martes, marzo 10, 2015

La crítica intelectual y la libertad: reflexiones sobre dos libros de Malva Flores (Quinta y última parte)

POR MARIO ROSALDO


Pero Flores no habría estado convencida ni de la equidad de su crítica, ni de la verdad esencial en la que se basa, si ella misma no nos hubiera advertido de los claroscuros que recorren de arriba abajo y viceversa el territorio del «debate público», la región de esta categoría (Husserl). Desde el tercer apartado o capítulo[1] Flores nos hace ver que en las batallas intelectuales, en las que participa y sobre las que nos da noticia Vuelta, existen variadas gradaciones respecto a la comprensión de lo independiente y lo dependiente, lo no-mercantil y lo mercantil, lo latinoamericano y lo nacional o local. Y esto quiere decir que las gradaciones se daban también en el propio seno de la revista; como sucedía entre profesionalismo y diletantismo, entre poesía absoluta y poesía académica, o entre conciencia poética y conciencia editorial. De hecho, Flores nos pone aquí ante un dato corroborable, el de que la reconquista de la libertad en todos los ámbitos era —en los años cuando se dividía el mundo en tres— una meta u horizonte que compartían en todas partes todos los poetas y todos los literatos[2]. Por lo menos se coincidía en esta aspiración de libertad; no había, pues, una separación tajante entre quienes optaban por la crítica independiente y quienes preferían una crítica comprometida con alguna de las facciones políticas. De ahí la importancia del diálogo, de ahí la necesidad de recurrir al arbitraje de algo superior, de algo reconocido universalmente: la tradición moderna. El octavo apartado o capítulo[3] presenta de la manera más patente los claroscuros que aparecen en el «debate público». En los límites inferiores de la gradación críticos-teóricos, donde además ha tenido lugar la «infiltración de lo político» en autores como Michel Foucault, encontramos a Beatriz Sarlo, pero más arriba, en los sustratos intermedios, Flores coloca a George Steiner. El Plural de la primera época se ubica por debajo de Vuelta, que ocupa desde luego los límites superiores, pues ella es la que más y muy claramente se ha elevado a la esencia de la crítica, a su forma pura e independiente, que distingue lo poético-literario de lo político al mismo tiempo que complementa e integra —en una paradoja— estos opuestos. Con la gradación idealista-objetiva de cada una de las contradicciones se entiende mejor el hecho de que, aunque desde antes de la fundación de la revista, Paz y el equipo de Vuelta habían decidido no apoyar ninguna revolución violenta, se dirigieran al hombre revolucionario de América Central y de Chiapas para solicitarle que convocara a elecciones democráticas o que abandonara las armas para formar un partido político, o para afiliarse a uno. Asumían la tarea de ser la conciencia y los guías morales del ciudadano en general y de sus lectores en particular. Por eso, puntualiza la investigación de Flores, debían mantenerse al margen del poder, de los partidos, de las ideologías; por eso debían luchar por el derecho a la crítica, a expresarse libremente como intelectuales, como pensadores independientes.

Los siguientes capítulos o apartados —del décimo al decimotercero— incluyen bosquejos de tres gradaciones más; dos que apuntarían las ideas fundamentales de Paz y su grupo acerca de la democracia y una que explicaría las relaciones de Paz y de algunos de los autores de Vuelta con el poder político y económico nacional. La primera gradación tiene que ver con la transformación de las sociedades totalitarias, o cerradas, en sociedades abiertas a la lucha democrática por el poder político. Según Flores, Paz y sus colaboradores apuestan por el retorno de las economías socialistas (la Unión Soviética y la Europa del Este) a la sociedad capitalista, que ofrece por lo pronto un «liberalismo democrático», es decir, un punto de partida hacia la «verdadera democracia». A juicio de Paz y su gente, la «revolución pacífica» de fines de los ochenta, que hizo caer la cortina de hierro y el muro de Berlín, les habría dado finalmente la razón. La segunda se relaciona con las sociedades semidemocráticas en las que todavía persistían los viejos vicios de la corrupción y el autoritarismo, pero que, no pudiendo definirse exactamente como dictaduras, debían calificarse más bien de sistemas políticos «peculiares». Su transformación también debería desembocar en el «liberalismo democrático», en una «nueva democracia», para de ahí remontarse paso a paso a la «verdadera». Ese sería el caso de México todavía en los noventa. La tercera gradación nos hace ver que los vínculos de Paz y el «grupo Vuelta» con la cultura nacional no se consiguen renunciando a sus principios e ideales; que simplemente aceptaban invitaciones del Estado, o que utilizaban los medios privados del mismo modo en que éstos les utilizaban; que tampoco eran favorables a la continuación del partido único, que por lo contrario exigían que el PRI se abriera a la democracia plena; que su simpatía por un candidato o un presidente priista estaba determinada por esa apuesta a la transformación de la sociedad capitalista en otra mejor, sin tener que caer en utopías, ni radicalismos. Hablamos de gradaciones porque cada una de estas regiones categoriales está sometida a una esencia absoluta. En las dos primeras es la «verdadera democracia»; esta es una categoría concreta o evidente desde el punto de vista idealista-objetivo. En la tercera son los principios y los ideales que hacen posible que un intelectual aprecie la discusión pública, se ubique con su crítica por encima de todos los contendientes, los partidos o las tendencias, que se equivoque pocas veces porque se guía por una verdad esencial, que sepa admitir sus errores y, desde luego, respetar sinceramente a sus interlocutores.

La convicción idealista-objetiva de Flores es tal, que no encuentra motivos para exponer y estudiar los principios y los ideales que guiaban a los adversarios circunstanciales de Paz y su equipo, pues, al enfrentarse en el campo de la discusión pública o de la crítica poético-literaria, no hacía falta compararles a fondo: aquéllos estaban por igual sujetos a una referencia trascendental de la cual no podía haber ninguna duda: la tradición del diálogo civilizado y del intelectual independiente del Estado. Y estaba visto que esos adversarios por lo menos asumían la lucha por la libertad en todos los dominios de la actividad humana. Sería ocioso de nuestra parte, por lo tanto, oponer aquí a la tesis idealista de Flores, otra de tipo materialista para señalar los puntos débiles de sus defendidos. Antes bien, hay que decir sin ambages que su detallada crónica y su mesurada crítica nos han revelado un idealismo con el que el espíritu combativo de Vuelta y sus autores se percibe con mayor claridad. Toca a nosotros corroborar sus alcances con el estudio serio de la obra respectiva de Paz y de Zaid, por ejemplo.  Ir a la Primera parte



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NOTAS:


[1] Flores, Malva; Viaje de Vuelta. Estampas de una revista; Colección Vida y pensamiento de México; Fondo de Cultura Económica; México, 2011; pp. 56-79.

[2] Ibíd.; p. 76.

[3] Ibíd.; pp. 131-146.

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