lunes, mayo 26, 2014

La crítica de arquitectura durante el proceso de diseño II/IV

POR MARIO ROSALDO


Es muy común que de aquella oposición que se asume diletante sólo para mostrar su rechazo a las actitudes y los pensamientos autoritarios, que imperan en académicos intransigentes y en diletantes academicistas, destaquen los estudiantes y los profesionales de arquitectura que producen sus obras de espalda a las corrientes dominantes, los que optan por un ejercicio silencioso de la profesión, es decir, aparentemente sin teoría ni crítica, y los que buscan nuevas opciones de comunicación y entendimiento en el lenguaje metafórico o poético, el cual prescinde del realismo y discurre a través de la introspección o de la reinvención de la realidad. Pero, como hemos visto, no todos los estudiantes ni todos los profesionales de arquitectura asumen posiciones tan claras, ni por tan largo tiempo. En general se contentan con quejarse de la falta de crítica en tal o cual tema, o en tal o cual medio impreso o digital. En parte el error aquí es que esperan más de la crítica de arquitectura —entendida como la esfera de conocimientos, especializada y autónoma, que, por definición, sólo puede ocuparse de las tareas del pensar— que de su propia capacidad para juzgar o razonar de manera congruente, la que es también una crítica de arquitectura cuando se organiza, cuando rebasa los límites de las obligaciones escolares o profesionales inmediatas, cuando se vuelve investigación o tanteos para una investigación permanente. Estudiantes y arquitectos aceptan sin problemas que se dé la división social del trabajo, en aras de una eficiente productividad económica, en aras de un rígido control en los medios sociales de producción, o simplemente en aras de una deseable oferta creciente de empleos, pero no están muy seguros de que las ideas que la academia y el academicismo difunden con el carácter de universales sean de otra naturaleza. Esa duda mantiene en ellos la actualidad de los argumentos universalistas o academicistas, a los que unas veces toman en cuenta y otras dejan de lado. De este modo, la crítica que surge en el estudiante o en el arquitecto en ejercicio no es tomada ni por él mismo como crítica de arquitectura, pues, contradictoriamente, se funda en este universalismo sin cumplir con los requisitos y protocolos académicos ni academicistas de racionalidad y cientificidad. La crítica de arquitectura académica, o incluso meramente academicista, aparece entonces como el rasero o el estándar contra el cual todo estudiante, todo arquitecto o todo crítico ha de medirse, si quiere ser tomado en serio por los medios de comunicación o por la élite cultural de la sociedad capitalista. Y esto porque las ideas universales dominantes no invitan a ver la crítica de arquitectura académica y academicista, o cualquier otra crítica, como la cortina de humo que hay que disipar, como el problema que ha de ser resuelto, sino como la montaña de conocimientos que hay que venerar si se quiere ver con más claridad y acaso con más alcances; como la única solución vigente y en ocasiones definitiva que no debe ignorarse.

Pero, academicista o practicista, pro-académico o anti-académico, rebelde justificado o no, a lo largo de su formación técnico-universitaria, el estudiante de arquitectura se ve siempre puesto frente al concepto de qué es o debiera ser la arquitectura y el arquitecto, y de qué es o debiera ser el diseño (discusión relacionada frecuentemente con el problema del método) y el proyecto o la construcción, que sus maestros, y aun sus compañeros, intentan transmitirle de la manera más práctica posible. Esta manera práctica puede incluir referencias bibliográficas, definiciones famosas de arquitectura, o frases atribuidas a arquitectos de renombre, dejando a él la decisión de acudir a esas fuentes, de profundizar en el tema o de simplemente quedarse con la síntesis recibida. El contacto con los maestros, padres, hermanos, familiares, amigos, conocidos o vecinos y, ciertamente, con los medios de comunicación, reafirma en él la importancia que para el Estado y la comunidad tiene la vida económica. Por sí mismo, aunque también gracias a quienes no aceptan del todo el predominio de la economía en la vida humana, llega a darse cuenta de que hasta en un mundo práctico resulta necesario tener claro el concepto de lo que se hace y se dice. Con todo, no siempre establece una relación directa entre sus conceptos arquitectónicos y el estudio crítico de la arquitectura; de hecho, a menudo la establece únicamente entre el concepto y la efectividad con que éste pueda aplicarse, como si el estudiante fuera ya un pragmático convencido o como si la única crítica de arquitectura posible fuera la del antiteoricismo. Cuando consigue hacer esa relación directa, a veces pone en tela de juicio sus propios conceptos a través de una crítica al pensar conceptual vinculado al diseño, y otras intenta tener una visión más global de su existencia y, por tanto, de su misma actividad como estudiante de arquitectura o futuro arquitecto. Esto es, si por un lado la insistencia de sus maestros y compañeros en que él adopte una actitud que ellos consideran lo mismo conceptual que simplificadora, o práctica, puede disuadirle continuamente de tomar en serio su autocrítica o de superar los límites de su pensamiento, por el otro la necesidad de resolver problemas y entender exactamente qué hace y a dónde va, le mueve a buscar cambios en el entorno, en la información que recibe e incluso en su propia manera de experimentar las cosas, y con ello a no perder el interés que siente por la investigación o a recuperarlo más tarde por lo menos en parte. Desde luego que esta crítica a su propia concepción y este intento de un enfoque más comprensivo de la vida y el mundo puede variar en grado y duración; es decir, en un estudiante puede ser aparentemente de gran calidad e intensidad pero durar sólo unos días, o en otro puede ir realmente aumentando de calidad e intensidad con el paso del tiempo, con su mismo crecimiento espiritual que por lo regular no sigue incondicionalmente los canales de la educación formal.

Aquellos estudiantes que adoptan la actitud simplificadora o práctica, que sólo toman el pensar conceptual como una herramienta más de trabajo y la crítica de arquitectura impresa como el medio publicitario idóneo para difundir las ideas o las obras arquitectónicas y acrecentar el prestigio de los arquitectos, no dejan de practicar diversas formas de crítica cuando conviven, sólo que, en lugar de cuestionarse a sí mismos y, con ellos, al sistema en general, prefieren hacer la zancadilla o lanzar un buscapié a sus compañeros, a veces valiéndose de la broma y la ironía, y otras de un verdadero cuestionamiento. Durante una evaluación grupal, en cambio, en aras de la amistad o la solidaridad, tienden a ser menos sarcásticos y más prudentes; quizá porque está en juego una calificación o porque en ese justo momento raras veces se cuestiona la autoridad del maestro. Por lo demás, estos estudiantes están convencidos de que eso que hacen por diversión o a la hora de la evaluación de ninguna manera puede llamarse crítica de arquitectura, pues sólo apelan a su personal entendimiento o a su más espontánea intuición. La terminología empleada en el taller, en el laboratorio o en el módulo de diseño, tampoco ayuda a que surja un concepto claro de la crítica arquitectónica. O bien se supone la existencia de una tajante división entre diseño y proyecto, o entre análisis y crítica, como la que se suele pensar que hay entre ciencia y arte, o bien se presume que cada uno de estos pares mencionados no dan oposiciones sino mezclas y posibilidades diversas. En cualquier caso, lo normal es que nadie establezca su punto de vista por medio de una rigurosa demostración experimental ni argumental, y si esta idea pasa por la cabeza de alguien, se la ahuyenta recordándole que la ciencia del diseño apenas está en formación y que, además, no puede aspirar a ser tan exacta como la matemática o la física; todo queda más bien en un mero juicio de valor o un estado de ánimo exaltado. Cuando estudiantes o maestros no se escudan tras la idea de que ir más allá de lo dicho escuetamente es filosofar, lo más típico es que remitan al escéptico a una gráfica, a un libro o a un autor, sin explicar mucho al respecto, o que caigan en la escaramuza verbal. Donde parece haber más claridad es en los conceptos de proyecto y construcción. Pero no tanto en su relación como en su separación. El estudiante de arquitectura que se considera hábil para el diseño suele pensar que sólo le hace falta aprender a construir de manera organizada y calificada, y que si ello no fuera posible, de cualquier modo tendría grandes ofertas de trabajo como proyectista. Y quien estima que su fuerte no es el diseño, tiende a ver la construcción como su mejor opción, ya como contratista, ya como administrador de obra trabajando para el Estado o para una firma privada, lo que no significa que no quiera mejorar como diseñador, pues en la escuela las revisiones y evaluaciones de proyecto son inevitables y hay que salir avante.

Algunos estudiantes —y ciertamente algunos arquitectos en ejercicio— también piensan que siendo hábiles ya en proyecto y construcción, por lo menos en algunas de sus áreas, sólo necesitan ser consumados críticos de arquitectura para redondear sus conocimientos y su experiencia; el problema aquí es cómo volverse un estudiante o un arquitecto crítico sin hacer los esfuerzos necesarios, sin renunciar a la comodidad de los prejuicios y de las excusas. Tanto estudiante como profesional intuyen que la crítica forma parte necesaria de sus actividades creativas, pero no saben cómo cultivarla, dónde ubicarla, ni cómo defenderla ante los modelos lógico-matemáticos, que instituyen los programas de algunas escuelas, o ante las exigencias económicas de las licitaciones de obra, que por encima de las fundamentaciones teórico-arquitectónicas, prefieren los efectos prácticos inmediatos. Cuando los maestros hablan de crítica, se refieren normalmente al perfeccionamiento de los métodos establecidos por ellos, no al cuestionamiento de los mismos. Objeto de una crítica es el proyecto del estudiante, o el análisis sobre el que fundamenta dicho proyecto, pero no el método ni el proceso de diseño que se enseña en ese taller, ese laboratorio o ese módulo de diseño. Los estudiantes que prefieren ser conducidos paso a paso durante el diseño aceptan esta falta de crítica a los principios teóricos, no así quienes aspiran a una mayor libertad de expresión, esos emigran o bien a otras escuelas con programas pluralistas, o bien a otros talleres de diseño, si ya están en una escuela de este tipo. Contrario a lo que pudiera pensarse, el crítico de arquitectura no surge sólo de esta búsqueda de la libertad de expresión, sino también del contraste que su experiencia de la realidad puede establecer entre lo que él, como estudiante o arquitecto en ejercicio, ha aprendido por sí solo y lo que se le ha enseñado de manera preceptiva y hasta canónica.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Exprésate libre y responsablemente.