domingo, enero 20, 2013

Las determinaciones temporales del pensamiento arquitectónico (II/II)*

POR MARIO ROSALDO
ACTUALIZACIÓN: 28 DE OCTUBRE DE 2014



Ubicado en este nivel de abstracción, López Rangel encuentra que todo se ve ya con mayor claridad. Así, la arquitectura se vuelve «un hecho histórico en sí mismo», ya no es un simple resultado de la historia, un simple reflejo de la base económica. Detengámonos un momento en este punto. López Rangel atribuye al positivismo esta simplificación que coloca la arquitectura en la superestructura y la concibe como un mero reflejo, acaso interpretando equívocamente las palabras y el modelo teórico de Marx. Como da por entendido a qué discusión teórica se refiere, y como el marxismo codeterminista supone ser la superación del marxismo estalinista y, en general, del marxismo autoritario y dogmático, hemos de deducir que tal actitud positivista se encuentra implícita en esta variedad equívoca del marxismo y del marxismo economicista en general. Es decir, consideramos que en ambos casos se trata de una interpretación de la ideología como un reflejo de la base económica, según lo planteado por el propio Marx. Si nuestra consideración, nuestra deducción es correcta, entonces López Rangel tiene en parte razón cuando sostiene que los positivistas se equivocan al ver en la arquitectura sólo un reflejo ideológico, sin relación alguna con la base económica. Pero no la tiene cuando afirma que existe un lazo dialéctico entre lo ideológico y lo real. En el primer caso, el error consiste en confundir las formas ideológicas del arte y, por tanto, de la arquitectura, con los esfuerzos físicos e intelectuales —el trabajo real— que la hizo posible. En el segundo caso, lo real, que es el hombre vivo, produce conforme a sus necesidades, y aprende conforme a su experiencia; eso significa que no sólo produce por separado objetos físicos u objetos intelectuales, sino que es capaz de actuar y pensar al mismo tiempo para sobrevivir y desarrollarse como individuo y sociedad. En este proceso histórico de crecimiento, lo real se perdió de vista y comenzamos a vivir para una representación invertida de lo real, sometidos a las creencias y las supersticiones, a los reflejos ideológicos, que, en manos de las clases dominantes, se convirtieron en la única manera de pensar y ver el mundo y la vida.

Abstractamente, pues, López Rangel nos lleva por los caminos de la filosofía, de la epistemología:

«De esa manera, al ser parte significante y en ese sentido también ser expresión del todo, la arquitectura se presenta plena de riqueza, de determinaciones, de contenido histórico»[1].

De repente, en su filosofar, López Rangel nos hace recordar que la base de la estructura social, una vez que ha sido ordenada históricamente, es el conjunto de las relaciones de producción y los medios de producción. El error filosófico de López Rangel es suponer que la totalidad «fenoménica» de la superestructura y la base real es la estructura social. Pasa por alto, igual que Fischer, como vimos en su momento[2], que una superestructura es lo que está sobrepuesto a la estructura, en este caso sobrepuesto a la realidad social, a la base económica; o, para ser más drásticos, una superestructura es una falsa estructura. Pero, dejando las palabras a un lado, el paso de lo «fenoménico» a lo concreto es la superación de lo abstracto, de lo meramente categorial, para observar directamente la realidad que constituye lo social y lo humano. Y esto no es hipótesis, no es teoría. Es la descripción de lo que hace Marx, y de lo que hace un científico que coteja sus datos con los objetos, y los procesos de estos objetos de la naturaleza. En nuestro caso, lo real es el hombre, su actividad física e intelectual, su producción de medios de vida y las relaciones que establece para producirlos e intercambiarlos. Lo ideológico es lo que hace ver estos procesos como sobrenaturales y hasta sobrehumanos, como privilegio de unos y obligaciones de otros. Lo ideológico es la división de clases y la división del trabajo. Confundir lo real y lo ideológico, como hace López Rangel al concebir una fatalidad dialéctica entre la superestructura y la base económica, no sólo recluye a los filósofos en el mundo de la retórica, sino que pospone y hasta cancela la posibilidad de transformar el mundo objetiva y radicalmente, materialmente.

Nótese que, pese a inclinarse decididamente por el punto de vista filosófico o retórico (él considera, desde luego, que su punto de vista es monista y dialéctico), no puede dejar de reconocer que «los pensadores dialécticos» o marxistas consideraban la base económica «como el entramado fundamental de la sociedad»[3]. Es verdad que sin mediar crítica u observación alguna, él salta de aquí a la idea de que la arquitectura es a la par producción material y expresión de una concepción del mundo. Pese a que podamos admitir que su concepto de la totalidad social, de la estructura social, aparentemente explica esta dualidad del objeto arquitectónico, queda la pregunta de por qué reconoce esta, digamos, fundamentalidad de lo económico. Nos parece que son dos puntos de vista hipotéticamente complementarios, el que ve las cosas desde el ángulo de la economía y que predomina «en última instancia»; y el que las ve desde lo alto, desde el ángulo de las formas ideológicas del arte, la ciencia y la cultura, que también inciden en el «entramado fundamental de la sociedad», o, como dice Tudela, «en las instancias intermedias». Si esta complementariedad es cierta, en cuanto argumento de López Rangel, ¿por qué hablar de fundamentalidad y simultaneidad en un mismo modelo? ¿Se explica esto con la dialéctica? Ahora bien, si el entramado mencionado es fundamental sólo en última instancia, ¿cómo es que deja de serlo en instancias anteriores? Todavía más: ¿en qué consisten estas instancias? ¿Son tiempo puro? ¿Son espacio puro? ¿Son intuiciones? ¿Son experiencia? ¿No resulta de este juego y rejuego de instancias que la realidad son ellas mismas, no el entramado fundamental, ni sus reflejos ideológicos?

Si no son realidad por lo menos son las determinantes de esta realidad, justo como sucede con el espacio y el tiempo en la filosofía del conocimiento de Kant; los objetos no se dan a nuestro juicio y nuestros sentidos sin una ubicación en el tiempo y en el espacio. Esta es la misma determinación que adquieren las llamadas instancias en la filosofía de López Rangel y Fernando Tudela. Pero la enorme diferencia con Kant es que, mientras el tiempo y el espacio son categorías que corresponden a la intuición y la experiencia humana, las instancias dialécticas del codeterminismo no pasan de ser abstracciones derivadas de una simple expresión retórica: «en última instancia»; la cual ni siquiera aparece en las formulaciones de Marx, sino que aparece como comentario de la teoría de Marx en las cartas de Engels. Esto es, emulando a Gramsci, se ha querido encontrar en las simples palabras de Marx y Engels, las claves de su traducción correcta, de su interpretación exacta. Pero no es en las palabras donde el modelo de Marx cobra sentido, sino en su confrontación con la realidad social que describe y explica. Adelantándonos a nuestro segundo estudio de las cartas de Engels, podemos decir que la solución de este supuesto problema está en poner las cartas en el contexto de La ideología alemana y el prólogo de la Contribución a la crítica de la economía política de 1859. De otra manera, se parte de la creencia de que hay una ruptura entre el último Engels y la obra de Marx y Engels, o que, como es la tendencia de los codeterministas, hay que estudiar esa obra tomando las cartas de Engels como punto de partida. Con este contexto —la obra de Marx—, las cartas pueden interpretarse de manera correcta, e incluso revelar si al final Engels se apartó involuntariamente del modelo expuesto en ambos documentos. Aguardaremos hasta la discusión que hace López Rangel de las mencionadas cartas para abordar adecuadamente su estudio en relación con la obra teórica, que supone clarificar. Retomaremos, pues, nuestro cuestionamiento acerca de lo fundamental y simultáneo en López Rangel un poco más adelante, cuando volvamos al primer libro que estamos estudiando.

No nos sorprende que, unas líneas después de hablar de la simultaneidad de la arquitectura (producción material y expresión de concepciones del mundo), se quede con la idea de que la arquitectura «sigue siendo lenguaje»[4]. Para disipar su acepción de lenguaje, él mismo nos dice:

«La dificultad reside en encontrar con exactitud su 'parentesco' con las otras formas de pensamiento y en determinar su pertenencia a sus correspondientes estructuras significativas (Lucien Goldmann). Lo que significa también el descubrimiento de las concepciones del mundo que implica tal o cual obra o tal o cual conjunto de obras»[5].

Si procedemos como López Rangel, prestándole atención a las palabras y sus significados, necesitaremos establecer primeramente si «formas del pensamiento» implica o no una relación dialéctica entre lo material y lo inmaterial, y si esas «estructuras significativas» son ellas algo muy distinto a esas «formas». La primera impresión es que, en efecto, «formas» no tiene nada que ver con lo material, de ahí que se les haga «corresponder» con las estructuras que emiten significados, estructuras físicas, suponemos. Esta lectura parece correcta, según el remate argumental de López Rangel: hay oculta en las obras, en las estructuras, significados que nos remiten a verdaderas concepciones del mundo. ¿Acaso en esto consiste la fundamentalidad del entramado físico, en ser soporte y determinación de los significados y las concepciones? En otras palabras, ¿vemos como determinante el soporte físico del significado porque tenemos ante nosotros el resultado de un proceso, ya no el proceso mismo, porque vemos el significante y el significado de manera invertida? Esto no es lo que sostiene Marx; esta es la visión idealista, la que dice que primero es la idea y luego la acción, primero la concepción y a lo último la ejecución, que ésta no es resultado de una realidad social, sino de una forma de pensamiento. El obstáculo que tiene que vencer quien así razona es esta fundamentalidad del entramado físico, real. López Rangel lo «supera» no reconociendo que el entramado es físico e intelectual porque ha sido producido por el hombre, sino especulando que entre el entramado, como algo puramente físico, y las formas puras[6] del pensamiento hay necesariamente una dialéctica. Además de que, por la misma unidad orgánica o recíproca del ser y el pensar, no puede hablarse de una pureza de éste o de aquél, sin caer en una contradicción, López Rangel confunde el pensamiento, que resulta de la experiencia, con la representación invertida de la realidad social y todo lo existente.

(...)

Al comenzar definiendo la arquitectura como concepción del mundo expresada en estructuras significativas, ubicadas en la totalidad social, López Rangel predispone justo el trabajo y las conclusiones a las que espera llegar. Es como decir: «ya tenemos el molde que ha de llenarse con el ejemplo concreto, el resto sólo es cuestión de ajustar aquí y allá». No hallaremos nada nuevo excepto, al vaciar el molde, la forma propia del objeto creado, su apariencia. Esta aparente concreción del modelo obtenido nos hará creer desde luego que teníamos razón en anunciar por anticipado lo que encontraríamos. Para poder apreciar mejor esta capacidad productora de objetos del modelo, López Rangel propone, además del estudio de la Bauhaus, el estudio del constructivismo soviético y, para llegar hasta el nivel más concreto, el del funcionalismo nacional o de un país dependiente. Veamos entonces cómo procede en este colado y vaciado del molde.

(...)

El dibujo de López Rangel queda anticipado con su título: «LA BAUHAUS Y LA REPÚBLICA DE WEIMAR»[7]. Aun cuando ha dicho que estamos ante una búsqueda de expectativas objetivas de solución del problema que representa una historia como la de la Bauhaus, comienza dando por sentado lo que debió ser el arranque de toda una investigación: «Como se sabe... »[8]. Ese «como se sabe» hace alusión a la visión histórica de autores como Pevsner, que ponía a Gropius como un sucesor de Morris. Sobre esta visión institucional y, por ello mismo, prestigiada, López Rangel esboza una rápida crítica, que tiene el tono de un reclamo, y hasta de una lamentación, contra el movimiento moderno y sus apologistas, caracterizándolos de antiacadémicos, antiart-nouveau y poco serios. Afortunadamente, dice, acaso suspirando, para la fecha que él escribe hay una nueva actitud hacia la historia. Su única preocupación es que esta recuperación de la historia no se tome como una vuelta romántica al pasado. No muestra ningún interés por investigar el punto de vista de sus acusados. Está convencido de que los enfoques marxistas de un Giulio Carlo Argan, un Lucien Goldmann, o un Georg Lukács, son más que suficientes; que basta con invocarlos, o aludirlos de alguna manera, para que todo se entienda con claridad. Esto no es resultado de que por esta vez sólo pueda ofrecernos «trazos generales» de este caso, sino de su planteamiento inicial, el estar interesado únicamente en mantenerse en la línea del marxismo, del partido historicista que ha tomado o ha abrazado; porque, incluso con trazos generales, pudo haber expuesto la importancia que tiene ese punto de vista de los arquitectos modernos para establecer que no se oponían al movimiento real de la historia, sino al movimiento ficticio que representaba el academicismo e incluso el romanticismo organicista del Art-Nouveau.

(…)

López Rangel prefiere irse por un camino seguro, pero trillado, el de la acusación de funcionalismo, que ya había arrojado dividendos en el caso de la antropología y las ciencias sociales en general. Curiosamente aquí procede como Christopher Alexander, a quien acusa de volver funcionalistas todas las obras de arquitectura del pasado: asegura que de un modo u otro la Deutscher Werkbund era funcionalista, cuando «se sabe» que había por lo menos dos tendencias en su seno; la de los que como Muthesius pedían entregarse a la industrialización del arte, en aras de una política de Estado, y la de los que como Van de Velde y Gropius no estaban dispuestos a renunciar a sus principios artísticos, a someter el arte a las necesidades de la producción industrial. La posición de Gropius, en este contexto, parecerá más conciliadora, pues tratará de aunar ambas posturas, aprovechará los procesos industriales para hacer llegar a las masas objetos artísticos concebidos como tales y creados tanto por las manos del artista como por las de los obreros y técnicos especializados. En vez de concentrar su crítica en esta propuesta de Gropius, López Rangel prefiere hablar de «una lingüística totalmente nueva», cuando «se sabe» que la pureza platónica de la geometría, en la base del cubismo y el expresionismo, así como del futurismo, se relaciona más con la búsqueda de lo interno, lo orgánico, lo real, que con esa búsqueda de un lenguaje desligado de todo antecedente, que supone López Rangel inspirado más bien en la interpretación de su época. Por lo menos la propuesta de la nueva visión no era concretamente la elaboración de un lenguaje radicalmente nuevo, sino el de la creación de un ambiente propicio para la vida humana, para la vida en comunidad, para la vida en armonía. Eso era lo fundamental para el artista. Pero al mismo tiempo éste estaba dispuesto a aprender a usar los procesos de industrialización, de producción en masa, para poder llevar a cabo la transformación de las ciudades y los edificios, de los barrios y las viviendas, en una escala nunca antes vista.

(…)

Por supuesto que no damos por hecho que Gropius y la Bauhaus consiguen sus objetivos, ni que superan todos sus límites, pero tampoco descartamos de un plumazo el esfuerzo que realizan por una causa que consideran válida y humanista, hasta revolucionaria. Puede ser cierto que se equivocaron al creer que podían utilizar la revolución industrial de Alemania, en su etapa acaso más crítica, para favorecer a las masas y el surgimiento de una vida comunitaria más armónica, pero no puede atribuirse a ellos los juicios que pertenecen a la crítica apologética, o a la crítica completamente adversa al movimiento moderno. Hacer a un lado la obra y el pensamiento de los arquitectos modernos para combatir a Gropius y la Bauhaus, reducidos a lo que terceras personas han supuesto con ánimo de venganza o con simple desprecio, acaso convencidas de que sólo ellas tenían razón, es preferir combatir sombras, clichés, o creer en los prejuicios propios y ajenos. Siempre será más cómodo sostener un esquema y sujetar a él todas las acciones y las ideas de los protagonistas de una época o un período, de un movimiento artístico o político, que estar dispuestos a someterse a una autocrítica, a la crítica del propio punto de partida, del enfoque o del método sobre el cual nos apoyemos. Siempre será más fácil creer que se tiene la razón, o la mayor parte de ella, reducir al adversario intelectual o político al muñeco del ventrílocuo, al que se le hace actuar a nuestra voluntad, que poner en duda nuestros principios o nuestras bases teóricas. La simplificación es parte de nuestra estrategia especulativa, es una forma segura de separar aquello que estorba a la vista del objeto específico que queremos examinar. Pero no es lo mismo intentar ver con claridad lo que oculta la bruma que plantar en el lugar del objeto una idea perversa del mismo para hacerla pasar por éste.

(…)

Así, pues, los bosquejos apurados de López Rangel, más que dar explicaciones concretas, trazan figuras muy incompletas. Ese es el caso de lo que él llama «la influencia determinante»[9] de la Bauhaus. Para ser una pieza fundamental de su planteamiento, López Rangel debió tomarse el tiempo necesario para explorar siquiera a grandes rasgos esta supuesta influencia bauhausiana. Lo único que hace es asociar la escuela con su traslado a los EE. UU. y con el prestigio que adquiere ahí, y darnos una especie de confesión escrita, de esta asociación entre la escuela y «el mundo del diseño», de parte de Moholy-Nagy[10]. No hay un estudio serio, ni siquiera un plan de este estudio, que nos permita comprender o vislumbrar cómo fue posible esta supuesta influencia. Si recordamos los escritos de Gropius de su época en los EE. UU., notaremos que él no veía una relación cercana entre su equipo de trabajo y las autoridades estadounidenses, sino, más bien, cierta indiferencia, cierta incomprensión. A nosotros nos parece que la línea que ha de ser investigada es la de la ventaja o provecho que terceras personas obtuvieron de los esfuerzos de Gropius y su gente. A este respecto, hay que llamar la atención hacia el hecho de que el desarrollo de las ideas bauhausianas en suelo americano estaba necesariamente en contradicción con lo que las había originado, la historia del suelo europeo. Desarraigadas de su fuente, y retomadas por estadounidenses, o por europeos que las rechazaban en el fondo por anular el concepto de historia clásico, estas ideas pronto dejaron de tener su sentido primario y se volvieron moneda corriente, adaptables a las necesidades de quienes las adquirían. Es así como los propios estudiantes de la Bauhaus americana encontrarán que tales ideas han perdido toda validez, y será de entre ellos que surgirá un nuevo defensor del retorno a las formas clásicas y académicas: Robert Venturi. El propio López Rangel ha mencionado la reacción de la crítica francesa a la influencia de las formas que adquirirán, en manos de terceros, las ideas bauhausianas. Los arquitectos italianos acusarán al movimiento moderno de antihistoricista y funcionalista, otro tanto harán los arquitectos franceses, según lo que detalla Portoghesi[11], y lo que sugiere López Rangel. En la medida que se multiplica esta reacción supuestamente crítica, la distancia entre lo que hicieron y pensaron los arquitectos, y artistas en general, del movimiento moderno, y lo que se dice de ellos aumenta casi exponencialmente. No hay, o no parece haber, voluntad en los críticos de ir más allá de la repetición de los viejos argumentos de la reacción antimoderna.

Después de su asociación, que nos debería sugerir el cómo y el por qué de la influencia mundial de la Bauhaus, López Rangel está convencido de habernos explicado con ello el proceso en que «la arquitectura racionalista adquiere su configuración definitiva»[12], esto es, «durante los años que siguieron a la derrota de Alemania por las otras potencias imperialistas... »[13]. El esquema de López Rangel es muy simple y precario: se gesta la arquitectura racionalista, llega a su madurez y, por último, se difunde mundialmente, gracias a que podía volverse un instrumento al servicio del «imperialismo». ¿Es este en realidad el proceso de difusión de las ideas?, o, ¿sólo de ciertas ideas? Hay que establecer, por ejemplo, ¿cómo es que, pese a estar en contra del «imperialismo», algunas ideas de Marx han sido incorporadas a la política, al punto de llegar a ser citadas por un presidente de los EE. UU.?, o, ¿cómo es que la teoría de Marx y Engels se ha deformado y hasta ha sido sustituida por una serie de interpretaciones que aseguran ser las correctas? A nosotros, por lo menos, nos queda claro que estamos frente al proceso de inversión que se vincula con la reproducción del pensamiento dominante: las ideas se desarraigan de las condiciones materiales en las que se constituyen para remplazarlas con abstracciones de las mismas, en las que se impone el punto de vista de las clases dominantes, o de aquéllos que se identifican con ellas. Así, López Rangel no estudia las condiciones reales en las que se desarrolla la Bauhaus y su pensamiento, sino que pone en su lugar las condiciones teóricas que extrae de la literatura marxista, particularmente de Lukács. Recordemos que el propio Lukács reconoce en El asalto a la razón[14] que su estudio no es de las condiciones materiales, sino de la filosofía de una determinada época, en la que él cree germina el irracionalismo que, andando el tiempo, se volverá un violento fascismo. El acento de Lukács y López Rangel está puesto en la irracionalidad, porque desemboca en el fascismo, y en la vida antidemocrática de la República de Weimar, en su crisis económica, porque arrastra a todos al reformismo y al miedo al comunismo, a un estado mental precario y sujeto a la propaganda.

(…)



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NOTAS:

[1] López Rangel, Rafael; Contribución a la visión crítica de la arquitectura; Departamento de Investigaciones Arquitectónicas y Urbanísticas de la Universidad Autónoma de Puebla; Puebla 1977. «La génesis de la crisis del racionalismo arquitectónico en México», p. 29.

[2] Nos referimos al estudio que, de principios de junio a principios de septiembre del 2012, hicimos sobre el libro de Ernst Fischer: Lo que verdaderamente dijo Marx; M. Aguilar Editor; México, 1970.

[3] López Rangel, Rafael; ibíd.

[4] Ibíd.

[5] Ibíd.

[6] A propósito de formas puras, López Rangel hace una aclaración: «No entendemos como concepción del mundo alguna forma de pensamiento “puro”, desligado del comportamiento de la sociedad». Para explicar este modelo, López Rangel ubica la «nueva arquitectura» en la «totalidad social», a saber: el contexto nacional o local y el contexto internacional o mundial que han de mirarse simultáneamente. Y dice expresamente que el movimiento encabezado por la Bauhaus es parte de ambos contextos, tanto de la República de Weimar como del mundo. No es casualidad que López Rangel hable de un contexto inserto en otro, contextos de los cuales han de extraerse al mismo tiempo los significados que atañen exclusivamente a la arquitectura en cuanto concepción del mundo, en cuanto forma ideológica, pues la conversión de las condiciones materiales o sociales en meros contextos o «estructuras significativas» le permite escapar de las teorías económico-deterministas. Así, las formas ideológicas son parte de otras formas ideológicas, esto es, del comportamiento significativo de la sociedad, pero no del movimiento económico, que ha desaparecido del todo en este esquema explicativo. Y es que la referencia de López Rangel no es, no digamos el estudio de la base económica, ni siquiera el mero concepto de ella, sino una definición que pertenece a Lucien Goldmann y que, desde luego, podría interpretarse eligiendo un sentido completamente distinto al de López Rangel. Op. cit.; pp. 30 y 31.

[7] Op. cit.; p. 31.

[8] Ibíd.

[9] Op. cit.; p. 32.

[10] Op. cit.; pp. 32-33.

[11] Portoghesi, Paolo; Después de la arquitectura moderna; Gili; Barcelona, 1981.

[12] López Rangel, Rafael; op. cit.; p. 33.

[13] Ibíd.

[14] Lukács, Georg; op. cit.; Grijalbo; Barcelona, 1976.




*Texto tomado de nuestro Cuaderno 2012(9), redactado del 10 al 12 de octubre de 2012.

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