lunes, agosto 01, 2016

Arquitectura, cultura y lucha de clases en Brasil (Sexta parte)

POR MARIO ROSALDO



1

LA ARQUITECTURA RURAL DE LA INMIGRACIÓN ALEMANA

(continuación)

La narración de Weimer continua. Nos cuenta que en «el segundo centro de irradación de emigrantes para el Brasil, en la Pomerania», dividida en los años ochenta entre la República Democrática y Polonia, «la evolución del mismo partido sufrió considerable influencia eslava y, en su producto final, originó las “casas aporticadas”»[1]. Esto es, nos muestra que en efecto la diversidad y la descentralización germana no estaba reñida con la coexistencia cultural de los pueblos limítrofes de la Europa Central y que esto ciertamente se reflejaba en la disposición interior de sus casas. En la Pomerania «el espacio unitario se dividió en tres áreas: la sala de convivencia, la cocina y el establo»[2]. No sólo la influencia eslava habría sido decisiva, también «los rigores del clima». A causa de estos rigores «hubo necesidad de separar un vestíbulo de la cocina»[3]. La separación del vestíbulo, sin embargo, no fue un simple agregado a la división previa, sino que llevó a dos soluciones diferentes, a «dos partidos básicos»[4], uno con el acceso por el costado y el otro por el frente. «En las primeras —describe Weimer— un pequeño pórtico conducía al vestíbulo, que daba acceso a la sala de convivencia y a la cocina. Ésta se comunicaba con el establo que tenia una conexión vertical con el ático, donde se depositaba el heno»[5]. Y complementa: «En el segundo tipo, el pórtico ocupaba toda la extensión del frente y el ático-granero se proyectaba como una especie de galería sobre el paseo público, ahí el vestíbulo era un corredor al fondo del cual quedaba la cocina. En uno de los lados estaba la sala de convivencia y, en el otro, una sala-dormitorio. El establo se localizaba detrás de la cocina»[6]. Se entiende que Weimer habla aquí de la actividad campesina, relacionada con la producción, pero no definida exclusivamente por ella; que habla de los productos de esa actividad, los cuales, otra vez, no son únicamente de carácter económico. En todo su ensayo, no sólo en este apartado donde habla de la estratificación de una cultura específica de agricultores, Weimer concibe las viviendas y las aldeas de los campesinos como los productos culturales de una actividad o de un trabajo realizado, ora a lo largo de una evolución constante, ora en una sola etapa de la misma; es decir, identifica el trabajo con la llamada cultura tangible o material, puesto que no lo entiende como energía física e intelectual productora de medios de vida, sino como trabajo terminado, como trabajo convertido en objetos culturales, los cuales se heredan de generación en generación para conservarlos y continuar reproduciéndolos, ya como atavismos, ya como resistencias o influencias adaptadas a las propias necesidades[7]. Eso significa, indudablemente, que también los concibe como los fragmentos o restos que reúne paciente y metódicamente un arqueólogo o un antropólogo para reconstruir el pasado de una sociedad desaparecida o existente. Aunque, cabe recordar, Weimer estudia estos «objetos» —los sistemas y las viviendas tipo— más de acuerdo a conceptos modernos relativos a la construcción, el espacio y la función que a criterios científico-sociales. Esto es, su concepto de la arquitectura es todavía moderno y, a la vez, más amplio; no se interesa en las obras monumentales de piedra, sino en modestas casas de entramado hechas con madera y adobe, con hierro y ladrillo, o con alguna otra combinación posible de estos elementos tradicionales, como en su momento se interesaron los arquitectos modernos por el espacio y las modulaciones de la antigua casa japonesa. De este modo, la descripción gráfica de su reconstrucción, la cual el tono de la narración se empeña en hacer pasar por hecho real, establece el antecedente de la actividad de los inmigrantes germanos en el sur del Brasil, no sólo el partido, no sólo el tipo de vivienda descrito. Aquéllos se comportarán de manera similar ante las influencias culturales, el terreno y el clima: harán las adaptaciones necesarias con divisiones progresivas en sus rústicas casas. La diferencia será que mientras los primeros generan «sistemas constructivos» tipo o básicos, los segundos interrumpen un incipiente desarrollo propio para introducir en cambio las variantes regionales de la vivienda campesina centroeuropea.

En esta narración, entonces, lo económico queda sobreentendido, es el trasfondo. Son campesinos. Sus actividades agrícolas y artesanales satisfacen más el autoconsumo que el intercambio. El partido o la disposición interior de sus casas tiene que ver con la producción, pero no se explica nada más por ella. La herencia cultural y la tendencia a la diversidad son precisiones igualmente válidas. Pero ésta es sólo la tesis de Weimer, que se presenta aquí como si fuera prueba fehaciente, definitiva y concluyente. Lo real y evidente, por consiguiente, es la propensión subjetivista en la investigación del arquitecto sulriograndense. El «resumen libre» intenta deshacerse por completo del discurso racionalista-especulador, no solamente ajeno, para dejarnos a solas ante el puro discurso de la descripción y la explicación. Esta reducción debería convencernos de una vez por todas del carácter práctico y empírico del trabajo de investigación y de exposición de Weimer; en realidad, nos revela su deseo de relegar lo racional al segundo plano. El debate científico-social en torno de la asunción razonable, esto es, entorno de la interpretación de los datos de campo y laboratorio, nunca aparece en Weimer. Tan convencido está nuestro autor de la naturaleza realista, empirista, verosímil, de la enunciación y la demostración de su tesis, que deja al lector sin ayuda de ninguna clase para que éste deduzca por sí mismo cuál parte materializa la una y cuál la otra.

De la Pomerania, Weimer regresa a lo que sería casi la contraparte, la Renania. La justificación del salto de un partido a otro es esta: «Como cerca de la mitad de los inmigrantes vino de Renania, en el contexto teuto-gaucho, el partido de los francos es el más importante aun cuando sea el menos estudiado en Alemania»[8]. Sin polemizar, simplemente haciendo a un lado el enfoque científico-social centroeuropeo, se atiene a los hechos que integran la realidad de las colonias germanas en Brasil. Este procedimiento debería probar que es con la atención a lo real, con los datos duros, no mediante el criterio del racionalista, que Weimer reconoce la importancia del sistema constructivo franco en su estudio. Después le basta repetir la fórmula. La crisis económica ilumina un solo aspecto del caso de Renania: «Debido al excesivo parcelamiento de la tierra, la pobreza era grande y la arquitectura no tuvo el desarrollo de otras regiones»[9]. El otro lo explica el medio ambiente: «Renania se localiza más al sur y el clima es más templado»[10]. De suerte que, ambos «factores conjugados», a saber, lo económico y lo climático, «acabaron por hacer que buena parte de las actividades se transfirieran al exterior de la casa»[11]. Y, ¿qué es lo que estas actividades produjeron en respuesta a las determinantes sociales y naturales de Renania? —calles aldeanas con «una vida más intensa»[12]. Según Weimer, estas actividades exteriores, de un modo que se desconoce, habrían bastado para propiciar «el surgimiento de una vida comunitaria más desarrollada y de programas arquitectónicos comunales como el horno de pan, el caño del agua, las salas de consejo y de justicia»[13]. Esta «vida comunitaria más desarrollada», traducida en términos de valores de uso, no de cambio, haría anteponer lo comunitario o colectivo a lo meramente individual: «Lo que valía para la aldea también valía para la casa»[14]. Si se recuerda que en Weimer la economía es sólo el trasfondo de las actividades de la comunidad y de la casa, se comprende que la narración destaque en especial los resultados culturales de la producción colectiva e individual: «El patio pasó a ser un elemento muy importante en la composición arquitectónica. El espacio abierto y el cerrado formaron una unidad»[15]. Una propuesta de solución como la de Weimer ciertamente evita la especulación, pero olvida que no siempre una vida intensa en las calles de una aldea o de un pueblo pequeño desemboca directamente en una estrecha participación comunitaria, en una unidad. En retrospectiva sólo vemos los fragmentos, pero no el conjunto que en realidad constituían. Puede sostenerse asimismo que tales actividades exteriores propiciaron una cultura de convivencia y participación, no tanto porque el clima de la región lo permitía, no tanto porque una gran crisis económica se los exigía, como porque los campesinos renanos habían descubierto a lo largo de toda su vida productiva las ventajas prácticas de unificar los esfuerzos físicos e intelectuales de la comunidad. Tengamos razón o no en esta reconstrucción del pasado, el asunto es que Weimer muestra los supuestos hechos desnudos para que reconozcamos inmediatamente en ellos la formación de una cultura de resistencia a la desunión, al poder centralizador y a las difíciles condiciones de la vida campesina al inicio en Renania y, al final, en Rio Grande do Sul. Y ello habría ocurrido de una manera muy simple. Del mítico «espacio unitario original» se habría pasado a un partido funcional de tres divisiones «libremente articuladas» entre sí, las cuales se alineaban en torno del patio, formando una L o una U. Lo fundamental para Weimer es que el esquema geométrico original se rompe, pierde su rigidez, al punto de que «a veces» origina «formas irregulares». En cambio, se mantenía «una conexión funcional entre la residencia y el establo por cuestión de calefacción»[16].



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NOTAS:


[1] Weimer, Günter; «A Arquitetura Rural da Imigração Alemã»; en A Arquitetura no Rio Grande do Sul; Editora Mercado Aberto; Porto Alegre, 1983; p. 102.

[2] Ibíd.

[3] Ibíd.

[4] Ibíd.

[5] Ibíd.

[6] Ibíd.

[7] Weimer no desarrolla su concepto del trabajo en ninguno de los dos ensayos incluidos en este libro colectivo. Es en Arquitetura Popular da Imigração Alemã (UFRGS Editora; Porto Alegre, 2005) donde Weimer sostiene que el trabajo no es arte y da como referencia bibliográfica Lo que verdaderamente dijo Marx de Ernst Fischer, quien defiende ahí un punto de vista esteticista, esbozado previamente en La necesidad del arte. Desde luego, Weimer no confunde arte con cultura. Pero, hasta donde entendemos, él omite hablar de arte en el «resumen libre» y en Arquitetura Popular da Imigração Alemã más por la interpretación empirista que hace de la teoría arquitectónica moderna que por los prejuicios atribuibles a ésta.

[8] Weimer, Günter; op. cit.; p. 102.

[9] Ibíd.

[10] Ibíd.

[11] Ibíd.

[12] Ibíd.

[13] Ibíd.

[14] Ibíd.

[15] Ibíd.

[16] Ibíd.

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