Cuando nos conduce a un feliz evento, la marcha del tiempo nos parece, no inexorable, sino oportuna y propicia, pues ello significa que alcanzamos —con o sin problemas— los objetivos trazados, que redondeamos el trabajo justo a tiempo o incluso antes de lo planeado. Dentro de lo que cabe, ese es hoy el caso nuestro. Hemos podido terminar estudios cuya dilación era necesaria, por un lado porque había que criticar no sólo frases aisladas, sino ensayos completos, y por el otro porque un procedimiento de varios años y un resultado bastante extenso podría ahuyentar, si no a todos, a algunos de los que viven de plagiar a otros, para ahorrarse el esfuerzo de pensar y producir ideas por cuenta propia y, de paso, para ganarse un dinero, una aprobación o un reconocimiento que no se merecen.
En efecto, hoy cumplimos 19 años de haber iniciado el trabajo en Ideas Arquitecturadas, ojalá podamos seguir publicando unos años más. A continuación les compartimos algunas observaciones escritas a vuela máquina, como se decía antes de la computadora.
LAS TENDENCIAS ACTUALES DE LA CRÍTICA DE ARQUITECTURA
Leyendo algunas de las publicaciones editoriales de los tres últimos años (2022-2024), relacionadas directamente con la práctica profesional de los arquitectos o con la enseñanza en las escuelas de arquitectura, vemos que se tiende a evaluar el presente contrastándolo con el pasado, así se dice que hemos ido de una forma de hacer y pensar a otra que sería su contraparte o su mejora. Esto desde luego puede significar o bien que es algo afortunado porque es la superación de una práctica y una teoría indeseables desde el punto de vista estrictamente técnico y empírico, o bien que no lo es porque implica la pérdida de aspectos humanos que son irrenunciables para la arquitectura entendida como arte, o incluso como arte y ciencia. Este sería el caso de quienes ven que se ha perdido esa relación entre lo humano y lo racional para favorecer, en cambio, una práctica positivista o mecanicista, despojada de toda espiritualidad. Pueden atribuir esta pérdida a que la concepción de arte y ciencia no es suficiente porque en ella no tiene cabida la autocrítica. Es decir, hay que pensar una y otra vez en la teoría y la práctica arquitectónicas, no darlas por hecho. A diferencia de la autorreflexión romántica, que se apoyaba en lo más íntimo, en lo puramente espiritual, la base de esta reflexión urgente, de esta autocrítica, tendría que ser científica, práctica o real. Esa sería una tarea para quienes forman a las nuevas generaciones de arquitectos, pero —se entiende— también para los mismos formadores, los propios docentes. Igualmente, se entiende que la fuerza propulsora sería ese conocimiento claro de las cosas adquirido por medio de la reflexión, la autocrítica. El asunto dependería entonces del individuo, de su compromiso ético-profesional.
Por otro lado, vemos que se tiende a ver como mejores o más adecuadas las presuntas nuevas propuestas, que son aquellas tardíamente de moda en los medios universitarios. Haber cambiado la demanda de una actitud crítica por la de un discurso crítico no parece afectar a nadie, todos se muestran conformes con la novedad. Es como si no hubiera una diferencia importante entre ambas demandas o como si lo actual superara necesariamente en todo a lo anterior. Parecen decir: al fin y al cabo, lo crítico permanece. La frase de actitud crítica ya era en sí un intento de superación de la situación social contradictoria que se vivía en el siglo XX, significaba estar abiertos a la crítica y practicarla frecuentemente, en especial en lo referido a problemas sociales. La propuesta derridiana de un discurso crítico, es decir de deconstruir o desmontar pieza por pieza el discurso, se hizo expresamente para el análisis literario, pero en manos de terceros pronto encontró aplicación en los discursos filosóficos, científicos y cotidianos, para encontrar los aspectos metafísicos o ideológicos que hipotéticamente se ocultan en todos ellos. Esto supuso un avance en el conocimiento objetivo de lo que se piensa y se hace si no a diario, por lo menos en ciertos momentos de nuestras vidas. La verdad, sin embargo, es muy distinta. En varios de los libros de la pequeña muestra consultada, los arquitectos hablan de un discurso crítico, pero, más como una adorno retórico del texto, que como una práctica efectiva a lo largo de su elaboración. En general, basta declarar que se está en contra de algo para dar por sentado que el escrito o el libro es crítico de por sí. La tendencia dominante en la muestra es reunir un sinnúmero de voces para hacernos creer que todos hablan de lo mismo y en el exacto sentido en que el autor del libro se expresa. No sólo resulta que todos están de acuerdo con este autor, con este arquitecto, sino que además se han sometido a su tesis, al objetivo de su propio discurso, lo que debería convencernos de que, por el simple hecho de ser el supuesto director del coro, es el más inteligente.
En la muestra no falta el joven arquitecto que se vanagloria de no ser ingenuo como el común de sus colegas, que él no cree en las apariencias, sino que toma en cuenta la realidad en sus múltiples aspectos, no sólo culturales, sino también económicos, políticos, filosóficos, etc. Y considera que esto es ser crítico. Su postura sin embargo es ecléctica, suma corrientes contradictorias en la creencia de que el tiempo ha terminado por reunirlas, por mezclarlas. Defiende por supuesto el derecho a que un arquitecto escriba y publique sus escritos, ¿por qué no habría de poder, si en la historia de la arquitectura hay prueba de que los arquitectos han escrito y publicado siempre? Además de sentir que él tiene mucho que decir, encuentra pertinente ayudar a otros colegas a expresarse por la vía del discurso y si es crítico, mejor. En el pasado, Tafuri hablaba de que podía dejarse de lado el aspecto constructivo para enfocar el histórico de la teoría y la crítica de arquitectura. Y eso hacía en varios de sus libros. A modo de observación: Tafuri pensaba más en una arquitectura crítica que en una crítica discursiva. Esta arquitectura crítica podía revelar durante el estudio de sus soluciones formales una contrapropuesta a la arquitectura precedente. Pero, acotaba, si había que escribir la crítica, que fuera a la manera de Walter Benjamin. Hoy día son varias las escuelas de arquitectura que admiten tesis de grado o de posgrado que no tienen por tema un proyecto constructivo, sino una discusión crítica e histórica sobre la teoría de arquitectura. En los setenta esto era muy difícil porque la crítica de arquitectura no había permeado el ambiente académico universitario, si bien conocimos un solo caso que dejó a los sinodales perplejos. No se basaba en la historia ni en la crítica de arquitectura, eran simples impresiones personales del joven sustentante. En el 2001, la famosa autora de El urbanismo. Utopías y realidades – Una antología (1965), Françoise Choay, recordaba que, a fines de los ochenta, Panayotis Tournikiotis había presentado y defendido como tesis doctoral un análisis de textos relacionados con la historia del movimiento moderno de la arquitectura, pasando por alto el estudio de edificios y conjuntos urbanos construidos precisamente bajo los principios modernos. Nuestro joven arquitecto, pues, no es el primer autor ni el último en optar por la historia crítica de la arquitectura.
Solemos pensar que lo que vemos en este instante es lo único que hay, y que lo que existió ayer ya no vale hoy. Además igualmente suponemos que si una tendencia teórico-práctica fue vencida en algún momento de la historia, ya no volverá a surgir. La realidad es muy distinta. Las contradicciones sociales, que quiere decir contradicciones culturales, económicas, políticas, etc., se reponen constantemente, pues las fuerzas materiales que las sostienen no se extinguen, sólo se debilitan y esperan por la primera oportunidad con la que puedan actuar nuevamente. Así es como vemos aparecer de nuevo corrientes de pensamiento que parecían extintas. En cambio hay otras que parecen no desaparecer nunca. El temor que algunos arquitectos sienten por la reaparición de las tendencias irracionalistas en la arquitectura nace en primer lugar de esa idea pobre de que en la realidad solo tiene cabida la superación de la contradicción, eso no existe. La realidad es un torbellino que nunca cesa de oponer los contrarios, y las formas resultantes o equilibradas de sus colisiones no son duraderas, sino transitorias. Es poco lo que el arquitecto puede hacer al respecto. Todo depende de las fuerzas materiales que generan esas contradicciones, si quieren propiciar cambios o no. Por necesidad, el arquitecto construye para quienes tienen dinero y poder, pocas veces puede hacerlo para quienes se benefician de programas estatales de vivienda y urbanización. En este ámbito se ve limitado a trabajar con lo que hay. Sin embargo, tiene la opción de la crítica. Con ella puede estudiar las aportaciones de quienes construyen para el pueblo o para el poder económico, o los escritos con los que los arquitectos justifican su actuación como proyectistas y constructores o como docentes y teóricos de la arquitectura. La finalidad de la crítica sin embargo no es ponerse de lado de unos y en contra de otros, sino dejar a las nuevas generaciones una base objetiva sobre la cual puedan fundar su estudio de la realidad del pasado, una referencia real que les permita entender una parte del presente que les toca vivir. En nuestra opinión el arquitecto no es ingenuo, porque de otra manera ser ingenuo sería un prerrequisito para ser creativo, sino pragmático: se adapta a lo que ha probado su efectividad. Su creatividad es posible sólo cuando siente ir más allá de sus propios límites, más allá de lo que conoce y practica. No es que no tome partido por causas políticas, es que toma partido por la causa que más le interesa, no por la que alguien supone que es la más conveniente o la más realista.
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