viernes, junio 27, 2008

Antecedentes del debate crítico contemporáneo: orígenes del irracionalismo 3

POR MARIO ROSALDO
ACTUALIZACIÓN: 13 DE DICIEMBRE DE 2013



2. LA DESTRUCCIÓN DE LA RAZÓN
(Continuación)

La primera parte de esta crítica se titula «La intuición intelectual de Schelling, como primera manifestación del irracionalismo». Por lo tanto, para demostrar lo que nos anuncia, Lukács procede a definir la intuición intelectual del filósofo alemán, pero lo hace de una manera muy particular: no sigue el discurso de Schelling para dejar en claro qué es lo que éste piensa, sino que, de entrada, sujeta la expresión de «intuición intelectual» a un esquema preconcebido, precisamente a la tesis que trata de demostrar. Esto es, desarticula el discurso del filósofo para probar que las ideas de un precario idealismo objetivo no coinciden en absoluto con la estructura del ortodoxo modelo marxista-leninista, del cual él, Lukács, es uno de sus teóricos más polémicos. Así, en vez de una crítica imparcial u objetiva tenemos un reclamo y hasta una acusación de deslealtad.

Lukács remacha sobre el supuesto antagonismo que Schelling establece entre la intuición y la razón, únicamente para poner de relieve que desde el inicio el joven filósofo alemán renunciaba a cumplir la tarea que el luminoso destino le había confiado, ser el campeón de la dialéctica. Para corroborar esta percepción suya, Lukács ofrece algunas citas de Schelling donde éste distingue entre el conocimiento sensible y el intuitivo, de la misma manera en que distingue entre el conocimiento de la naturaleza y el conocimiento de lo absoluto, o entre las cosas de la naturaleza y la autoconciencia.

Veamos el primer ejemplo de este razonamiento. Lukács cita a Schelling:

«Este saber debe ser un saber absolutamente libre, precisamente porque cualquier otro saber es no libre, es decir, un saber al que no se llega por ninguna clase de pruebas, deducciones ni mediaciones de conceptos en general; dicho en otros términos y de un modo general, una intuición…»[1].

Y luego comenta con aire triunfal:

«Vemos aquí con la claridad de un ejemplo de cátedra, cómo el irracionalismo brota de la evasión filosófica ante un problema dialéctico claramente planteado por la época…»[2].

Lukács insiste líneas abajo en la supuesta evasión:

«[Schelling] se remontó, aunque de un modo vacilante y sin plena conciencia filosófica de lo que hacía, por sobre el subjetivismo filosófico de Kant y de Fichte; llegó a situarse, por lo menos vislumbrándolo en sus rasgos abstractos más generales, en el punto de vista de la dialéctica objetiva… Pero luego, el pensador huye y retrocede para refugiarse en el irracionalismo, haciéndolo cierto es, con la misma falta de clara conciencia con que antes se había sobrepuesto al subjetivismo de la “teoría de la ciencia”»[3].

Cabe señalar que ninguna de las citas presentadas por Lukács en este apartado, ni en el siguiente, prueba el supuesto idealismo objetivo de Schelling. Todo se funda en la idea de que nuestro joven filósofo había superado el subjetivismo fichteano, y en el decir de Marx de que habría que creer en «el sincero pensamiento juvenil de Schelling».

Es cierto que, de 1795 a 1800, Schelling discute abundantemente en sus libros sobre el problema de la objetividad, pero en ningún momento es para adoptar el punto de vista de la física. La superación del subjetivismo de Fichte es al mismo tiempo la superación del objetivismo, de la oposición sujeto-objeto, de la contradicción del Yo y el no-yo, pues Schelling no acepta bajo ninguna circunstancia que el principio superior o lo absoluto pueda estar condicionado por opuesto alguno: el Yo absoluto sólo puede ser un Yo incondicionado, un Yo absolutamente libre. Schelling intentará explicar cómo ha sido posible que de ese principio superior, infinito y eterno, surgiera lo finito y perecedero. Su respuesta le llevará al instante en que la conciencia se vuelve conciencia de sí misma, objeto de sí misma o autoconciencia. Y esta búsqueda de la objetivación de la conciencia, de la conversión de la unidad en multiplicidad, será lo que Lukács —y acaso también Marx y Engels— tomará por una dialéctica idealista-objetiva. Nada más alejado de la tesis schellingiana, pues ésta nunca identifica la autoconciencia y su objetivación con la dialéctica sujeto-objeto del mundo físico. Cuando habla del Yo empírico y la libertad empírica, siempre lo hace en relación a lo finito que ha sido engendrado por lo infinito y eterno, por lo absoluto o Dios:

«El Yo empírico existe solamente con y a través de los objetos. Pero los objetos solos nunca engendrarán un Yo. Que el yo empírico sea empírico lo debe a los objetos, que el Yo sea en general debe agradecerlo solamente a una causalidad superior»[4].

Schelling concibe, pues, lo absoluto como la unidad originadora de la contradicción, pero no como la contradicción misma. Es, por tanto, un error de interpretación, por lo menos de Lukács.

Como adelanto de su crítica al viejo Schelling, Lukács enlaza las siguientes dos citas del filósofo alemán y concluye tajantemente:

«Su polémica contra la filosofía intelectiva de la Ilustración es abiertamente antidemocrática, va claramente dirigida contra esta filosofía en cuanto precursora de la revolución. “El erigir a la inteligencia en árbitro de la razón conduce necesariamente a la oclocracia en el campo de las ciencias y, con ella, tarde o temprano, a la rebelión general de la plebe.” La filosofía debe levantar su veto aristocrático contra este peligro. “Si algo puede oponer un dique al río que amenaza desbordarse y que confunde cada vez más visiblemente lo más alto con lo más bajo, desde que también la plebe comienza a escribir y se arroga el derecho a figurar en el rango de los enjuiciadores, es la filosofía, que tiene por divisa natural la frase del clásico: Odi profanum vulgus et arceo.” Los fundamentos de este sesgo absolutamente reaccionario se encuentran ya, por tanto, en el joven Schelling»[5].

Lukács tiene razón en interpretar la primera cita como una polémica contra la Ilustración, pero se equivoca cuando la tacha de polémica abiertamente antidemocrática, pues el concepto de oclocracia nos remite igualmente al período de inestabilidad y terror de la Revolución francesa, que nada tuvo de democrático, y que era el precedente en el que podía pensar Schelling en 1803, año de las citas comentadas por Lukács. Además, frente a la violencia de la revuelta popular, Schelling defiende su ideal de la revolución espiritual pacífica. Es en este sentido que distingue entre el filósofo guía y el gobierno de la plebe.

Pero dejemos que él mismo nos explique sus ideas:

«El dominio de la ciencia no es una democracia ni mucho menos una oclocracia, sino una aristocracia en el sentido más noble. Deben regir los mejores. Asimismo, deben permanecer totalmente pasivos los meramente incapaces, a los que cualquier tradición recomienda, los simples charlatanes que se abren paso, que deshonran la profesión de la ciencia a través de los pobres métodos industriales...»[6].

Es decir, no habla de la plebe en el mundo real empírico, sino en el estricto dominio de la ciencia, de la filosofía. No habla de la vía revolucionaria al socialismo, sino de una tercera vía que habría de ser conciliadora y pacífica, y que llevaría de la confusión a la unidad, al espíritu. Volveremos sobre esto en nuestras conclusiones.

La segunda cita se entiende mejor en su contexto:

«La situación del Estado es un símil de la situación del imperio de las ideas. En éste lo absoluto es como el poder derramado ante todos, el monarca, las ideas son —no la nobleza ni el pueblo, porque éstos son el concepto que solamente tiene realidad mutua en la contradicción—, sino los hombres libres: las cosas reales y aisladas son los esclavos y los siervos. Hay una gradación semejante en las ciencias. La filosofía vive sólo en las ideas, y el trabajo de las cosas reales y aisladas lo deja a la física, la astronomía, etc. Éstas de por sí son ya meras ideas exageradas, y, ¿quién cree en la humanidad y en esta ilustración de los tiempos, incluso en las altas esferas del Estado? Si hay alguna cosa que pueda oponer un dique a la corriente invasora, que visiblemente mezcla lo superior y lo inferior, desde que la plebe empieza a escribir y cada plebeyo se eleva a la categoría del que juzga, esa es la filosofía, cuya divisa natural es la expresión: Odi profanum vulgus et arceo»[7].

Ciertamente este pensamiento no corresponde a un hombre de la Ilustración, pero tampoco corresponde a un reaccionario político proclive a la monarquía como un Schopenhauer. La realidad que tiene frente a sí Schelling es la de la contradicción social o natural que hay que superar, y esto en su opinión sólo puede hacerse volviendo al fundamento espiritual de nuestras raíces. Este es el pensamiento de un hombre que ve que la vida material, la vida empírica, empuja cada vez más al olvido la vida espiritual, que es la mayor conquista. Schelling actúa como un Montaigne o como un Bruno, que se niega a someterse al dogmatismo y el determinismo de su época y halla la posibilidad de superar las contradicciones en el retorno a la unidad, al fundamento primigenio. La gradación de lo inferior a lo superior es el paso de lo vegetativo a lo sensible, de este grado a lo racional, y finalmente de lo racional a lo espiritual. No hay oposición a lo racional, simplemente se le ve como un nivel por el que hay que pasar para desprenderse de la contradicción del mundo sensible o físico. Así pues, esta aspiración filosófica de una vía mística y conciliadora ya está en el joven Schelling de 1795-1800, no se origina —como sostiene equivocadamente Lukács— por influencia de sus amistades reaccionarias, ni en el período de la Restauración que comienza en 1815.



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NOTAS:

[1] Lukács, Georg; El asalto a la razón – La trayectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler; Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1976; p. 117. Subrayado original.

[2] Ibíd.

[3] Ibíd.

[4] Schelling, Friedrich Wilhelm Joseph von; Vom Ich als Prinzip der Philosophie oder über das Unbedingte im menschlichen Wissen [1795]; Stuttgart (Cotta) 1856-1861; p. 88. Traducción nuestra.

[5] Lukács, Georg, op. cit.; p. 121. Subrayado original.

[6] Schelling, Friedrich Wilhelm Joseph von; Vorlesungen über die Methode des akademischen Studiums [1803]; Stuttgart (Cotta) 1856-1861; p. 567. Traducción nuestra.

[7] Schelling, Friedrich Wilhelm Joseph von; op. cit.; pp. 590-591. Traducción nuestra. Subrayado original. En cuanto a la frase «Odi profanum vulgus et arceo», ésta pertenece a Horacio; es el título de su Oda I en Carmina, libro III. Puede traducirse como «odio al vulgo ignorante y me aparto de él», se deduce que se refiere a quienes no saben apreciar la belleza de la poesía.

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