jueves, marzo 30, 2006

Proyecto y método en arquitectura (Tercera parte)

POR MARIO ROSALDO
ACTUALIZACIÓN 13 DE JUNIO DE 2013




Gropius, en cambio, cuestiona esa cultura burguesa por autoritaria y elitista, y propone al mismo tiempo la superación del academicismo —que para Gropius es igual que decir autoritarismo— y el individualismo del genio aislado, vinculando al artista con su comunidad a través del trabajo colectivo y libre, a través de la aplicabilidad de las ideas artísticas en la vida práctica y en la producción industrial. Ello requiere de resolver sinfín de problemas, tanto en lo teórico como en lo práctico. Es su capacidad de negociación con la clase dirigente y los artistas lo que permite el inicio de la Bauhaus. No toma tal cual el requisito estatal de impulsar las artesanías, lo transforma integrándolo a su ideal, al que no renuncia en ningún momento, pero sabe ser flexible y deja trabajar a cada maestro en absoluta libertad. En la base de la asociación y el trabajo colectivo, Gropius pone la buena voluntad como única forma deseable de conducta. Durante su cargo de director, Gropius se dirige primero a los artistas y a los artesanos así como a la comunidad a la que pertenecen; sólo cuando se ve en riesgo el proyecto didáctico siente la necesidad de dirigirse a las autoridades, a los «dirigentes». Por ello, la búsqueda de la independencia económica de la escuela no sólo tiene como fin el relacionar al artista con la comunidad, o el de facilitar ingresos a los estudiantes más pobres, sino también el poder sobrevivir a los cambios políticos del entorno social que por entonces amenazan a la escuela[1].

Ahora bien, no hay que perder de vista un detalle muy importante que puede ayudarnos a comprender mejor esta discrepancia entre el concepto de arte de Gropius (talento innato, no aprendido) y el de Argan (herencia cultural, transmisible y aprendida). El punto de vista del último se matiza con la convicción del político de que el arte en su conjunto, en cuanto tradición, es una herencia legítima de la «masa», pero también por la necesidad del historiador de salvaguardar la continuidad de la cultura, el legado nacional. En tanto que el del segundo se ve afectado por el rechazo moderno a la herencia académica, por el reclamo moderno de una recuperación del trabajo empírico anterior al neoclasicismo, que le lleva a buscar las raíces del arte en la esencia misma del ser humano, antes que en la cultura dominante y su educación libresca. Así, mientras Argan admira, defiende, y busca la difusión a la «masa» de una tradición cultural que considera legítimamente suya, porque nace en Italia y Grecia y porque ha regido desde el Renacimiento, Gropius piensa, por el contrario, en el necesario rescate de la tradición cultural del Medioevo, para él más propia y más legítima y, por tanto, más humana y más equilibrada. No es circunstancial que Gropius tome como símbolo de modernidad la catedral gótica, pues ella no sólo representa el trabajo empírico y comunitario que él busca, sino también el inicio histórico de una nueva tradición constructiva (opus modernum) —más propia de Francia, Inglaterra y Alemania— la cual solamente es interrumpida, luego de tres siglos de continuo desarrollo, con el resurgir de la tradición grecorromana impulsado por la enriquecida Italia renacentista. Este prolongado proceso durante el cual se construye y perfecciona la catedral gótica también representa para Gropius el flujo al que se refiere a menudo cuando nos recuerda que el arte debe fluir junto con la vida, o cuando habla de la nueva arquitectura como un movimiento y no como un estilo; pues para él sólo es correcto hablar de “estilo” cuando el movimiento ha cesado, cuando el arte pertenece al pasado, cuando como pasado es objeto de la historia del arte, pero no cuando aún está fluyendo, cuando aún se está perfeccionando.



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NOTAS:

[1] Bauhaus Archiv- Magdalena Droste, op. cit., pp. 46-51, 58 y 120.

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