viernes, noviembre 14, 2014

Jesús T. Acevedo: Apariencias arquitectónicas (Novena parte)

POR MARIO ROSALDO



Muy a su pesar Acevedo se desprende del entusiasmo que ha querido contagiar a los escuchas de su conferencia mientras exaltaba la grandeza del arte gótico y adopta, por así decirlo, un tono melancólico que ayuda a identificar su posición ante la discusión que se avecina, pero que en su discurso él da por resuelta:

«Mas el Renacimiento llega: se habla ya de retorno a los estilos de Grecia y Roma; el momento es decisivo, la humanidad no hará más arte gótico. La gran palpitación medieval va disminuyendo a medida que aumenta el hielo del academicismo en embrión»[1].

Acevedo es muy claro; el arte gótico representa la alegría de vivir, la vida misma, la expansión del Renacimiento al contrario representa la difusión de reglas frías y, por tanto, la pérdida progresiva de esa alegría, de ese unísono latir de corazones. Para mostrar a su audiencia que no es un sinsentido lo que acaba de decir, evoca a Oscar Wilde con una cita en la que éste lamenta que el arte gótico «haya sido interrumpido y desvirtuado por el fastidioso renacimiento clásico» dando a cambio un arte superficial, sujeto a «reglas muertas», que no brota gracias a un «inspirador soplo romántico»[2]. Es lógico pensar que, aun siendo artistas algunos de los que asistían a las primeras conferencias de la Sociedad, no todos estaban completamente informados de lo que se discutía entonces en Francia[3] o en Inglaterra[4], ni todos abrazaban sin vacilaciones el punto de vista nacionalista francés o inglés, que defendía el gótico frente a los estilos clásico y neoclásico; de modo que la mayoría pudo no haber compartido, o ni siquiera entendido, el argumento que exponía Acevedo. Sin embargo, aquéllos mejor informados debieron haber reconocido de inmediato la relativa actualidad del planteamiento. Sólo por error pudieron haber pensado que esa relativa actualidad era una falta absoluta de originalidad, pues, como hemos visto en otra parte, la tesis de la evolución espiritual del arte de Acevedo se distancia en lo fundamental del racionalismo de Viollet-le-Duc y del empirismo de Ruskin. Nótese en la cita que a Acevedo no le interesa tanto señalar que una especie de pre-academicismo nace históricamente con Vitruvio y los órdenes arquitectónicos transmitidos por éste a los artistas italianos, como que aquel academicismo en embrión es la causa directa de que el lazo solidario y orgánico entre los artesanos y las comunidades medievales se perdiera en aras de un retorno artificioso a las tradiciones grecorromanas.

Acevedo está convencido de que el Renacimiento, además de que no es un retorno real a la Antigüedad, tampoco es una evolución lógica ni del espíritu universal del arte, ni de la arquitectura doméstica griega, por eso lo tacha de supuesto o pretendido. Con todo, nos parece que en esencia lo que él quiere resaltar en su crítica demoledora al Renacimiento, no es en sí que la arquitectura doméstica renacentista italiana intenta imitar las viejas formas romanas repitiendo en su afán los excesos, la tendencia a la ostentación de una edad del arte que había caído en el materialismo, sino que ese afán de volver a la Grecia clásica infringe por completo la lógica de la evolución artística que habría que respetar —y a la que habría que someterse— si en verdad se buscara un nuevo tipo arquitectónico:

«El pretendido renacimiento clásico ha producido en Italia una arquitectura doméstica verdaderamente ilógica. Con formas que, si bien es cierto, recuerdan las de la Roma pagana, no deja de subsistir su error que consistió especialmente en haber dado dimensiones exorbitantes a todos sus órganos y haber recurrido con frecuencia a procedimientos de construcción que son escamoteos indignos de quienes decían conocer profundamente el espíritu razonable de la Grecia inmortal»[5].

Ahora bien, unas líneas después de esta cita, Acevedo nos dice de algún modo que este juicio suyo no se apoya tan sólo en los documentos que ha estudiado, sino también en las experiencias de sus amigos, quienes habían viajado a Italia y habían visitado los palacios del siglo XVI. ¿Debemos suponer con este gesto sincero de Acevedo que él no escapaba del todo a su formación positivista, la que le aconsejaba presentar pruebas empíricas, testigos oculares? O, ¿debemos deducir que esta era más bien una concesión a su audiencia a la que acaso consideraba cientificista? En cualquiera de los casos, esta referencia a terceras personas siempre se podrá tomar como expresión de la vocación de Acevedo por la verdad. Lo importante entonces es no perder de vista que no es el testimonio de los amigos el que da pie al juicio de Acevedo, sino su tesis de la necesaria línea evolutiva del espíritu del arte. Lo dicho por sus amigos simplemente confirmaba lo que ya había leído probablemente en Viollet-le-Duc y Ruskin, así que podía sostener:

«... todo esto es cierto y por eso justamente es más visible la desproporción de estas arquitecturas que evocan en nuestra mente los nombres de Lombardi, Calergi, los Sforza y los Medicis»[6].

La evolución del espíritu del arte es para Acevedo un hecho que cualquiera puede corroborar mediante el estudio de la historia del arte que nos presenta; quien luche contra esa evolución espiritual continuará en el círculo vicioso de la imitación y demorará la construcción de un verdadero nuevo tipo arquitectónico, como el que se demandaba precisamente a principios del siglo XX. En la visión de Acevedo no existe una arquitectura nativa y otra extranjera que tuvieran que mezclarse, ni es condición el partir de una arquitectura clásica, de un tipo arquitectónico establecido, para encontrar el nuevo. Éste tendrá que surgir siempre de lo ya producido, no de una imitación, no de una mezcla de tipos. Se entiende que para Acevedo, se parte de lo que hay, pero para superarlo, no para repetirlo, no para perpetuarlo. Intentar dar vida a lo que sólo es una imitación, le parece inútil, por eso dice que la imaginación de Bramante no conseguirá animar los órdenes clásicos, y que «el mismo Miguel Ángel, ese Júpiter que en vez de rayos empuña cinceles acerados, caerá con todo su genio, en tales aberraciones, que en la actualidad todo arquitecto extraño a prejuicios, cuando estudia las creaciones arquitectónicas del inmortal escultor no puede menos que lamentar sus teatrales exageraciones»[7].



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NOTAS:


[1] Acevedo, Jesús T.; Apariencias arquitectónicas; en Conferencias del Ateneo, UNAM, México 2000; p. 261.

[2] Ibíd. En términos generales la idea de Wilde se asemeja al bosquejo que nos ha dado Acevedo, pero en éste no encontramos la irritación que muestra aquél, ni la creencia de que el «verdadero renacimiento» —el del arte gótico— habría podido desarrollarse por cuenta propia si no se le hubiera obstaculizado. Y es que al observar los detalles, surgen las discrepancias. Mientras Wilde contrasta el espíritu fraternal y medieval con el espíritu eclesiástico y renacentista para lamentar la involución que se ha sufrido en el arte, Acevedo concibe un único espíritu que es el fundamento de la evolución del arte, de todo el arte, incluso el de las edades más materialistas. De ahí que, a diferencia de Wilde, quien como romántico buscaba su inspiración en el pasado, Acevedo exigía, o por lo menos planteaba, la creación evolutiva de un nuevo arte, de un nuevo tipo arquitectónico, que no tuviera más base que el poder del espíritu eterno y universal. La concepción espiritualista de Acevedo lo aproxima al eclecticismo, así que es muy probable que, sin considerarse afín al romanticismo, eligiera de éste únicamente las ideas más afines a su punto de vista. Cabe aclarar que en el original en inglés no dice «inspirador soplo romántico», sino «some spirit informing it», que también puede traducirse como «alguna inteligencia que le da forma». Véase: Wilde, Oscar; De Profundis; Methuen and Co.; London, 1915 (primera edición: 1905); p. 78.

[3] Véase, por ejemplo: Courajod, Louis; Les origines de la Renaissance en France au XIVe et au XVe siècle; Cours d'Histoire de la Sculpture du Moyen Age et de la Renaissance à L'École Nationale du Louvre; Leçon d'ouverture du 2 février 1887; Honoré Champion Librairie; París, 1888; pp. 19-23. También: Lemonnier, Henry; Histoire de France depuis les origines jusqu'à la révolution; Tomo Cinquième I; Ernest Lavisse (Coord.); Librairie Hachette et C.; París, 1903; Livre Premier; I.- Les guerres d'Italie, Les temps modernes; p. 2. Lemonnier escribe: «Si desde ahora la civilización se caracteriza sobre todo por el gran lugar que en ella tiene la Antigüedad y con ella Italia, de la que ésta ha sido la primera en inspirarse, no se debe creer sin embargo que ella [la civilización] se ha fundado exclusivamente sobre la Antigüedad y sobre Italia. La civilización del Medioevo, que fue sobre todo la de las naciones septentrionales, también ha dejado su huella. La imprenta, la Reforma, los regímenes políticos y sociales de los grandes Estados son obra de los pueblos del Norte». Traducción nuestra.

[4] Diez años antes de la conferencia de Acevedo, el entonces joven arquitecto británico Reginald Blomfield había escrito: «En la medida de lo posible, he evitado en las siguientes páginas cuestiones controvertidas. Están fuera de lugar en una historia que se interesa menos en las teorías que en los hechos. Además, el punto de vista de los estudiantes de arquitectura ha cambiado. Hace cuarenta años, los arquitectos, a quienes su entrenamiento les debía haber dado una perspectiva más amplia, aceptaban con entusiasmo la defensa apasionada del arte Gótico del Señor Ruskin, y su no menos apasionada condena del arte del Renacimiento. Esta actitud mental ha claudicado ante un estudio más crítico y profundo de la arquitectura. La disputa, como la que hay entre la arquitectura Gótica y Clásica, es casi tan anticuada como las controversias de los escolásticos, y hemos aprendido a mirar ambas arquitecturas como expresiones de la inteligencia humana, sin consideración de las valoraciones éticas introducidas por el más intolerante y falto de sentido crítico de los aficionados». Véase: Blomfield, Reginald: A history of Renaissance Architecture in England 1500-1800, Vol. I; Preface, p. VI; George Bell and Sons; London, 1897. Traducción nuestra.

[5] Acevedo, Jesús T.; Ibíd. Compárese el argumento de Acevedo con lo dicho por Viollet-le-Duc en Entretiens sur l'architecture: Viollet-Le-Duc, Eugène-Emmanuel; op. cit.; tome premier; A. Morel et Cie. Éditeurs; Paris, 1863; pp. 104-108.

[6] Acevedo, Jesús T.; Ibíd.

[7] Ibíd.

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