miércoles, febrero 29, 2012

La interpretación del moderno en Italia*

POR MARIO ROSALDO 




FRAGMENTO


En su capítulo dedicado a la crítica de arquitectura en Italia, Renato De Fusco escribe lo siguiente, en relación con el pensamiento de Benedetto Croce:

«... si en sede teorética es válida la distinción entre arte y cultura, ¿por qué desconocer toda validez a las poéticas que, como observa Venturi, al ser hechos prácticos no pueden recibir un juicio estético negativo?»[1].

De Fusco no es preciso en su comentario y deja a la especulación aquello que cuestiona. La cita de Croce establece que los límites entre la expresión y la intuición son empíricos y difíciles —imposibles— de definir en relación al no arte. De ahí que, al parecer, De Fusco identifique lo práctico y lo poético con la cultura, es decir, con la actividad externa, no teórica. Pero Croce no aborda estos temas en su Estética, que es el libro al que la cita de aquél nos remite. De Fusco reconoce parcialmente esto, cuando acepta que se arriesga «a atribuir a Croce intenciones y exigencias actuales que quizás le fueron ajenas»[2]. El problema es que De Fusco toma esta cita y sus comentarios como prueba de que su interpretación está justificada.

Huelga decir que De Fusco no aporta ningún estudio de los conceptos de cultura y poética en Croce, quizá porque están ausentes en toda su obra[3]. De Fusco más bien trata de inferirlos. Pero el mismo Croce nos da una pista muy importante de su concepto de la cultura en la «Advertencia» de su Estética en 1921:

«... me siento obligado a decir una vez más que cabe a la obra de los estudiosos alemanes, así en el campo de la estética como en tantos otros campos, el mérito de haber movido y removido el terreno, y probado de echar en él las más variantes simientes y obviar las más varias culturas con tenacidad heroica y acaso también con heroica pedantería; ... El hábito mental de otros pueblos se mantiene más fácilmente en el círculo del buen sentido y por esto resplandece con claridad, pero también fácilmente se conforma con lo superficial, tradicional y convencional; de donde, en beneficio de un sano incremento de los estudios, es de desear que no venga a menos el modo distinto observado por los investigadores alemanes, que integra los de los otros países de cultura, al menos tanto como resulta integrado por ellos»[4].

La primera parte vincula la cultura de los países con el cultivo, pero hace hincapié en la variedad misma de las culturas, esto es, de dichos cultivos. Para que no haya un declinar en la calidad del pensamiento, en el estudio, Croce pone como condición, no la cultura en sí, sino, más bien, «el modo distinto» de ser de cada una de las culturas de los países, de los pueblos que los integran, y que los constituyen precisamente como «países de cultura». Aquí cultura se insinúa como sinónimo de cultivo y, al mismo tiempo, como grado de civilización. En todo caso, no es la cultura su preocupación, sino el individualismo cultural que marca y distingue a un país entero. Un «país de cultura» es el concepto universal, a la vez que el particular, en el que se inscribe la crítica de arte de Croce. Por lo pronto, Inglaterra, Alemania e Italia son tales «países de cultura», es decir: donde se cultiva, donde se estudia, donde hay ese incremento que deja atrás lo superficial, lo tradicional y lo convencional; pero, sobre todo, donde no se pierde la individualidad.

Así, Croce entiende la cultura como educación y civilización, pero en cuanto rasgo distintivo de cada país, y no como una necesaria uniformización. Esto es, según el punto de vista de Croce, Italia no tiene por qué reverenciar servilmente a las culturas de los otros países, ni tiene que adoptarlas sumisamente. Se aprende de los países de cultura, o, mejor dicho, de los individuos que estudian e impulsan el estudio por encima del conformismo y la tradición; pero es obligado intentar superarlos en aras de la misma individualización.

El uso que Croce hace de la cultura como civilización podemos verlo en esta cita que hemos extraído del libro La historia como hazaña de la libertad, publicada originalmente en 1938:

«La ciencia y la cultura históricas, en toda su detenida elaboración, existen con el propósito de mantener y desarrollar la vida activa y civilizada de la sociedad humana. Si tal impulso es de poca fuerza, la cultura histórica permanece en su más bajo nivel como, por ejemplo, entre los pueblos orientales. Cuando hay un rompimiento súbito, un alto en el proceso de la vida civilizada, como ocurrió en Europa en el comienzo de la Edad Media, la historia escrita cesa casi del todo y va a caer en la barbarie, juntamente con la sociedad a que pertenece»[5].

Croce opone cultura a ciencia, distinguiendo conocimiento de estudio. Aquí, junto a la ciencia, es instrumento cuyo propósito es elevar constantemente el nivel de la civilización, de la vida activa y social. Si no hay tal propósito, o si no hay impulso suficiente, ese estudio decae. Y si llega a darse un alto en el proceso, la decadencia conduce a la barbarie porque se pierden los instrumentos que antes hacían posible el avance de la sociedad.

¿De dónde procede este impulso? ¿Qué hace que estos instrumentos, ciencia y cultura históricas, existan y tengan tal propósito? Si Croce es congruente con su Estética y su idea de que la filosofía es una sola, las respuestas tendrían que ser: la voluntad y la acción del individuo. De hecho, voluntad y acción son lo mismo en Croce cuando expresan ese microcosmos histórico del que habla.

Es evidente que Croce se considera racionalista, o por lo menos niega que su pensamiento sea solamente, por así decirlo, irracionalista; pues, para él, la unidad del hacer y el pensar es imposible de definir en la práctica. Pero Croce no opone argumentos, sino prejuicios, a los conceptos establecidos de la filosofía alemana que tanto combate; tal es el caso de las definiciones de Kant respecto al espacio y el tiempo en cuanto formas de la intuición. Croce se opone a este determinismo kantiano simplemente declarando que la intuición no se da ni en el espacio ni en el tiempo porque tiene lugar en la plena subjetividad, en el pensamiento mismo del individuo. Es decir, no se da en el exterior, donde sin duda estaría determinado por ese espacio y ese tiempo kantianos, sino que, según él, se da en el interior del hombre, en su libertad absoluta interior. Así, Croce se deshace de las condiciones empírico-intuitivas kantianas con un mero gesto retórico que introduce, no un concepto deducido de los hechos, sino de la propia filosofía idealista.

Croce no es pródigo en su argumentación, le basta estar convencido de que la individualidad es en sí misma la verdadera realidad. Si lo comparamos con los alemanes, a los que critica, Croce luce anticuado. Es cierto que no argumenta, que prefiere inventar una lógica basada en prejuicios, pero lo extraordinario es que nos habla de una práctica y una acción, de lo empírico, aunque solamente para resaltar su concepto de la individualidad, de lo interno. El peso de su influencia en Italia sin duda está dado en relación con esa necesidad de modernizarse sin renunciar del todo al pasado. En Croce la cultura es básica, pero, para que ésta no decaiga, el individuo debe constantemente esforzarse para elevarla mediante el estudio y la distinción de sus rasgos propios. Esto es como decir que la cultura grecolatina es propiamente el fundamento de Italia y que sus rasgos mas distintivos provienen de él. Por tanto, toda elevación de los niveles culturales e históricos no es más que la puesta al día de lo viejo y tradicional.

Croce se distingue de sus predecesores porque es un hombre que polemiza contra alemanes e italianos en la primera época de la Unidad Nacional. Pero hay antecedentes que se identifican con el clasicismo italiano, que apuntarían en la misma dirección. ¿Cuáles son las diferencias entre este clasicismo y Croce? Haciendo a un lado a los clasicistas que solamente imitaban las formas grecolatinas, tendríamos que quedarnos con aquellos que interpretaban la herencia cultural y aspiraban a renovarla tanto en forma como en contenido. Esta discusión está presente en las reflexiones de Croce, si bien sometida a su crítica.





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NOTAS:


[1] De Fusco, Renato; La idea de arquitectura. Historia de la crítica desde Villet-le-Duc a Persico; Editorial Gustavo Gili; Barcelona 1976; p. 187.

[2] Ibíd.

[3] En realidad no hay tal ausencia en la obra crociana, pero su sentido general es el de cultivo o el de civilización. Una excepción es el libro Cultura e Vita morale (Croce, Benedetto, op. cit.; Gius. Laterza e Figli, Bari 1914; pp. 20-22), donde habla de una relación directa entre la idea de una nueva filosofía y la idea de una nueva cultura intelectual, que habrá de ser su base, concibiéndola como una cooperación armónica entre filosofía e historia, entre presente y pasado. Deberá ser por tanto una cultura filosófico-histórica. Por otro lado el concepto poética aparece empleado en la obra de Croce sólo en el sentido tradicional como adjetivo y sustantivo y en relación al libro de Aristóteles, no tiene nunca el sentido de primeras manifestaciones de un movimiento artístico-filosófico, que le da De Fusco.

[4] Croce, Benedetto; Estética como ciencia de la expresión y Lingüística general. Parte teórica; Ediciones Nueva Visión; Buenos Aires 1973; p. 80.

[5] Croce, Benedetto; La historia como hazaña de la libertad; Fondo de Cultura Económica; México 1979; pp. 10-11.


* Texto tomado de nuestro Cuaderno 2009(6), con fecha del 14 de octubre.

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