viernes, julio 01, 2016

Arquitectura, cultura y lucha de clases en Brasil (Quinta parte)

POR MARIO ROSALDO


1

LA ARQUITECTURA RURAL DE LA INMIGRACIÓN ALEMANA

(continuación)

Lo que no es sorprendente es la idealización de Weimer respecto a los dos sistemas constructivos que comenta aquí. Ve en cada uno de ellos una identidad y una tradición tan diversas e independientes entre sí que no acepta la importación de un tercero, aunque compartan el mismo origen[1]. Weimer no entiende que su idealización de la diversidad germana le ha llevado a tomar partido por la diferenciación en tres de lo que, para otros, es un solo sistema constructivo que en su momento acaso dio sentido y unidad a países, regiones y comarcas que se veían divididas entre sí por intereses económicos, políticos o religiosos. En la bibliografía técnica acerca de la construcción de entramado, si se habla de «sistemas», es sobre todo para diferenciar entre muros de armazones de madera o hierro y rellenos de adobe o piedra (ladrillo), no para establecer la independencia de variaciones estructurales y regionales. Los arquitectos e ingenieros de fines del siglo XIX y principios del XX conciben para las construcciones de entramado más bien un solo sistema con variantes[2]. Este podría ser el mismo caso de los descendientes de los inmigrantes germanos, que ven en el alemánico una válida conexión con su pasado, con una procedencia común, por encima de cualquier división cultural o geográfica. La renuencia de Weimer a aceptar una realidad que no sea la representada en su exposición por la diferenciación de los «sistemas», tiene que ver tanto con la convicción de que su enfoque histórico-cultural descentralizador es científico como con la creencia de que su inversión del modelo de Marx se ve confirmada por los hechos. Para él, los representaciones tipificadas de las viviendas de las colonias germanas sulriograndenses no son deducciones suyas, sino la realidad del presente tal cual, que además le va a permitir reconstruir empíricamente la elusiva realidad del pasado[3].

El segundo apartado, «El partido general»[4], también cuenta con una muy breve sección histórica o introductoria y otra mayor que pareciera ir más allá del esquema —o de la abstracción conceptual— de tres «sistemas», pues describe presuntos casos constructivos de la Renania y la Vestfalia, esto es, detalla con detenimiento las divisiones y las «funciones» del «espacio» de dos idealizaciones o tipos de vivienda. No obstante este interés por lo particular, está claro que el objetivo general de la segunda sección es relacionar el mencionado esquema de Weimer lo mismo con las creencias ancestrales que con las necesidades de la vida práctica campesina en cuanto influencia ocasional de la cultura sobre la economía. Nuestro autor inicia, pues, remitiéndonos al hipotético origen común de los «sistemas», al «espacio unitario en el centro del cual se hacía el fuego»[5]; y escuetamente nos explica que la «dualidad madera-fuego trascendía su materialidad para adquirir un espíritu místico»[6]. En consecuencia: «algunas deidades paganas tenían la forma de árboles y en el fuego los hombres hacían sacrificios para comunicarse con los dioses»[7]. «En los tiempos primitivos» el «espacio unitario» habría sido el partido propio incluso de «los palacios reales». En ellos, «los grados de nobleza de los ocupantes se medía por la distancia de sus lugares al sentarse o dormir al fuego». Como no existen ejemplos que puedan probar todo esto, sino que se trata de deducciones o interpretaciones arqueológicas —o científico-sociales en general— hechas con base a los vestigios y la imaginación, en las cuales los conceptos modernos y contemporáneos de la teoría de la arquitectura juegan un papel central, la descripción de Weimer no corresponde estrictamente a la realidad; es más bien el estudio o la presentación de una reconstrucción categorial que media entre él y la realidad de los pueblos primitivos constructores de las viviendas cuyos restos nos refieren a ella. La narración de Weimer, sin embargo, parece querer convencernos de lo contrario. Al remitirnos a su reconstrucción categorial, o incluso a una representación en dos dimensiones de esta reconstrucción, Weimer prueba que procede, no como un empírico, sino más bien como un racionalista que se cree empírico. Un trabajo como éste, aun en su versión de «resumen libre», exige reconocer las limitaciones del procedimiento arqueológico, cuyos criterios e interpretaciones no pueden tomarse sin más como el sólido fundamento de una tesis que sostiene que el modelo de la superestructura y la base real puede operar en ocasiones de manera contraria a la que —alega el sustentante implícitamente— defiende el determinismo económico. Convencido de que una reconstrucción categorial y su representación arquitectónica puede ser real, Weimer se anima a narrar con una terminología sencilla y un tono mesurado cómo evoluciona el «espacio» de las «viviendas» y los «palacios»: «Cuando las clases sociales se diversificaron, nos dice, se estratificó una cultura propia de agricultores, que presentaba partidos generales típicos en las diversas regiones, tanto más desarrollados cuanto más se impusieron a la nobleza»[8]. Para enriquecer este esquema explicativo extraído en parte de las ciencias sociales, pero también de las propias deducciones de Weimer, agrega: «Para el agricultor, el tamaño del lote era de fundamental importancia. Donde la tierra se dividía igualmente entre los herederos, el tamaño se tornaba cada vez menor y la arquitectura no podía desarrollarse tanto como en las regiones donde la propiedad era heredada por un solo hijo. El primer caso era el de la Renania (Hunsrück) y el segundo, de la Vestfalia»[9]. Hemos dejado atrás, pues, los «tiempos primitivos», e incluso la etapa de mera estratificación de la cultura de agricultores. Estamos ya en la plena evolución del «espacio» en un partido general, en «arquitectura». Así tenemos que en la Vestfalia «el espacio evolucionó haciéndose su división con una pared de piedra. El fuego se trasladó contra esta pared que pasó a “almacenar” el calor y lo irradiaba hacia la sala posterior. Con el agregado de una campana y una chimenea, se descubrió que la pared permanecía más caliente. El rendimiento calorífico fue aumentando cuando se descubrió que se podría pasar la chimenea a través de un laberinto que dio origen a la estufa». Aunque la narración de Weimer nos hace creer que atestiguamos las acciones reales que originaron esta división del «espacio» y estos usos específicos de la pared y el fuego, en realidad seguimos contemplando una reconstrucción categorial y su representación espacial que arranca de los hechos conocidos en el presente para establecer el probable desarrollo histórico del que ellos resultan, sin saber a ciencia cierta si fue así o de otra manera como ocurrieron las cosas. Y si por un lado la reconstrucción categorial y su representación en dos o tres dimensiones es válida para dar coherencia a una solución temporal de un problema científico, por el otro no lo es si se la utiliza como el sustituto permanente de aquello que intenta describir y explicar, los hechos reales en su historia y su presente.

Al tener como principales referencias las creencias atávicas y las necesidades de la cultura de agricultores, Weimer deja un poco de lado el carácter económico de la producción general de las comunidades y en particular de las familias que vivían en estas viviendas representadas en el presente por la reconstrucción categorial que presuntamente las describe. Pero este carácter económico emerge en cada detalle de la narración:

«Del otro lado de la pared divisoria quedaba un área cubierta con funciones múltiples. Estaba destinado a toda la vida productiva de la unidad familiar y se zonificó en dos espacios funcionalmente divididos: junto al fuego quedaba lo que podríamos llamar la cocina. Ahí se cocinaba, se hacía comidas y estaba el lavamanos. Más al frente, atrás de la entrada, había un espacio central donde se realizaban los trabajos ligados al procesamiento de los productos agrícolas como trillar, desgranar, limpiar los cereales, etc. era donde estaban depositadas las herramientas agrícolas»[10].

Weimer no dice nada de los intercambios entre las comunidades, aunque al hablar de «la unidad familiar» da a entender que integraban un todo productivo comunal e incluso intercomunal. Prefiere poner el acento en la relativa independencia de cada región, y por lo tanto en la de cada uno de los dos tipos de vivienda campesina que nos presenta, y en la influencia que la diversidad cultural en cuanto creencias religiosas y costumbres atávicas podría tener junto con lo económico, y en ocasiones por encima de esto, en la vida de los pueblos germánicos. La reconstrucción categorial y la representación arquitectónica de Weimer, en efecto, no sólo trata de llenar un vacío de información, de construir una historia de la vivienda campesina centroeuropea que sea verosímil, sino que en paralelo busca el fundamento real de la tesis que ha planteado: ¿cómo explicar el hecho de que los campesinos emigrados al sur del Brasil pudieron reproducir sus viviendas siguiendo de cerca los sistemas constructivos dominantes en sus regiones de origen, si no por medio de lo único que pudieron llevar consigo, su cultura ancestral? Una cultura que, en opinión de Weimer, se resiste a los cambios que impone la expansión de la sociedad capitalista lo mismo en la Europa Central que en el Brasil de la segunda mitad del siglo XIX; una cultura que insiste en mantener la producción comunal y artesanal, en permanecer en el nivel mínimo de la división social del trabajo, es decir, en el de las relaciones humanas completamente personalizadas, el de la «unidad familiar». Enfatizar este contraste es decisivo para que entre la reconstrucción, la representación y la tesis haya una coherencia orgánica, interna. Así, pese a sostener el carácter ocasional de la influencia de la cultura sobre el movimiento económico, Weimer privilegia este efecto cultural en su exposición. Pasa por alto que en la emigración hacia América los campesinos germanos no sólo llevaron consigo sus tradiciones y sus atavismos ancestrales, su herencia cultural, sino también su fuerza de trabajo, gracias a la cual pudieron sobrevivir, primero, durante la adaptación al clima y la tierra y la transformación del medio físico conforme a sus necesidades básicas, para no mencionar el respeto obligado a las leyes brasileñas que les afectaban directamente, y, después, durante su lenta inserción al sistema económico estatal. Nuestro autor pierde objetividad en su estudio, y desde luego en los resultados que espera alcanzar, lo mismo porque ilumina preferentemente lo cultural que por creer que lo económico no es más que la otra cara del problema.



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NOTAS:


[1] Weimer, Günter; «A Arquitetura Rural da Imigração Alemã»; en A Arquitetura no Rio Grande do Sul; Editora Mercado Aberto; Porto Alegre, 1983; p. 100.

[2] Esselborn, Karl (Editor); Lehrbuch des Hochbaues; Erster und Zweiter Band; Verlag von Wilhelm Engelmann; Leipzig, 1908. En su disertación o tesis de maestría (Arquitetura Popular da Imigração Alemã ; UDFRS Editora; Porto Alegre, 2005), Weimer sustenta esta clasificación de tres sistemas constructivos en Hermann Phleps y su libro Deutsche Fachwerkbauten cuya primera edición es de 1951.

[3] Mientras en la tesis de maestría Weimer construye su exposición apoyado en constantes referencias bibliográficas, en esta versión o «resumen libre», todo parece surgir de los hechos mismos, no de las conjeturas o hipótesis de los investigadores.

[4] Weimer, Günter; op. cit.; p. 101; todas las traducciones de las citas son nuestras.

[5] Ibíd.

[6] Ibíd.

[7] Ibíd.

[8] Ibíd.

[9] Ibíd.

[10] Ibíd.

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