martes, febrero 24, 2015

La crítica intelectual y la libertad: reflexiones sobre dos libros de Malva Flores (Cuarta parte)

POR MARIO ROSALDO


Este sometimiento del caso concreto al general, de lo particular a lo universal, que —sostenemos— aparece constantemente en las consideraciones de Flores, se corrobora por igual en el prólogo y cada uno de los catorce apartados o capítulos del segundo libro[1]. Aquí ya no se trata de interpretar una muestra de poesías y poetas, sino de mostrar la sinrazón de las «diatribas», los «denuestos», las «teorías» o las «polémicas» estériles e «ideológicas», que se lanzan a lo largo de veinte años contra Paz y los redactores y colaboradores de la revista Vuelta, y el ejemplo de crítica independiente que todos ellos habrían sido. Con este fin, la crítica de Flores cede el primer plano a la crónica, pero nunca desaparece. Pocas veces con timidez, casi siempre con decisión, junto a los numerosos datos duros que nos aporta, que a su juicio deberían desarmar a quienes han hecho campaña contra Paz y el «grupo Vuelta», Flores ofrece también —acaso cuando calcula que hace falta— la manera precisa en que tal información ha de captarse. Como cronista, Flores deja que los hechos descritos hagan su propio efecto en nuestra memoria y en nuestra conciencia, pero, como crítica independiente ella misma, se vale con regularidad de estos datos duros para cuestionar a los detractores de sus defendidos, enfocándose seriamente en lo que sería una lectura correcta de la circunstancia y el acontecimiento, y reduciendo al mínimo el comentario irónico. La mayoría de las precisiones o los contraargumentos de Flores van dirigidos principalmente a críticos ajenos al «grupo Vuelta», pero hay algunas observaciones, aparentemente dichas al paso, que tocan a los de casa. Nos queda claro que Flores demuestra de este modo que apela a su independencia intelectual, a su libertad de pensamiento, no únicamente frente a las polémicas y debates que se han dado entre revistas y críticos, sino a la vez frente a quienes merecen su voto de confianza. No es neutral, lo sabe, porque ahora ella es parte de la muestra —es lectora, ciudadana, generación influenciada y admiradora—, pero está convencida de que, más que una preferencia por uno de los bandos, su crítica es un acto de justicia sustentado en lo que sería una verdad esencial, pues los mismos hechos del «debate público» que Flores perfila informan que si, por un lado, los antiguos camaradas se vuelven enemigos irreconciliables, por el otro, los contrarios circunstanciales terminan en ocasiones siendo aliados, compañeros y hasta amigos; que si es importante mantenerse independientes del poder económico y político, igualmente es decisivo exhortar a tirios y troyanos a reemplazar su intransigencia y su dogmatismo con acciones tolerantes y conciliadoras. Además, podría preguntarnos Flores, ¿no acaso lo deseable es sustentar un diálogo civilizado y reunirse todos bajo el ideal de un pluralismo democrático? Para entender esa convicción de Flores y su concepto de «debate público» en Viaje de Vuelta, necesitamos hacer emerger el esquema trascendental que recorre todo el libro dándole coherencia y sentido.

En apariencia los capítulos constituyen un sistema de vasos comunicantes y al mismo tiempo profundizan capa tras capa, a la manera de un arqueólogo, en los diferentes aspectos de la historia de Vuelta y de las biografías literarias. Incluso se puede pensar que los dos o tres capítulos anteriores al final alcanzan las capas más hondas y más reveladoras del área explorada. En realidad cada uno es una gradación entre lo general y lo concreto y cuenta con la crítica de Flores para recordarnos de continuo cuál es la referencia absoluta que no hay que perder de vista, a la que se ha de ascender siempre. Esta referencia toma la forma algunas veces de la tradición dialogística, del «debate público» o de la polémica, y otras de la tradición moderna, de la crítica independiente, de la crítica intelectual, de la disidencia o de la marginalidad. La moral que debiera guiar el comportamiento de los intelectuales es asimismo una referencia absoluta, que Flores reconoce y asume en la medida que la presenta como contraargumento a favor de la libertad o la independencia de pensamiento. En el libro de Flores, lo literario en el sentido más amplio, esto es, incluyendo la poesía, es en sí mismo un referente absoluto, su vinculación con lo político sólo puede darse en una correlación, en una coexistencia en la que lo fundamental es la acción intelectual. El campo de esta acción es el «debate público» y la crítica, nunca la política misma, mucho menos la acción armada o revolucionaria. Según el pensar trascendental, que se esboza en el texto de Flores, el contrapeso de lo literario impide al crítico intelectual o independiente desbordarse hacia lo empírico, hacia el poder material encarnado principalmente en el Estado autoritario. De esta suerte, aquél puede trabajar dentro del gobierno sin jamás ser parte de él, puede ser amigo de hombres del sistema, o solamente simpatizar con ellos, sin renunciar en ningún momento a sus elevados principios ni a su capacidad de disidir, de disentir. O, por lo contrario, puede mostrar su interés por el hombre revolucionario sin por ello ponerse de su lado. En este sentido trascendental, la libertad intelectual no está reñida con las necesidades de la vida práctica, pero nunca claudica ante ellas.

La importancia de la referencia trascendental consiste en que ésta sintetiza los principios y los ideales que guían a los intelectuales que defienden al arte del profesionalismo y del consumo y se apartan del poder del Estado, en especial si éste no es democrático. Y es contra estos principios e ideales que Flores confronta las opiniones y juicios de los antagonistas de Vuelta y sus creadores. Son el parámetro que decide quién es crítico independiente y quién no; quién practica la libertad creativa y quién se queda en lo mercantil y lo uniforme; quién se abre a las ideas universales y quién se queda en el claustro, en la academia, en la teoría, en la especialización; quién ejerce el diálogo crítico, cosmopolita y quién se limita al estatismo, al nacionalismo, al localismo, a las «pasiones ideológicas» o a ser lacayo; quién es liberal, socialdemócrata, pluralista o heterodoxo y quién castrista, marxista, ortodoxo o totalitario; e, incluso, quién está dentro de un canon crítico y quién sólo dentro de un canon literario, o quién es un poeta absoluto y quién es apenas un poeta mediocre. Esta referencia trascendental rebasa el tiempo y el espacio. Es válida para cualquier etapa de la historia, porque se entiende que son principios e ideales eternos, absolutos, que fluyen en nuestra conciencia. De ahí que siempre sea posible equiparar el México de los años cincuenta o sesenta con el de la época del porfirismo, o nuestro presente con la tradición europea más antigua, sin tomar como punto de partida las contrastantes condiciones sociales que nos determinan en todo momento. Basta contar con estos principios e ideales suprahistóricos, esenciales, para separar a los poetas y literatos que han luchado por tales fines superiores de los que no lo han hecho; para poder hablar de una dilatada tradición que debe cambiar para permanecer, que debe ser criticada para continuar vigente, que debe elevarse eternamente de lo sensible y racional a lo intelectual y absoluto (Schelling), o de lo empírico y formal al género sumo de cada dominio de la conciencia trascendental (Husserl).  Ir a la Quinta y última parte



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NOTAS:


[1] Flores, Malva; Viaje de Vuelta. Estampas de una revista; Colección Vida y pensamiento de México; Fondo de Cultura Económica; México, 2011.

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