1] Suger, Vie de Louis Le Gros, Alphonse Picard Éditeur, Paris 1887.

[2] De Nogent, Guibert; Histoire de sa vie (1053-1124), Alphonse Picard Éditeur, Paris 1907



*La redacción original de CRÍTICA HISTÓRICA es del 22 de noviembre de 2005. Cuaderno 2005(3).

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