miércoles, mayo 06, 2015

El descrédito de las vanguardias artísticas de Victoria Combalía y otros (Segunda parte)

POR MARIO ROSALDO





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La utopía estética en Marx y las vanguardias históricas por Simón Marchán Fiz
(pp. 9-45)

CONTINUACIÓN


En el segundo apartado, Marchán aborda un punto que ya había sido discutido en los sesenta y setenta: las ideas humanistas de Marx plasmadas en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844. Le parece que hay en el joven Marx una recuperación del problema de lo estético, sin que surja en él una estética completa. Marchán se refiere a este asunto como «El reconocimiento de lo estético», expresión con la cual parece implicar la aceptación que tendría para Marx, y desde luego no sólo para Marx, la dimensión ideológica del arte (Marchán identifica dimensión ideológica con el mundo de la conciencia o de la subjetividad). Esta lectura que nos propone Marchán estaría supuestamente respaldada por los mencionados Manuscritos y aun por La ideología alemana[1]. Es precisamente en los Manuscritos donde sostiene Marx que el ser y el pensar constituyen una unidad de dos partes recíprocas, tesis que algunos marxistas han tomado equivocadamente como prueba irrefutable de la existencia de un vínculo dialéctico entre la base material y la superestructura o ideología, y otros como prueba fidedigna de que Marx no sólo hablaba de realismo, de determinismo económico. Además, Marchán ve en esos Manuscritos «La deuda de Marx a Feuerbach y a la tradición de la estética antropológica»[2]. Acepta, por lo tanto, la existencia de la terminología feuerbachiana en el joven Marx, que señalaba Althusser, pero rechaza que todo deba reducirse a una clasificación estrecha de obra precientífica; nos remite a Alfred Schmidt (Feuerbach o la sensualidad emancipada) y a Adolfo Sánchez Vázquez (Las ideas estéticas de Marx), críticos ambos del estructuralismo de Althusser. Suponemos que tal tradición arranca de Kant, quien es una referencia importante en los dos últimos autores aludidos, y esto parece confirmarse cuando Marchán habla de una «dimensión antropológica de la estética fundada trascendentalmente, entendiendo este término en la acepción de la filosofía clásica»[3]. Pero agrega que también influye en Marx «el materialismo antropológico de Feuerbach». Remata aclarando: «En realidad, ambas herencias quedan asumidas y superadas en las propuestas estéticas de Marx»[4].

Es obvio que por «filosofía clásica» se refiere Marchán sobre todo a la «filosofía clásica alemana» de la que diera cuenta Engels. En todo caso, la oposición al materialismo de Feuerbach sugiere que trascendental e idealista son aquí lo mismo. Por otra parte, si las herencias fueron superadas, no solo asumidas, ¿por qué hablar de una deuda? En el texto de Marchán, las ideas de «herencia» y «deuda» implican que, pese a la abolición, hay una continuidad así sea sólo en lo puramente esencial; en Marx, por lo contrario, no hay continuidad posible pues la conciencia de lo real destruye necesariamente lo ilusorio. Y, para quien estudia a Marx sin prejuicios doctrinarios, sin banderas ni partidos, eso está claro lo mismo en los Manuscritos que en La ideología alemana. Incluso está claro en el Engels de las cartas sobre la ideología. En otras palabras: Marchán no acepta el fin de la filosofía clásica alemana proclamado por Engels, pues le parece que aquélla continuó con Marx, bajo una nueva forma del idealismo puesto «patas arriba». Marchán no acepta el fin de la división de clases, no sólo porque lo considera utópico sino porque tampoco acepta el fin del papel aparentemente privilegiado del filósofo, del teórico, en una sociedad comunista.

Marchán habla de la unidad recíproca de Marx (el ser y el pensar) como el reconocimiento de lo estético fundado antropológica y epistemológicamente[5]. Nada más lejos del trabajo del joven Marx, pues éste no aúna lo ideológico con lo real. Marx no pierde de vista que la unidad recíproca de la que habla en los Manuscritos se desarrolla en el mundo físico, el mundo económico, pues la ideología es una falsa representación de la realidad, que sólo quiere estar ubicada en el mundo ideal justificando el poder material dominante, según lo explica ampliamente en La ideología alemana.

La trampa de Marchán se hace evidente. Nos habla de herencia y deudas, esto es, de continuidad, para validar su afirmación de que Marx «participará también» en el proyecto utópico de Feuerbach. No tenemos los Manuscritos en la mano, pero recordamos muy bien nuestro estudio de éstos. Marx no esboza nada utópico, por lo contrario, comienza ahí a forjar conceptos críticos de la economía política, con los cuales podrá estudiar el mundo real. Están casi todos los temas que desarrollará posteriormente. Los del arte, la libertad y la conciencia están atados al del ser social y del individuo. La discusión en Marx gira en torno de la asunción de que el ser y el pensar no se dan desconectados, sino en una relación mutua, orgánica; de ahí que se pueda y, a veces, hasta sea necesario, crear objetos de arte aun careciendo de libertad. Estos temas no son una «reivindicación plena de lo estético», como asegura Marchán. Tanto la terminología feuerbachiana como la terminología de la economía política aparecen en los Manuscritos como el objeto de estudio que ha de ser confrontado con la realidad social, con el acontecimiento histórico, no para ser adoptadas sin más. Marchán acusa el dualismo gnoseológico introducido por Schmidt, inexistente en el joven Marx.

Marchán cree que el proyecto de Marx se reduce a una «superación de la universalidad abstracta de lo estético, tema éste decisivo desde el Iluminismo»[6]. Esto equivale a decir que Marx sólo quería darle bases concretas a lo que era abstracto, lo cual es falso. Marx no quería consolidar la ideología, sino transformar la realidad social; quería que el hombre de carne y hueso se liberara de su enajenación por la vía de la acción sensible, empírica o práctica; no sustituyendo unas ilusiones por otras, ni una representación equívoca de sí mismo por otra igualmente falsa o ambigua. El conocimiento en el joven Marx no es la pura conciencia de lo insondable, de la vida psíquica, de la vida subjetiva, ni una coexistencia de lo ilusorio y lo real, sino la conciencia de que la separación del ser y el pensar es resultado de una enajenación de nuestras capacidades en un mundo práctico, que sólo puede ser transformado con acciones también prácticas. Engels lo ha confirmado de otro modo en sus mencionadas cartas: hemos de apartar las falsas representaciones para encontrar la verdad que ocultan, la base sólida de la realidad.


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NOTAS:

[1] Combalía, Victoria y otros; El descrédito de las vanguardias artísticas; Colección BB; Editorial Blume; Barcelona, 1979; p. 19.

[2] Ibíd.

[3] Ibíd.

[4] Ibíd.

[5] Ibíd.; p. 20.

[6] Ibíd.; subrayado original

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